Opinión

A propósito de Napoleón

Vicente Torres

Tanto en las primeras etapas de su vida, como ya en las últimas, Napoleón Bonaparte fue objeto de burlas. De niño, por parte de sus compañeros de estudios; de mayor, fueron sus carceleros los que se ensañaron con él. Durante el intervalo, lógicamente, no se le rió nadie, sino todo lo contrario.

Podría pensarse que el relato de los hechos quizá sirviera de lección a la gente mezquina, al ponerla en evidencia, pero no es así. Visto desde su óptica las cosas son así:

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Cuando pudieron hacer el mal, que es lo que les gusta, lo hicieron. De modo que supieron cumplir sus objetivos.

Cuando no pudieron hacer el mal, sino que en esos tiempos convenía más hacer la pelota e incluso convertirse directamente en felpudo, lo hicieron, porque lo que les importa no es conservar la dignidad, ni actuar con decoro, sino sobrevivir, cosa que lograron también. Y si tuvieron que morir en alguna guerra, pues mala suerte, porque evidentemente no lo pudieron evitar, que voluntad para ello no les faltó. Lo que se puede aventurar sin ningún problema es que no hicieron nada por morir como héroes, porque a las personas mezquinas no les interesan esas cosas.

Y ya que la gente mezquina ha pasado a primer plano, quedando Napoleón sólo como pretexto para hablar de ella, conviene añadir que todo el mérito es suyo. La mezquindad no cae de ninguna parte, ni nadie nace con esta condición, sino que se adquiere por decisión propia, sin que se pueda alegar tampoco que ha sido por engaño, sino que en todo momento los interesados son conscientes y, además, tienen la posibilidad de abandonarla, cosa que no es habitual que ocurra. La gente mezquina suele estar satisfecha de su mezquindad y piensa que volviera a nacer haría la misma elección. ¡Disfruta tanto haciendo el mal!

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