Dolç Et

El Dolç Et es uno de esos vinos rarísimos de meditación que no se pueden conseguir, te los tienes que ganar. /JC

«El vino priva al hombre de su buen entendimiento y da causa de delinquir y pecar». Alfonso Martínez de Toledo – Corbacho, 1438

Valencia, jueves 29. 12. 22

JAVIER CARAVACA

Me gustan las citas que no me gustan. Ya me entiendes. El Arcipreste de Talavera es de esos autores clásicos apasionantes que uno debe leer y disfrutar como una lítote. Y sabes que me encanta la atenuación retórica. No: el hombre de buen entendimiento aprecia el vino sin pecado ni delito. Es más, es ahí, en la embriaguez, como en la risa a pierna suelta, cuando el disfraz de buen entendedor se desvela y queda desnudo el gran hombre o el imbécil. De no ser así, habría que meter en la cárcel a JR Romero, ya no por delincuente habitual y asiduo al pecado de beber sin otra moderación que la que impone la cultura, sino también por la herejía de elaborarlo y seducirnos con él, y debiera ser tratado de no menos que asesino. Ya van otras dos lítotes.

La escena del crimen está en Cornudella de Montsant, en Priorat, entre cepas viejas de cariñena. Tiene cómplices, pero atenderemos solo al cerebro de la banda, JR, que apuesto a que amenazó a sus secuaces a punta de pistola, es decir, con la pena de la abstinencia, en caso de no colaborar en silencio. El arma es una vieja barrica a la que se le borró el número de serie para no ser descubierto y que guarda una madre de vino viejo de cuyos padres no quiero acordarme. Las balas ya las he dicho, bolas negras de cariñena en sazón de un calibre muy pequeño, nada de mazuelas ni gaitas, que eso sería anatema en la zona. El modus operandi tiene todas las trazas de un asesino en serie: vino maduro, encabezado, que refresca la vieja madre con una pócima secreta ajerezada, en pequeñas dosis, para que no se diluya la magia, lo justo para poder sacar cincuenta litros de esa sangre cada año y continuar matándonos con ese veneno de forma sempiterna.

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Cuando lo viertes en la copa se muestra enigmático. Una suave paleta de cretas inquietante, ligeramente turbia, te deja en cueros: ¿será blanco… será tinto? ¿Qué demonios es? Lo hueles, porque no lo puedes evitar, y la incertidumbre es mayor: aromas dulces complejos y sutiles, abrazados por una frescura licorosa, que resultan inextricables. Bebe, te dice, bebe y verás. Pero no terminas de ver ni bebiendo: ataca fresco, inesperado, se va desarrollando untuoso, con buen peso, envolvente, sí, pero sin resultar empalagoso, por más que es dulcísimo, y se marcha sin irse del todo, con una persistencia digna de los más tenaces, licoroso como ya amenazaba al primer soplo, pero con ese recuerdo adictivo del crimen pasional. Después de quedarte mirando la copa y tratando de entender, reverdecen unos aromas balsámicos de regaliz que te habían pasado desapercibidos, anisados quizá también, armados de piedras y especias dulces, y se desnuda un perfume de guindas al Kirsch majestuoso.

Escribo esto apurando la botella, a solas, como JR me enseñó que se beben los mejores whiskies cuando ya no queda nada alrededor. Lo digo por el espíritu del Arcipreste Don Alfonso, por si me escucha y considera que mi buen entendimiento se perdió de tanto beber, si es que alguna vez lo tuve. Quizá tampoco. El Dolç Et, en definitiva, es uno de esos vinos rarísimos de meditación que no se pueden conseguir, te los tienes que ganar. No se compra en ningún sitio, ni se vende: se conquista. Y no es que yo haya hecho méritos para merecerlo, pero se lo robé una vez. Una detrás de otra.

La víctima, por cierto, la próxima víctima, serás tú.

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