Hay días en los que me tengo que frotar los ojos con inusual dedicación para acabar de creerme que esos dos tipos extraordinarios que ya opinan, ya deciden, ya razonan (con sus axiomas, claro) y ya negocian, son las mismas bolitas de queso tierno que he parido
«¡Zas! Se montó la gorda. Pero la gorda y la mundial. Un niño de cinco años, exasperado, gritando aquello de ‘es que ni lo toqué, me lo quitó y ni lo...