“La pobreza de la humana inteligencia es muchas veces abundante en palabras.” San Agustín – Confesiones.
Domingo, 29.08.21
JAVIER CARAVACA
Reconozco talento en el uso que hace Pablo Iglesias del lenguaje. Taimado quizá, deshonesto y preñado de doblez, es posible, pero brillante en cualquier caso para el fin que tiene la voz humana: la persuasión. Hoy vamos a analizar desde un punto de vista lingüístico una de sus últimas citas, sin valorar el fondo del mensaje: “una estructura de poder mediática que ha blanqueado a la ultraderecha, que representa la mayor amenaza a las libertades, la democracia y la verdad.”
El lenguaje, en contra de lo que enseñan en la escuela, no es un vehículo de comunicación. Eso del mensaje, el emisor y el receptor, el código, etc., es un análisis formal que no sirve para entender su utilidad. También sirve para comunicarse, pero su principal objetivo es persuadir. Cuando alguien habla es para conseguir un efecto en quien le escucha, motivado por interés. Lo cual no significa que la persuasión sea dañina: un “hola qué tal” o un “te quiero” buscan agradar, son recibidos con benevolencia, aunque persuadan. Ordenar las ideas y transmitirlas por la radio, por más que se llame medio de comunicación, es un ejercicio de persuasión por antonomasia.
El primer aspecto de esa cita de Iglesias que debe tenerse en cuenta es precisamente el de su finalidad comunicativa, la persuasión. De otro modo no podemos profundizar en el entendimiento del mensaje. La idea de la que quiere persuadir al receptor es la siguiente: hay una posibilidad grande de que Vox forme parte del próximo gobierno de España, lo cual es muy peligroso y debería evitarse. Para demostrar la idea Pablo enuncia la cita. El fin es concienciar al receptor para que tome medidas y evite el peligro. Hasta aquí, el uso del lenguaje es prudente y legítimo: algo es peligroso, digo por qué, y prevengo a quien me escuche del riesgo. Sin embargo, si analizamos la cita internamente podemos observar un abuso deshonesto del lenguaje, en tanto en cuanto la cita, esto es, la demostración de la idea, no obedece a la buena fe argumentativa, sino que está plagada de falacias lógicas y de un uso impropio de las palabras.
La “estructura de poder mediática” es un concepto brillante que Pablo viene utilizando desde hace tiempo, a veces con el adjetivo enorme, por si fuera poco terrible en sí. Estructura es un término que nos evoca orden y relación de las partes de un conjunto. Estructura de poder, por tanto, indica jerarquía, mando. Así, la estructura de poder mediática nos deja una idea zumbando en la cabeza de organización poderosa de los medios para ejercer el mando. Son palabras sencillas, pero juntas sugieren una sensación angustiosa de conspiración. ¿Existe tal cosa? Los medios de mayor audiencia, en cuestiones políticas, son: en televisión, La Sexta, TVE, Antena 3 y Telecinco; en radio, La SER, la COPE, Onda Cero y RNE; en papel, El País, El Mundo, La Vanguardia y ABC. No es difícil darse cuenta de que compiten por público de diferentes inclinaciones políticas, sin ninguna jerarquía de mando entre sí, sin estructura organizada, y mucho menos con la orientación de la que Pablo nos quiere persuadir: “blanqueando a la ultraderecha.” ¿Acaso La Sexta, El País y La SER, líderes de audiencia política en su sector, tienen algún sesgo de derecha? El uso lingüístico de “estructura de poder mediática” es cínico en cuanto a su significado, por el descaro con el que, a sabiendas, no responde a la realidad.
“Blanquear a alguien” es un uso impropio y se construye sobre la falacia de petición de principio, aunque de forma elíptica. Blanquear, en el sentido con que Pablo lo quiere utilizar, es ajustar un dinero negro a la legalidad. Metafóricamente, podría servir para ajustar a la legalidad la actitud política ilegal de alguien. Pero no hay nadie fuera de la legalidad política a quien sea necesario blanquear, ahí reside la falacia: da por buena la premisa de que Vox, que es a quien se refiere, es un partido ilegal, lo cual no queda demostrado por la conclusión. Añade “ultraderecha,” con un uso meramente enfático, pero también impropio, amén de que es una falacia ad hominem. El argumento falaz reside en que la ultraderecha es mala y reprobable, y por tanto si se une el blanqueamiento de algo despreciable a esa estructura de poder mediática se induce al receptor a formarse una idea malvada del sujeto, es decir, se le persuade para que desconfíe de la estructura de poder. Pero es básicamente impropio, refiriéndose a Vox, el término ultraderecha. Conviene no desvirtuar a las palabras de su significado y exagerar con demasiado énfasis. Que Vox sea el partido más a la derecha del parlamento no significa que sea extremista, al menos no es posible deducirlo lógicamente de su programa, ni de sus discursos, ni de sus integrantes, y tampoco de sus hechos políticos. Quizá entre sus fans se encuentren personas de extrema derecha, pero no definen las características del partido. Del mismo modo, Podemos abriga a fans del comunismo extremo, y tampoco debemos calificar al partido de izquierda radical comunista sin pecar de exagerados y abusar del lenguaje.
La organización de la frase tiene nidos complejos, y después de persuadirnos de la malignidad de esa estructura de conspiración, nos atemoriza con que “representa la mayor amenaza.” El énfasis es simplemente retórico, y simplemente falso. La tal estructura de poder, para representar algo, debería ser real. Pablo utiliza el verbo representar en su séptima acepción: ser símbolo de algo. De existir una estructura de poder mediático podría ser la imagen de una calamidad amenazadora, pero tal cosa como “la mayor amenaza,” algo así como el apocalipsis o la colisión de un meteorito con la Tierra, no lo puede simbolizar algo que no es real. Ni siquiera en su cabeza existe ese peligro, porque sabe que los medios en su conjunto no están estructurados con una jerarquía de poder, ni que blanqueen a la ultraderecha, ni que haya ultraderecha. No obstante, la explicativa es ambigua gramaticalmente, porque el sujeto, el que amenaza, podría ser la estructura, pero también la ultraderecha. Tal ambigüedad lingüística le resulta útil a Pablo para ejercer la persuasión, mezclando varios venenos en un crisol de brujo del que solo puede salir el mal. Sea como fuere, la ultraderecha, cuya existencia no se puede demostrar con las premisas, no puede ser símbolo de la mayor amenaza del mundo.
La amenaza es, al parecer, contra lo más sagrado: “las libertades, la democracia y la verdad.” El análisis de todas las falacias y usos impropios de esas tres palabras colocadas al final alargaría este texto más allá de lo educado. Destacaré pues solo algunos detalles infames. Las tres están enunciadas en equilibrada potencia, siendo tres conceptos que no guardan relación. La verdad no es objeto de la política, ni de la ultraderecha, ni está en riesgo por una estructura de poder mediático que no existe. La verdad es la conformidad de las cosas con su concepto, lo que no se puede negar racionalmente, la realidad misma. Su uso en esa frase es casi un oxímoron, después de tanta falacia, impropiedad y ausencia de veracidad, que además no viene a cuento. La verdad, como concepto, es inmutable. Las libertades, que sí son objeto de la política, esto es, del arte de la convivencia, no están en riesgo por la estructura de poder mediática que no existe, ni por la ultraderecha imaginaria. Aunque ambas cosas fueran reales no pondrían en peligro las libertades más allá del riesgo al que las somete cualquier político, gobierno o Estado. En este país, las libertades están concedidas por el Estado a los ciudadanos, no emanan de su naturaleza. El riesgo de que se pierdan es palpable, sea quien sea el que tire de los hilos, por el mero hecho de que hay hilos. Sería como decir que la ultraderecha es la mayor amenaza para que nos suban los impuestos, o nos metan en guerra, o escriban cualquier disparate en el BOE. El Estado es la mayor amenaza contra las libertades, lo único que está por ver es quién toma los hilos cada cuatro años para cercenarlas. Y por último la democracia, abrazada entre la libertad y la verdad. Quizá estuviera en riesgo si un político extremista y totalitario tomase el mando y pudiera controlar una estructura de poder mediática. Quizá Vox sea eso, o quizá Podemos, o quizá cualquier otro, es muy probable, tiene toda la pinta, pero es un argumento sutilmente falaz equiparar la democracia con la libertad y la verdad, persuadiendo al receptor de que ese sistema de gobierno es conforme a la verdad y las libertades. Explicar que la democracia es un mal sistema, en mi opinión, sería entrar en el fondo de la cuestión, algo que prometí no hacer, pero estarás conmigo en que pueden ponerse en duda las bondades del sistema de gobierno que tenemos, es decir, que equiparar a la democracia con la verdad y la libertad es un dogma que requiere una demostración.
Sería una falacia ad personam terminar diciendo que todo esto lo cita Pablo Iglesias desde una radio, cuya opinión es difundida con profusión en los medios, después de abandonar el poder en el gobierno, desde el que blanqueaba regímenes totalitarios de extrema izquierda, los cuales representan la mayor amenaza contra las libertades, y todo ello sin hacer honor a la verdad. No sería un argumento lógico para criticar sus ideas. Su discurso, por más que sea doblado, deshonesto y falaz, hay que rebatirlo en sus proposiciones, y no desacreditarlo simplemente porque venga de una persona que demuestra mala fe.
Agregar comentario