Cultura RELATOS

Almizcle

FOTOGRAFÍA FRANCISCO ÁLVAREZ
FOTOGRAFÍA FRANCISCO ÁLVAREZ

Cuando sí y no están tan cerca que parecen besarse los labios, no hay cordura que resista.

Lunes, 28. 03. 22

NOE MARTÍNEZ / PALABRAS OLVIDADAS

ALMIZCLE

A veces, verte es la llamada de atención de un suicida a punto de lanzarse al vacío. Por enésima vez, con los pies descalzos al borde del abismo, miro hacia abajo y ahí estás. Sonriente, luminosa y alegre. Jodidamente alegre, y esa es mi condena. Con los brazos abiertos, despliego ganas y alas. Esas alas y esas ganas que se cansaron de esperar a que tu corazón dejase de jugar con el mío a los dados. Porque trío y pareja, en la cama, como en la vida, no son siempre garante de punto y baza. Contigo, amor, la probabilidad es una ciencia incierta y sinuosa. Cuando sí y no están tan cerca que parecen besarse los labios, no hay cordura que resista. Disculpa si al mirarte sigo sintiendo fuego en las entrañas, pira de voluntades y miedos, de preguntas que aun hieren de madrugada.

– ¡Llego tarde…! – Tomas asiento a mi lado como haces todo en la vida: haciéndote notar, que no ha nacido la luz para las tinieblas.

– Tardísimo… – Me río mientras se me eriza la piel al contacto de tus labios en mi cara. Eres una central termonuclear. Pum.

– Llegar tarde es de guapas… – Te ríes y haces el signo de la vitoria con los dedos – Tengo tanto que contarte. ¡No sé por dónde empezar…!

Haces señas al camarero para que te ponga un café. Vuelves a mirarme, mientras te quitas el abrigo y el pañuelo. Te despeinas sin querer, pero incluso así me pareces un cuadro de Sorolla. Mechones de pelo que giran y bailan a su merced, despreocupados y seguros. Un trazo de óleo blanco en la inmensidad de sus mares azul turquesa. En ti misma, eres arte y movimiento, atractivo y deseo. Dudo que Sorolla estuviese tan cogido por los huevos por sus marinas y sus océanos como tú me tienes a mí, Paula. Suspiro en defensa propia. Soy una olla presión a punto de hacer piiiii.

– ¿Crees que podrás hacerme un resumen previo o vas a estar hablando dos horas sin remedio…? –

Vuelvo a reírme, pero no lo hago solo. Tú también lo haces al saberte descubierta: ¿por qué resumir si puedo ampliar? Ahá. Así eres. Así me encantas. Voy a morir, ¿ya lo he dicho, verdad?

Con tu habitual jovialidad, me cuentas cosas de tu nuevo trabajo, que me interesan en la medida de que eres tú la que las narra. No entiendo nada de balances, de estadísticas, de inversiones ni de nada que tenga que ver con cuadrar datos que no pueden dar lugar error. Yo mismo, en esencia, soy un error con tendencia a repetirme. Te miro, sin estar seguro de estar escuchándote, y pienso que no debimos cruzarnos jamás. Tú y yo, en estos términos de amistad con tensioncita sexual, no debimos cruzarnos ni un hola. Es complicadísimo no traspasar el check point Charlie cuando al destino se le antojan dos vinos y un baila conmigo, Pabloooo, que esta es mi cancióooooooooooooon. Y la bailo, y la gozo y la canto, que cantaban aquellas. Porque cualquier excusa es motor de búsqueda para dar con el botón que nos haga ver de una puta vez que tú y yo somos el primer resultado de GoogleMaps.

– ¿A que no sabes a quién me encontré en Marketing? A Miguel. ¿Te acuerdas de Miguel? – Te mesas el pelo detrás de la oreja, pero, insolente, vuelve a desobedecer tus intenciones. Toda tú, indómita e imán.

– Como no voy a acordarme de Miguel… – Arqueo las cejas y sonrío, amargamente – Ese imbécil no te mereció nunca.

– Ya, pero…

A lo largo de la vida me he convertido en tesorero de saberes inútiles. Saberes que no siendo de esos que inspiran vídeos virales en TikTok, me han enseñado más que los libros gordos de bachiller y facultad. Las conjunciones, palabras invariables en género y número, que conectan a dos oraciones para complementar su significado. De todas ellas, ‘pero’ es la más fascinante, porque es capaz de convertir lo malo en bueno. Y lo bueno…

– Quedamos un par de veces este último mes y creo que esta vez puede salir bien.

Sujetas la taza de café improvisando un abrigo con tus manos. Lo haces siempre. Me maravilla mirarlas, pequeñas e infantiles, ofreciendo protección a todo lo que tocan. A todo, menos a ti. Esas mismas manos que mil veces he tenido entre las mías, curando pupas que jamás eran mías. Pupas por un aquel, un otro, un Miguel de los cojones, que juega que te creas que esta vez sí, esta vez puede salir bien. Tengo el corazón curtido en servicios de reanimación a domicilio. Pablo, vente a casa, que nos hacemos un Netflix de mantita. El plan me pone la miel en los labios, hace falta ser gilipollas. Pero esos mismitos, los gilipollas, que vivimos con el miedo y la ilusión de que alguna vez se declare el Día Internacional del Gilipollas, no tenemos remedio. Ni antídoto. No tenemos ni visión de juego, necesidad de cámara VAR. Lo sé. Miguel es un mamón, un guapo que lo sabe y se lo cree. Un guapo que sabe que Paula es buena de más. Está buena de más. No puedo dejar de mirarte la boca, y eso los amigos no lo hacen. O sí. Yo ya qué coño sé…

– Paula, aléjate de ese tipo. No va a cambiar. Lo sabes tú, lo sé yo y lo saben los negritos de Zimbabue… –

Hago sonar mis dedos, nervioso, en la mesa. Acercas tu mano, para tranquilizarme. Error 404, fatal mistake. 3,2,1, ignition…!

– Miguel…

Me miras con los ojos brillantes. Quieres llorar, pero no lo haces, porque sabes que si lo haces, empezaré con mi campaña de acoso y derribo a ese mamón. No puede ser que en dos semanas, tres, qué más da, ya estés otra vez igual. El radar de relaciones tóxicas lo tienes averiado, amor. Encadenas Migueles que te hacen la vida mártir, esperando a que suceda un milagro, y alguno valore lo que eres. ¡Y mira que eres! Eres todo y más. Pero claro. Los amigos que sabemos que entre nosotros hay algo pero es mejor no tentar por si no funciona y nos quedamos con un polvo pero sin amistad, no podemos cargar las tintas con los halagos. Muérdete la lengua, Pablo, no vaya a pensar que quieres desnudarla con calma, pasarle el índice por su hombro hasta que la tira del vestido venza, sinuosa, dejando al aire sus lunares y constelaciones. Muérdete la lengua, Pablo, para que no parezca que cada vez que la consuelas, en realidad estás posando tus labios en su pelo, bajando por el cuello, hasta donde el pecho hace cordillera y valle. Muérdete la lengua, Pablo, para que no parezca que tus manos en las suyas son una caricia en su cadera de almizcle, tempestad y remolino, tormenta eléctrica de sudor y ganas.

– A ti no te vale nadie para mí, Pablo… – Sonríes, haciendo una cara fea. Yo hago sonar mis labios, como un periquito – No te vale nadie…

– No es verdad… – Te miro, sin poder sacar los ojos de ti.

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– Sí lo es… – Sigues haciéndome cucamonas, sin dejar de juguetear con tu dedo en mi mano.

– Y si así fuese, ¿qué…? – Me dejo acariciar la mano, aunque apartarla jugaría más a mi favor y al de mi estabilidad mental. Para ti todo lo mío es un juego sinuoso, provocador, porque te sabes dueña y ganadora. Los dos sabemos que tú sabes que entre nosotros hay lo que tú quieres que haya.

– Pablo, ya lo hemos hablado. Nos conocemos demasiado. Todas nuestras mierdas al descubierto: lo nuestro no funcionaría jamás – Te ríes, pero no lo haces de verdad. Te ríes, nerviosa, escudo, santo y seña.

– Habla por ti…

Me retrepo en la silla, notando como el sudor empieza a hacer incómodo mi jersey. Me lo quito. Me quitaría hasta la piel, que a tu lado también me sobra. Me miras. Sé que te gustan las camisetas blancas y los jeans. Es un must have, pero también un comodín de atracción, me dices siempre. Hoy coincidió, y veo que no te pasa desapercibido.

– Se ruega no tirar de trucos para que caiga jodidamente rendida a tus pies. Esa camiseta… – Te tocas el corazón, payasa, tocada y hundida. Me tocas el brazo, con el dedito, como si lo perfilase.

– Se ruega no tocar la fruta, gracias…

Me río. Pongo mi mano sobre la tuya, febril y ausente. Mi cabeza vuela, salta contigo por los aires. Te miro, cómo dejar de hacerlo. No eres la primera cara bonita por la que pierdo el sentido, que no soy de los que pasa por la vida de puntillas. Si de pillarse hablamos, yo tengo un máster. Porque el que nace aficionado a sentir, hace de la vida esa ansiada ola de surfista. Y de todas ellas, Paula, tú eres mi Nazaré: tubo, espuma, fuerza, arrastre y arena de playa.

– No me mires así… – Te digo – Porque si sigues haciéndolo, tendré que besarte.

– Tú eres idiota, ¿lo sabes? – Te ríes, nerviosa.

– Soy idiota, pero un idiota que besa…

Te vuelves a reír, pero no te levantas y te vas. No cambias de tema. No sacas a pasear al marracho de Miguel ni a ningún otro que merezca apelativo y mención honorífica. Esta vez, el borde de la piscina pedía a gritos mi salto sin pirueta, sin filigrana que desvía la atención de lo único y lo importante. Permíteme el símil, la metáfora y el atrevimiento, si digo que clavarla en una ejecución perfecta, sin desplazar demasiada agua, sin hacer mucho ruido, pero levantando ovación, suspiro y aplauso, es pensamiento único y recurrente. Como la llamada de atención del suicida al borde del abismo que te decía, pero ahora con ganas de comerte la boca.

-Pablo… – Shhhh, te susurro al oído, mientras te sujeto la cara con las manos – ¿Y cuando esto salga mal, quién me va a pegar el corazón? ¿Quién me va a dejar su lado favorito del sillón y me va a calentar los pies mientras le cuento que eres un mamón que me hace sufrir? ¿Quién?

– Si eso pasa… – Te hablo con mis labios sobre los tuyos, gestionando aire y ganas para no morir de apnea

– Te prometo que seré yo el que hostie a ese imbécil por haberte dejado escapar.

Y no es besar, que besos hay miles y muchos. Es besar así, activando el escudo anti realidad, flotando y haciendo que todo gire por y para mí, para nosotros y por primera vez. Conexión y tubo de gusano, transporte inter espacial, planetas, satélites y estrellas fugaces. Fuegos artificiales que electrizan cada centímetro de la dermis y la psique. Yo, que tengo el récord del mundo en plantas que se suicidan y rotuladores permanentes que se van al segundo lavado, no hago planes a largo plazo. Vivo, siento, deseo y quiero. Y todo esto lo quiero en ti y contigo, Paula. Me gustas más que comer con los dedos, joder.

 

OTRAS PALABRAS OLVIDADAS DE NOE*

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Légamo

Adarve

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*Todos los relatos de Noemí Martínez en nuestra sección de CULTURA – RELATOS

 

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