Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE
SUGERENCIA MUSICAL, «Aquí estoy yo», de Luis Fonsi
No sé muy bien hasta cuando es de mentalmente cuerdos seguir llamando bebé a un ser de dos años, con habilidades y destrezas de escapista de circense y una locuacidad oratoria políglota, que me río yo del traductor de Google. Mi pequeño del alma (que ya declamó otra antes que yo) se hace mayor, y eso me sacude con emociones encontradas, porque por un lado pienso que está hecho un mozalbete, pero por otro entiendo que tarde o temprano, su dependencia hacia mí se irá disipando. Las noches de no dormir o dormir a ratos. Los desayunos con pataleta y espectáculo. Los inicios de unos pasos, que en su caso nunca fueron titubeantes. Lloros y más lloros por un puré que no está todo lo puré que le gustaría. Armarios a rebosar de ropita azul celeste y cuellitos redondos, que dan paso a camisetas molonas y jeans desgastados con tirantes. La vida se va abriendo paso, inevitablemente…
– Hay que pasar a este bebé a la cama, que la cuna le queda ya como una caja de fresones de Palos…
El paciente padre, encargado y jefe de obras en el hogar, me lanza mirada inquisidora: qué quieres decir con eso. Sabe de mi afición a disponer de sus habilidades con el bricolaje, en las que no reparo jamás en el esfuerzo, sino en el resultado. Lo sé, es de muy abusona, pero en casa tenemos los rolles repartidos, y no por géneros, precisamente, sino por virtuosismo. Yo hago una lasaña que quita el sentío. Él pinta las paredes que me río yo de Altamira. Dicho lo cual, mi maridito se gira y musita en alto:
– Algo me dice que Mister Rodillo ataca de nuevo…
– Atacar, atacar… – Lo cojo por la cintura y nos quedamos así dos centésimas de segundo, antes de que los niños decidan acabar con la magia del contacto físico de pareja, tan inesperado como molón – Lorenzo, hijo, que me haces dañooooo…
Vaya que sí. Mi bebé (aún no duerme en cama, así que me permito la licencia: primero pintar, ahí estamos…) exterioriza celos + pertenencia + posesión + necesidad con lo que puede y le resulta más contundente. Con esos dos graciosísimos paletos, también llamados incisivos, se apaña la mar de bien, mordiendo a diestro y siniestro, en aras de ‘oigan, un respeto, que mamá es mía: mi tesoroooo’. Y cual herramienta primitiva, afilada como el sílex, te tira un bocado te que deja fino, Filipino.
– ¡Lorenzo, no se muerdeeeee…! – Mi mayor sale en mi defensa, pero poniéndose a cubierto: el miedito es libre.
– La madre que va a p*rir: ¡este niño es un velociraptor!
Con cuidado pero contundente, pongo al pequeño en la esquinita de pensar: la versión 2.0 del rincón de cara a la pared de la generación del 75. Como en casa practicamos en ‘piensas, luego existes’, lo de castigar no entra en los planes educativos domésticos. El bebé, que aunque tiene dos años y dientes de dos años y cuerpo de mucho más de dos años, entiende que está allí sentado, sin juguetes a su alcance, porque algo no ha ido bien. Supongo que en su foro interno, a solas con sus pulsiones aun a medio educar, le parecemos todos una panda de mamones: no dejarle jugar con el coche de Peppa Pig y no poder ir al ordenador de mamá a tocar cien teclas a la vez, en aras de cambiar el vídeo de Youtube, es un fiasco colosal.
– ¡Noooooo, nooooo, nooooo…! – Lorenzo llora, pero sé, por su tono, que no es de pena, penita, pena, sino de ira contenida.
– No se muerde, hombre, no se muerdeeee… – El paciente padre se le acerca, queriendo calmar su ansiedad, momento de vulnerabilidad que el bebé aprovecha para darle un tirón de pelos – ¡C*jones, pero este niño está poseído…!
Con tres pelos de papá en su mini puñito y supongo que cuarto y mitad de epidermis de mamá entre los dientes, el aun bebé de la casa sigue enfadadísimo con su entorno. De nada vale lo que le digamos o los intentos que hagamos por amainar la perrencha: hay que dejarlo, que se tome su tiempo para bajarse del borrico.
– Mamita, y si Lorenzo va a dormir en una cama porque ya casi es un niño, ¿yo puedo dormir en un cohete? Es que soy casi un chicazo… – Ojos redondos, a rebosar de emoción.
– Pues no sé… – Intento aguantar la risa, porque el momento de emoción solemne lo requiere – Ya sabes que las actividades de riesgo hay que comentarlas con papito, que es el que sabe…
– ¡Vale! – Se le dibuja en la cara una sonrisa loca – Pero si me pregunta si se lo dije a mamá y mamá qué te dijo, ¿qué le digo?
– Le dices que lo del cohete es cosa suya… – Le acaricio la cabeza, mientras miro por el rabillo del ojo como Lorenzo se hace el mutis por el foro, reptando, cuerpo a tierra, para hacerse con el dichoso coche de Peppa Pig, que lo tiene loco de atracción prohibida. La esquina de pensar crea extraños vínculos, porque ese coche nunca ha sido santito de su devoción.
– Yaaa, pero si duermo en cohete, tienes que decirle a papá que no le ponga supergasolina por la noche, que lo mismo se dispara y ¡fiiiiiiiuuuuuuuuummm…! – Mi mayor hace gesto con la mano: ignition!
– Hombre, no creo: seguro papá que le pone una clave para que no se autopilote sin avisar… – Hay qué ver el control del disparate al que se puede llegar cuando una es madre.
– ¡Hombre claroooo!, pero por si acaso, tú le pones una cuerda al cohete enganchada a tu cama: ¿qué te parece? – Nicolás se me abraza locamente, lo que provoca que su hermano, el aun bebé pero ya no arrestado en la esquinita de pensar (se pasó el período de reflexión por el arquito del triunfo), también se eche en mis brazos.
– A mí todo me parece bien, mientras vosotros estéis cerca… – Les beso la cabeza a los dos, pero…
– ¡Auuuuuu! – Nicolás aparta el brazo con el que rodeaba a su hermano – ¡Mamiiiii, Lorenzo me mordió!
– ¡Lorenzo, hijo, que no se muerde! ¡N-o s-e m-u-e-r-d-e-e-e-e! – Me pongo en medio de ambos y pido ayuda a la Sexta Flota – ¡Papáááá…!
Asoma por la puerta, y sin acercarse pero jocoso, dice…
– Nena, lo mío es el rodillo y la pintura de interiores: la doma de alazanes salvajes es cosa tuya… – Me echa la lengua, se encoje de hombros y sonríe – Cuestión de rolles: a ti se te da mejor todo lo creativo.
– Papitoooo, ¿verdad que cuando acabes de pintar la habitación de Lorenzo me vas a cambiar la cama por un cohete espacial giganteeee? – El paciente padre se ríe, me mira y yo asiento. Nicolás me mira, maravillado – Pero hay que atar una cuerda fuertísima desde el cohete a la cama de mamá…
– … en la que también duermo yo – El padre se sienta en el borde del sofá, ansioso por escuchar el argumento cósmico de nuestro mayor.
– Poooorqueeee si por la noche el cohete se activa y sube así a loco, cielo arriba, hasta más allá de cinco agujeros negros, que mamá venga conmigo, subida en su cama…
Pausa dramática. Dura poco la tensión, porque el paciente padre y yo empezamos a reír hasta que se nos sale el aire por la nariz, fruto del atragantamiento hilarante.
– Pero Nicolás, mamá tiene vértigo y frío, no puede girar y girar y girar por el espacio, por mucho pijama de fibra polar que se ponga en pleno agosto, hombreee…
– Ya, pero es que si me da el sueño volando en el cohete, ¿quién me va a dar de beber cuando tenga sed, en medio de la noche llena de estrellas oscuras?
Y ahí me acabó de encajar todo. Miré al bebé, al mayor, al paciente padre y a la marca del mordisco, que campaba cual tatoo en mi pierna, y pensé: todo evoluciona, pero nada cambia, porque siempre seré para ellos como el aguador de Sevilla. Cántaros de cariño, amor a fraguas llenas. Tiempo, pasa como quieras y ponte cómodo, que ser mamá son galones eméritos, sin fecha de caducidad. A mi cargo, la solera le hace pasar de bueno a mejor, como al Vega Sicilia, oyes…
noemartinez.es
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