Dos predicadoras analizan la leyenda de nuestro felpudo, en el que se puede leer negro sobre marrón ‘Bonitas bragas’
Noe Martínez /LIVING LA VIDA MADRE
SUGERENCIA MUSICAL, «Mamma mía», BSO ‘Priscilla, Queen of desert’
Hace días pensaba en lo muchísimo que han evolucionado los juegos y la diversión en lo que a niños se refiere. No, no esperen, queridos míos, una soflama incendiaria al respecto de Tablets, ordenadores portátiles y SmartPhones (las nurses 2.0, no hay otra). Me refiero a esos otros juegos más manuales, mecánicos, artísticos y creativos. No incluyo aquí los llamados de imitación, léase centro de planchado, islas de cocina profesional, kits de médicos y enfermeras porque esos, les llamemos como les llamemos, siguen siendo iguales que entonces: lo único que cambia, quizá, sea nuestra percepción, nuestra susceptibilidad al respecto del sexismo que transmite. Una enfermera es una enfermera, aquí y en Beijíng, pero el prejuicio aparece si sólo dejamos que las niñas se pongan cofias, y los niños, fonendo de doctorcito sabelotodo. Por eso, en nuestro hogar de ‘todo vale, si el juego mola y lo pasamos bien’, todos podemos hacer todo, hasta el ridículo, llegado el caso, porque nada como ver a un papá/mamá emulando a un Angry Bird, para darte cuenta de cuánto amor siente por sus niños…
– ¡Y para ti, ésta…! – Mi hijo mayor reparte caretas a diestro y siniestro, sin importarle siquiera que alguno tengamos hasta tres.
– Nicolás, hijo, que yo ya tengo… – Enseño las mascaritas – Me tocó Joda y un perrito de la Patrulla Canina…
– *quininaaaaa… – Alehop. *Caninaaaaa. El bebé se hace con la careta del dálmata rescatador, porque es su favorita – *míaquininaaaaaa
A pesar de llevar puesta una de tiburón, que se le escurre y hace que asome la naricita de botón por los agujeritos por donde deberían pestañear sus ojazos maravillosos, me la quita de las manos. Aun no tiene habilidad suficiente para estirar el elástico de la careta sin producirse lesiones, causa y origen de un lloro histérico, de difícil consuelo si no es con la trampa de ‘¿el bebé quiere un chupa para que se le pase la pupa, sííííí? ¿El bebé quiere un chupa para que se le pase la pupa, sííííí? ¿El bebé quiere un chupa para que se le pase la pupa, sííííí?’; aun así, no atiende a esperas y… ¡zas!
– UpaupaaaamamaUpaaaaa…
Dedo enrojecido a la boca, lagrimones cual catarata de Iguazú, gritos a lo Scary Movie, y venga, se me sitúen líneas arriba: ¿el bebé quiere un chupa para que se le pase la pupa, sííííí?.
– ¡Mamita, déjame a mí, que soy la Doctora Juguetes!
Y Nicolás se persona en el lugar de los dolorosos y nefastos hechos, luciendo una careta de la mentada médica de Disney Channel, pero, puesta al revés, es decir: con el pelo violeta como barba, y los agujeritos de nariz y ojos, cubiertos por su propio cabello. Imposible dotar de credibilidad a su diagnóstico, en todo caso, luciendo esta guisa…
– Hijo, pareces un hipster chungo, a la salida de un concierto…
El paciente padre se apresura a girarle la mascarita, sin reparar en que él tampoco estaba en disposición de dar lecciones de ortodoxia: a él le había tocado una de Elsa, la princesa Frozen, con una trenza rubia laaaarga, laaaaarga, laaaaarga, que, apoyada en sus hombros fornidos, le daba un aire masculinamente vikingo al personaje Disney.
– ¡Papito, tú de chico eres guapo, de chicaaaa…! – Nicolás se ríe, mientras intenta que su hermano le deje ver el dedo que tan magullado está tras el gomazo recibido.
– ¡Mi maridito es guapo hasta de medio pensionista – Yo, que voy de Joda en primer término, sé que me asoman, allá en lo alto, unos cuernos de un caracol multicolor, muy propio para el Gay Pride, así que los hago vibrar, dando cabezadas y cabezaditas.
– Ten cuidado, amor, que una vez leí en una tarjeta del Trivial que los caracoles tienen los órganos sexuales en la cornamenta… – El paciente padre se ríe a carcajada limpia, lo que hace de Elsa de Frozen ya no un vikingo, sino un ogro con ansias de pertenecer a la comitiva de Priscilla, la reina del desierto…
– ¡Lo que nos hacía falta era otro caracolito…! – Me alejo, en parte también porque el bebé acaba de propinarme un mordisco fantástico en el muslamen. Una cosa es que papá sea papá, otra, que papá sea el centro de atención estando él en mi regazo. ¡Oído cocinaaaa…! – ¡Hey, ya, ya, ya, ya te hago caso sólo a ti!
Ding, dong.
Silencio familiar. Obviamente es el timbre de la puerta, pero por nuestra expresión, queda claro que no esperamos visita, máxime, sabiendo que lo estamos pasando pirata, tirados por el suelo con los niños, jugando a todo y a nada. Sea quien fuera, no se da por vencido…
Ding, dong.
Nicolás, que desde pequeño tiene vocación de portero de finca, se apresura a hacerse con el pomo de la puerta y ser el primero en abrir. El padre le hace una interior F1, y se posiciona en la pole antes de que el mayor abra. No mira por la mirilla, porque con el guirigay que estamos montando de puertas a dentro, queda claro que alguien hay en casa.
– Dígame…
Dos señoras de mediana edad, con pinta de haber salido de un peli de Almódovar (muy Chus Lampreave) se presentan, con cordialidad. Oigo como el paciente padre agradece y rechaza algo que le ofrecen, pero que mi mayor no duda en reclamar como suyo:
– ¿La salvación de qué…? ¿De qué me tengo yo que salvar, papiiiiii…? – Da saltos, intentando hacerse con el folleto que su padre devuelve a tan singulares damas.
– Nicolás, haz al favor de dejar de pisarme, que me haces daño… – El paciente padre, retira la niño de la primera línea de atención puerta a puerta, reparando en la mirada extraña e inquisitiva de aquellas señoras. Se lleva la mano a la cabeza y… – ¡*oño, que voy de Elsa!
– Cuando le digo, caballero, que usted necesita leer con atención la salvación…
Pum. El padre (de paciente ya no quedaba nada) cierra con contundencia la puerta, y a través de la mirilla, ve como las dos predicadoras analizan la leyenda de nuestro felpudo, en el que se puede leer negro sobre marrón ‘Bonitas bragas’ (lo sé: soez, pero taaan pavero…). Instintivamente, las dos MujeresAlBordeDeUnAtaqueDeNevios se llevan la mano a salva sea la parte. Oigo cómo mi maridito se ríe sin parar, y Nicolás protesta porque no le deja ver a él también por el agujerito de la puerta…
– ¿Papito, qué hacéis…? – Pregunto, mientras oigo como el bebé imita mi tono de voz.
– …pipitoquiseishhhh… – Me mira, orgulloso de su dominio de la comunicación social.
Y de nuevo aparecen Elsa y la Doctora Juguetes, con ansias de retomar el juego en el mismo punto que había quedado, segundos antes de sonar el timbre. Y es que en el suelo del salón de este nuestro hogar, todos los divertimentos son posibles, porque no nos marcamos más metas que pasarlo bien. Cocinamos con cacharritos de madera, improvisamos una mopa con una escopeta y un peluche, hacemos peinados a un Luke SkyWalker, coloreamos a Kitty de negro y ponemos a Thor una capa rosa con calaveras.
Hacemos lo que nos plazca, porque en jugar no hay nada que esté mal, que nos haga malos en modo alguno. Lo único que no nos perdonaríamos el paciente padre y yo es haber perdido la oportunidad de disfrutar y compartir sus juegos. Si me disculpáis, este caracol-Yoda va a hacer la cena. Y sí, el padre-Elsa va a bañar a la Doctora Juguetes y al dálmata de la Patrulla Canina. ¿La Salvación…? ¡Anda ya, con lo bien que vivimos en nuestro pocito de locura y amor!
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