Opinión

Teleprogramados

Susana Gisbert

Todos lo sabemos. Si hacemos un ránking de los personajes más odiados, no me cabe duda de que los teleoperadores podrían salir en algún sitio cercano al político de turno, a Satanás o a la mismísima Leticia Sabater y su último hit.

Especialmente esos que se empeñar en interrumpir nuestra siesta en ese preciso día en que llegamos a casa con un cansancio mayor que si hubiéramos corrido la maratón y con el único objetivo de fundirnos en el sofá hasta hacerle sangre si es preciso. Pero estoy segura que tienen un detector, y ese día llaman. Y, además, por el teléfono fijo, que de nada sirve haber silenciado el móvil. Y aunque por más que nos aseguraran que hemos ganado una conexión gratuita de por vida no lograrían reprimir los instintos asesinos, tampoco es eso. Te endosan la cantinela de la oferta tal o cual, con voz monocorde y usando tu nombre de pila para parecer más empáticos, mientras piensas por qué orificio le meterias la empatía, la oferta y el auricular del teléfono. Seguro que saben a qué me refiero.

Pero se puede rizar el rizo. También en esto, Y es que el otro día tuve una experiencia verdaderamente memorable. De esas que te dejan hablando sola. O no. Juzguen ustedes mismos y dirán si exagero.

Mi hija de 15 años acababa de sufrir un atraco a las cuatro de la madrugada, cuando volvía a casa al igual que un tropel de adolescentes en la zona de playa que veraneamos. La cosa no fue grave, pero el avezado lector podrá imaginar el susto y el disgusto y la lógica alteración fruto de la situación. Como no podía ser de otro modo, le robaron el móvil, el maná de los adolescentes. Y, también como no podía ser de otro modo, su mamá se puso a llamar presta a la compañía de telefonía móvil con la que tenemos contrato. Y ahí empieza la experiencia extrasensorial.

Después de un rosario de indicaciones sobre si quería esto o aquello, marque 1, 2 o tropemil, en ese momento en que a duras penas una es capaz de encontrar el teclado sin desconectar la llamada, llegamos al punto en que me informa una voz metálica que todos su operadores están ocupados y que permanezca a la espera. No sin antes advertirme que tardará más de 3 minutos. Ja. Y tanto que más. Hube de escuchar cerca de 80 repeticiones de la musiquilla infernal del tono de espera. Creo que calculan hasta que haya trepanado el cerebro, más o menos. Y entonces preguntan el motivo de mi llamada, y por más que digo “robo” alto y claro como el whisper XL, no lo entienden hasta la tercera vez. Vuelta a la musiquilla y a retomar el efecto trepanación cerebral hasta dejar un hueco apto para una lobotomía.

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Pero al final, el operador contesta. Con voz humana y todo. O casi. Y me dispongo a decir con contundencia que a mi hija le han robado el móvil y quiero suspender la línea. Y ahí empieza el surrealismo. Me pregunta si es el número desde el que le llamo. Tal cual. A punto estuve de decirle que sí, que el ladrón antes de llevarse el móvil tras el consiguiente forcejeo me lo prestó para que hiciera la llamada. Porque la preguntita tiene perendengues. Pero conté hasta 100 –al fin y al cabo, ya lo había hecho con las veces que escuché el tono de espera- y le dije simplemente que no, que era el de mi hija.

Y ahí no termina todo. Después de conseguida la gestión, en una hazaña digna de medalla olímpica, la voz me dice que espere, y, como soy obediente, lo hago. Y me recita las ofertas a que según mi contrato tengo derecho y no puedo rechazar. Y por más que le digo que ya son las 5 de la mañana, mi hija está atacada y yo más y aún tenemos que hacer la denuncia, insiste. Que es una oferta que no puedo rechazar. Y lo confieso. Le grité. “Ahora no quiero nada”. Como si oyera llover. Me dice que comprende mi conmoción pero que puedo ver series, y tener no se cuantas megas y no se cuantitas líneas adicionales de móvil. Y cuando daba al botón rojo con un airado “adiós y gracias” aun pude oir que se quedaba preguntándome qué hora era buena para llamarme. Como lo leen.

¿Verdad que no exageraba?

Puede que yo sea un poco intransigente. Pero aún estoy de pasta de boniato. Y eso que todavía no me han hecho la llamada preguntando el nivel de satisfacción con la atención recibida. Claro que esa supongo que la reservan para la hora de la siesta. Permaneceré atenta. O no.

@gisb_sus

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