Vacuna obligatoria

JC

«Quienes fundaron la polis ateniense difícilmente se habrían sometido a la igualdad de voto si eso hubiese llevado consigo otorgar poderes de requisa a la mitad más uno.» Escohotado – Los enemigos del comercio.

21.12.21

JAVIER CARAVACA

Imagina un mundo en el que los Estados prohíben el consumo de algunos alimentos, con el argumento de la defensa del medio ambiente, el respeto a los animales y la protección de la salud. Defensa, respeto y protección, son palabras que presuponen buena fe, evocan conceptos que sugieren nobleza. Imagina que en ese mundo se prohíbe de igual modo el consumo de algunos principios activos, bajo el nombre de drogas y venenos, arguyendo la misma bondad, sobre todo la de la salud. Droga y veneno son, por contra, palabras que suscitan temor y peligro. Imagina también que los Estados no toman esa decisión de forma unilateral, sino avalados por un referéndum en el que una mayoría amplia de la población acepta y prefiere tales prohibiciones, democráticamente y sin ninguna duda sobre el proceso. Imagina que, con una mayoría igual de incuestionable, y refrendados por la bondad que subyace a la protección de la salud, los Estados obligan al consumo de algunos alimentos, de algunas sustancias, o, más allá, a recibir un determinado tratamiento farmacológico. Imagina que no se requiere ninguna prescripción médica para administrarlo, más bien al contrario: sin anamnesis, sin patología, sin diagnóstico, se impone legalmente el tratamiento. Imagina que se aprueban leyes para apartar de la sociedad a quienes prefieran no someterse al tratamiento, mediante internamientos forzosos y arrestos domiciliarios. Imagina que la mayoría de la sociedad estigmatiza a esas personas retirándoles el saludo, el trabajo, la amistad, la asistencia, el abrazo. Imagínalo… Ahora, abre los ojos.

Decía Antonio Escohotado, y ya podemos citarlo con solemnidad, que «de la piel para adentro mando yo.» Por suerte para él, ya no tendrá que ver cómo el Estado le obliga a tomar determinadas drogas. Habría sido de una ironía lacerante, después de luchar media vida por defender el consumo libre y responsable de cualquier cosa, hasta el punto de ennoblecer con sus huesos la cárcel de Cuenca. Libre y responsable son adjetivos loables, uno próximo a la naturaleza y el otro a la virtud, uno que viene dado al nacer y otro que se adquiere con esfuerzo. Y son deseables en tanto que se oponen a unos antónimos que producen rechazo en cualquier persona sensata: esclavo e irresponsable. Sin embargo, y Antonio no se cansaba de sorprenderse por ello, hay personas que prefieren la seguridad y la confianza y rechazan la responsabilidad, renunciando con ello a su autonomía. Todos conocemos personas así, que prefieren que les digan lo que tienen que hacer, obedecer órdenes con disciplina, evitar la responsabilidad de tomar decisiones y dormir con la seguridad del pan de mañana, aunque solo sea pan. A otros, en cambio, les gusta más escalar montañas por el lado difícil, donde está el cartel de peligro, sin saber si arriba habrá comida. Así es el mundo real, hay perros cariñosos y obedientes que se complacen con estar junto a la estufa en invierno, a los pies de su amo, felices comiendo de la mano, sin preocupaciones y con la seguridad que proporciona la caricia, pero también hay tigres salvajes, indóciles, que gustan de correr por la selva, aparearse con pasión y procurarse el alimento en una lucha descarnada. Bastaría con entenderlo y aceptarlo, no hay necesidad de hacer un referéndum sobre la justicia o injusticia de ser perro o tigre. Sobra con aceptar la elección libre de cada cual. El problema empieza cuando algunas personas con instintos de tirano, eficientes y perseverantes en su trabajo, henchidos por su ideología o por sus intereses, o ambas cosas, se creen con autoridad para decidir cómo tienen que vivir los demás. Y el problema se torna tragedia cuando los perros les obedecen fieles, y ladran y muerden a todo el que se oponga a su dueño.

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Existen muchas razones por las cuales no debe ser obligatoria una vacuna, pero no hace falta entrar en detalles y ensuciarlo todo, basta con quedarnos en el zaguán de la más elemental: una persona en pleno uso de sus facultades debería poder elegir si se somete a un tratamiento farmacológico o no, máxime cuando los efectos beneficiosos no son seguros al cien por cien, ni pueden descartarse completamente los adversos, y más aún cuando no hay una prescripción médica que lo indique, y, sobre todo, cuando la persona está sana. Si superamos la barrera de considerar enfermos a los sanos, si omitimos la necesidad de una prescripción médica individual, previa anamnesis del paciente, si no exigimos pruebas estadísticas contrastadas con el paso del tiempo y de los casos, tan necesarias en los fármacos, que no entienden de matemáticas infalibles, sino que obedecen a una suma infinita de excepciones particulares, si no aceptamos que una persona es libre de la piel para adentro… todo lo demás no importa. De nada servirá luchar en ningún ámbito por la libertad y los derechos de los ciudadanos, porque la piel es el único sostén que tenemos para no derramarnos por el suelo, y, perforada la epidermis, cualquier agente externo puede entrar y matarnos desde dentro.

La cuestión no es susceptible de referéndum, nadie está legitimado para votar sobre qué debe entrar en el cuerpo de otra persona. Tener que recordarlo resulta aberrante. Tampoco es caso que se pueda fiscalizar. Nadie tiene autoridad para exigir información sobre qué ha entrado en tu cuerpo o qué no. Qué has comido, qué drogas has tomado, qué vacunas no, con quién te has acostado, son asuntos reservados de la más íntima privacidad. La excusa de que puedes ser contagioso es insuficiente: todos podemos ser contagiosos de millones de patologías y estamos expuestos a un sinfín de agentes mortíferos, así es la naturaleza y hemos de convivir con ello. Según los últimos doscientosmil años, no se nos ha dado tan mal.

Imagina un mundo donde se eligiera por votación qué fármacos debes tomar y donde tuvieras que demostrar que los has tomado, so pena de aislamiento forzoso, en aras de la protección de la salud. Imagina a los fieles medicados reunidos en un restaurante, compartiendo su libertad, pero infectados y contagiándose unos a otros. E imagínate tú solo, sin amor, encerrado y sano. Ahora abre los ojos, y dime que ese mundo no puede ser real.

El problema, decía, empieza con el tirano, y se agudiza con los perros fieles ladrando. Pero el tirano olvida que al perro le riñes, le pegas y aun así te respeta y te adora como a un Dios, tal vez incluso más. Pero el tigre… el tigre no. Y somos muchos tigres.

 

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