Las circunstancias de una mujer cuando de manera asombrosa se ve envuelta en una red internacional de narcotráfico.
Valencia, domingo 01. 05. 22
JAVIER CARAVACA
“Entonces, con una de mis manos me acaricié el coño y lo noté mojado hasta casi ‘hablar en voz alta’. Mientras, con la otra mano acariciaba el suyo metiendo dos dedos dentro.” Te pido disculpas de antemano, paciente lector, por arrancar con este brío en caso de que estés desayunando. El entrecomillado no es mío, es una textual de Operación Vivaldi, de Wilfredo Estévez. Sabes que yo no podría escribir tal cosa, no tengo lo que hay que tener para acariciarlo. Y, ya que me lo preguntas, empiezo así porque en esas cabalgaduras arranca el galope la novela, describiendo en primera persona las experiencias sexuales de la protagonista cuando joven, perfilando el carácter de una cubana emigrante que descolla por su promiscuidad.
El primer tercio de la obra se entretiene en descripciones de esa guisa, pisando el terreno de la novela erótica. Sin embargo, no trata de eso, sino de las peripecias de la mujer, en el sentido aristotélico de la palabra, cuando de manera asombrosa se ve envuelta en una red internacional de narcotráfico. Su hambre de todo tipo de carnes no es pues la justificación de lo que va a suceder, no te hagas ilusiones, sino más bien un aderezo narrativo. Con una suerte de deus ex machina, en el segundo tercio aparece Gabriel, un enigmático hombre que la colma de dinero a cambio de hacer de courier. Tampoco es el protagonista, y tampoco se lo folla, ya te he dicho que no te hagas ilusiones: en el último tercio apenas se nombra, es ella quien toma las riendas de la organización.
No se trata de una novela de género, si bien está a caballo entre la erótica, la novela negra y la rosa. Tenemos abundante sexo al principio, una mujer promiscua entre pistolas, cárceles y narcos, y relaciones sentimentales con ternura. Están los mimbres para los tres. Quizá el que se arroga el leit motiv de la historia es el negro, pero de manera inhabitual, invirtiendo el canon: no hay detective de moral ambigua, al contrario, los arquetipos de moral son claros y de una pieza, propios casi de la novela fantástica; la mujer fatal es la protagonista, y conocemos todos sus rincones, no es la pantera inalcanzable de Chandler; los malos son honestos y comprensivos, no fuman; y el nudo de la trama es suave, se deshace solo y sin tragedias en un final feliz. Tal vez sea esa la intención de la novela, con mejor o peor fortuna, eso ya lo decides tú, la de mirar del revés el clásico negro, como esas películas de zombis en las que los buenos son, precisamente, los zombis.
Y ya que me sacas el tema, tiene el tono de esas películas de entretenimiento que discurren sin llevarte el corazón por una montaña rusa, donde los hechos suceden con calma y las relaciones personales sin sustos. La propia protagonista lo confiesa sin querer: “Por momentos, supuse que era la protagonista de una de esas pelis con las que tantas veces me he distraído.” No obstante, la parte más interesante, a mi juicio, no es esa, sino la de descubrir cómo imagina un hombre español los sentimientos de una cubana promiscua. No es la intención de la obra, claro, pero es inevitable deducirlo: todo lo cuenta ella, en primera persona, como si fuera un diario. Así podemos atisbar esa perspectiva del autor.
En el aspecto literario, lo más destacable es su pincelada sanchopancesca. Como un epígono del escudero, el autor pone en boca de los personajes un florilegio de refranes españoles bien conocidos por todos. En algún pasaje, el énfasis refranero se convierte en una orgía: “Así lo que tendría que hacer era estar contento por tener la excusa de salir ¡ilesos y ricos! ¡Que la avaricia rompe el saco!, y que ¡un costal lleno cuesta mucho de mover!, y que ¡no hay mal ni bien que cien años dure!, y, por último, que ¡a buen entendedor, pocas palabras bastan!”. Con la orgía terminamos. Y no te hagas ilusiones, es la única de la novela.
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