ENRIQUE ARIAS VEGA
08. 06. 22
Según algunos estudios, en España hay unos 2,4 millones de ciudadanos deprimidos, lo que es una barbaridad. Confieso ser uno de ellos, con pensamientos fúnebres, tendencias negativas y la consideración de que las cosas van mal y pueden ir todavía peor.
Sé que todo ello es producto de mi conciencia, mi mentalidad, mis nervios o como quieran decirlo y por eso me estoy tratando para combatir ese estado de cosas e ir tirando.
Los síntomas, ya lo he anticipado, son una desidia vital, un desinterés por lo que pasa y un vivir al margen de los acontecimientos que a otros tanto les apasionan y hasta les conducen a manifestaciones de euforia.
¿Que por qué les cuento todo esto? En primer lugar porque es verdad, en segundo lugar porque creo que mis lectores tienen derecho a saberlo para evaluar mi opiniones y en tercer lugar porque hacerlo público es una especie de terapia de algo que, como se ve, es más frecuente de lo que muchos creen y que afecta a muchos de nuestros conocidos sin que lo sepamos.
Lo cierto es que tengo que esforzarme mucho para encontrar de qué hablar —de qué hablar y de qué escribir, por supuesto—, dada mi abulia vital. Por eso, suele acontecer que cuando converso con mis esporádicos y escasos interlocutores, ante mis prolongados silencios ellos suelen creer que estoy escuchando muy atentamente lo que dicen y que soy un estupendo confidente y no como otros que se pasan todo el rato charlando y sin dejar meter baza al otro.
No todo es negativo en esta situación mía, pues es verdad que ante las dificultades propias me he vuelto más empático hacia los demás y comprendo mejor sus problemas, con lo cual es cierto que suelo ser mejor receptor de confesiones ajenas de lo que era antes de mi estado depresivo.
O sea, que no hay mal que por bien no venga, aunque esto de la depresión sea un mal en sí mismo y que hay que combatir con todos los elementos que se pueda.
Agregar comentario