Operación Verdi: CONCLUÍDA. Capítulos 20 y 21

Enrique Argente VidalEnrique Argente Vidal

La declaración de Juan Ramírez  provoca el desenlace definitivo de la investigación del agente de Europol Paco Puig. El asunto va a pasar a manos de los cuerpos policiales de los países implicados en el caso. Pero el representante de Teresa Casabella pide asegurar la protección de su amada que, curiosamente, se encuentra oculta en un apartamento de una playa valenciana. Los acontecimientos se desarrollan en su ejecucción final y a nuestro principal protagonista le espera un nuevo y más tranquilo destino con… ¿Andrea?

Firma y protección para Teresa Casabella

Enrique Argente

Antes de cumplirse las cuarenta y ocho horas de la recepción del WhatsApp de Juan Ramírez, nos encontrábamos reunidos en la oficina de Europol del jefe Terrón: el comandante Abril de la UCO[1], el capitán Valentierra de UDEF[2], el jefe del Servicio de Inspección Fiscal de Hacienda no recuerdo completos los rimbombantes apellidos compuestos del mismo, sé que uno era García del Bosque y García de… no recuerdo, todo para enmascarar un mondo y lirondo García García.

Pero a Eduardo no le pareció suficiente, teniendo que sumar en el elenco al inspector Colmado a quien se le había asignado la ejecución del operativo, pues Europol termina su función en el momento en que informa a las policías nacionales, de quien, como y cuando se están produciendo los delitos de ámbito estrictamente europeo.

—Si querías impresionar en el Ministerio, seguro que lo has conseguido Eduardo. Espero que nuestro confidente y testigo no salga huyendo sin fir….

Por fortuna, pude contenerme sin acabar la frase, pues en caso contrario hubiese puesto en antecedentes al jefe de que todo estaba en el aire pendiente de una firma.

—No seas exagerado Paco. No he llamado a la prensa de milagro, casi con el teléfono en la mano, me he acordado de la recomendación de La Haya, sobre todo lo relativo a Teresa Casabella por ser embajadora de la Unesco.

Pensé que por una vez se había impuesto el criterio de buen profesional de antaño en Eduardo, a su ansia de notoriedad. Estaba tomando un café, o lo que llaman café en las máquinas de vending, y casi me atraganto. La vibración del teléfono en modo silencio, me alerto de la llegada de Juan Ramírez, sin mediar palabra con los reunidos salí del despacho, ante la mirada interrogativa de Eduardo a la que respondí alzando los hombros en gesto de ignorancia.

A mi edad y en mi estado de forma actual, fue todo un milagro, conseguir bajar la escalera de dos en dos escalones con peligro de la integridad de los compañeros que subían tranquilamente por ella, todavía jadeante llegue donde esperaba un muy nervioso Juan Ramírez. Lo que nos faltaba, este hombre más nervioso que un flan. Armé mi mejor sonrisa y aspecto acogedor para dar normalidad al encuentro.

—Juan, que tal está usted, desconozco cómo han venido, pero espero hayan tenido un buen viaje —Sonreí— Por cierto, muy buena su estratagema de dejar olvidado su teléfono. Tuvo medio día dando vueltas al cuerpo de Europol en Milán tras un taxi. Volví a sonreír y él dulcifico un poco su nervioso gesto.

—Pero vayamos a lo que le trae a usted aquí.

—Antes desearía que hablásemos de nuestra seguridad —me interrumpió con sequedad.

—No firmaré nada hasta que no me ofrezcan la seguridad prometida, sobre todo para Teresa. No tuve más remedio que ofrecer la cara que menos me gusta, la de “poli malo”

—Señor Ramírez, ¡vamos a ver si comprende su situación y nos dejamos de exigencias!… Quienes están en un apuro son usted y su cliente. En Italia, todavía se le puede acusar de homicidio involuntario. Maquinación y alteración del precio de las cosas, evasión de impuestos, capitales y asociación para delinquir. ¿Desea que continúe? O recobramos todos, la sensatez y el buen juicio comenzando por firmar ya su declaración jurada y nosotros le ofrecemos la seguridad que le hemos comprometido, eso se lo garantizo personalmente, e intentamos que las autoridades españolas tanto fiscales como penales se muestren “comprensivas” con usted y sobre todo con la señora Teresa Casavieja.

Si hubiese tenido que definir su carácter hubiese dicho de él que era un hombre muy inteligente, pero no parecía que la fortaleza de su carácter fuese una característica dominante. No obstante, en esta ocasión, al sentirse amenazado y sobre todo sentir que su cliente a la cual amaba en secreto, —de esto último, ya estaba completamente seguro—  podía verse involucrada, cuando todos sus esfuerzos habían estado dirigidos a salvarla, le hizo sacar fuerzas de flaqueza y enfrentarse duramente conmigo.

—No tienen nada, sin mi firma no tienen nada y sin su protección no tendrá mi firma, ¿se entera agente Puig?

—En efecto no tenemos nada. Como usted tampoco tiene nada, por la sencilla razón que lo tengo yo. ¿Cómo justifica una llamada telefónica a Caracas?, para comprar cocaína adulterada, que se le debía entregar a un español recién llegado de nombre… ¿quiere que se lo recuerde?…

No fue necesario que continuase, ocultó su rostro entre las manos y se rindió. Había estado hablando en un todo muy bajo y casi susurrando. Tras unos segundos de largo silencio, solo fue capaz de decir.

—Deme la declaración. Saco del bolsillo interior de su chaqueta una estilográfica y firmó.

—Gracias señor Ramírez, se ha hecho usted un gran favor y nos lo ha hecho a nosotros. Y ahora dígame, ¿dónde se encuentra la señorita Casabella? Debemos montar un dispositivo policial de vigilancia, el jefe superior de policía está de acuerdo en ello.

—Está en un pequeño apartamento de playa de mi propiedad en Tavernes de Valldigna.

—Conozco la playa, ¿Es seguro?

—Creo que sí, solamente se puede ver a las personas que están en él, como mínimo desde quinientos metros mar a dentro, no tiene fachada a la calle y está en una propiedad privada. Además, en estos momentos la playa esta poco concurrida.

—Bien le montaremos un operativo de vigilancia y les facilitaremos una línea “oculta” con la cual solo se podrán comunicar entre ustedes y con la policía.  Y ahora por favor vamos, le tenemos preparado un buen comité de bienvenida. No se alarme, solo responda a las preguntas relativas sobre su declaración, del resto ya me ocupo yo. Recupere el ánimo, en Europol le creemos, y esté tranquilo le ayudaremos, de hecho, ya lo estamos haciendo.

Lo que vino a continuación fue duro, muy duro, no solo para Ramírez, también lo fue para todos los reunidos. Los de hacienda se cebaron con la declaración complementaria que, sobre depósitos en el extranjero, había realizado el asesor en nombre de su cliente, aprovechando la última de las amnistías fiscales. El agente de hacienda se aferraba a la creencia de que le ocultaban más cuentas en el extranjero y Juan Ramírez se esforzaba en explicar que todo el sistema había sido creado por Gianfranco Brunetti y que Teresa era totalmente ajena y desconocedora de él. Incluso él mismo no había sabido nada de las cuentas, hasta el momento en que Brunetti una vez infartado y gravemente enfermo le pidió fuese al AMOR Bank de Zúrich, con lo que conoció los números de las cuentas, los saldos y los titulares. Pidiéndole a continuación negociase con las haciendas española e italiana la inocencia de su mujer y de Teresa.

Pero todo se había precipitado con las sanciones económicas promovidas por los Estados Unidos y Europa a Rusia, por el conflicto de Ucrania. Fiodor Fedorof, presionado por sus socios en la Ural Kompaniya Almaz y él partido, habían intentado recuperar su dinero para repatriarlo, encontrándose con que Brunetti las había vaciado y el dinero transferido a las cuentas cuya lista estaba en mi poder.

Pero nuestro confidente, era un hábil negociador y hasta que no consiguió que el jefe de la Inspección Fiscal aceptase que no había nada que reclamarle a su cliente y que con la declaración complementaría se terminaba toda la acusación por defraudar a la hacienda pública, con una multa “razonable” y sin cargos para Teresa Casabella, no soltó la siguiente.               Y la siguiente despertó el interés de la UCO y la UDEF, pues consideró que había llegado el momento de conseguir un buen trato penal, ayudando a desmantelar las redes de los conocidos como “agentes residentes” quienes tiene registradas como domicilio fiscal, en sus despachos de abogados internacionales, las empresas pantallas utilizadas para receptar y emitir facturas falsas por todo tipo de transacciones fraudulentas.                A

l fin consiguió un principio de acuerdo, basado en que sería imputado, tendría que declarar, pero ante la falta de pruebas aportadas por la fiscalía quedaría libre y sin cargos.

Todos habíamos perdido la noción del tiempo, a pesar de los descansos para tomar café y fumarse los consabidos cigarrillos, los que todavía los fuman, a pesar de las recomendaciones horribles de las cajetillas. ¡Estábamos exhaustos!

Así cuando el inspector Colmado en el último receso, me consultó sobre si le debía preguntar sobre la muerte de Mario Noceda el ex marido de Teresa, le pedí que no lo hiciese, ese era un asunto con el que yo le había presionado y no deseaba se sintiese traicionado. Este asunto de la extraña muerte del ex marido lo hablaríamos nosotros dos con él en otro momento. Ahora lo mejor era que finalizásemos las declaraciones, y los cuerpos de UCO y UDEF se pusiesen a trabajar.

Cuando regresamos a la reunión, era evidente que Eduardo se encontraba en un estado de euforia incontenible. Lo había observado hablando muy animadamente por teléfono, con expresiva gestualidad y una permanente sonrisa durante toda la conversación. Antes de entrar de nuevo en su despacho me retuvo cogiéndome por el brazo y hablando muy bajo, me dijo:

—Sabes Paco, me acaba de telefonear el sub Secretario del ministerio, están contentísimos de cómo hemos llevado la investigación.

No me lo podía creer.

—¡Sería posible el muy mentiroso!

— Había sido al revés, él había llamado al sub Secretario. Pero con las horas que llevábamos reunidos y de declaraciones, no tuve ganas de discutir y le seguí la corriente con deseos de terminar

—¡Ah! ¿Sí?

—En efecto, me han felicitado-

Como vio que iba a disparar, con rapidez rectifico

—Bueno a todo el grupo.

Con un —Me alegro— acompañando un leve empujón, lo metí en su despacho donde ya nos esperaba el resto.

En resto de reunión, la pasé valorando el hecho de los muchos viajes, reuniones y horas de trabajo que llevaba con la Operación Verdi. Había llegado el momento, de realizar el mejor y más completo informe realizado por el agente Francisco J. Puig, el segundo apellido siempre se obvia por los miembros de Europol españoles, para no confundir a nuestros colegas europeos. Tomándome un merecido permiso, según yo, aún a cuenta de los treinta días de vacaciones. Tenía asuntos personales muy importantes a resolver.

Dos días estuve encerrado en el desmotivador despacho del complejo policial de Moratalaz, al cabo de los cuales, con un magnifico dosier bajo del brazo, hice mi triunfal entrada en el despacho del señor inspector jefe.

—Buenos días Eduardo… Venía a…—no llames, no… tu como siempre, no sabes pedir permiso ¡no ves que estoy hablando por teléfono!…

—¡No me digas que estás hablando con el ministro!… ¿También te va a felicitar?

—¿Cuándo te vas a desasnar Paco?

—Cuando tú, te bajes de la peana en que te subes, cada vez que puedes.

Los teléfonos fijos del cuartel de Moratalaz, todavía son de aquellos negros robustos anteriores a los de “góndola”, pues bien, el golpe que dio Eduardo al colgar el auricular me hizo comprender hasta qué grado había metido la pata.

—¡¡Joder Paco!!, ¿Qué te has creído que eres?

—Perdona Eduardo, lo siento de verdad, pero estoy muy cansado y necesito un permiso. Además, quiero poner muchas cosas en orden en mi vida y por unas u otras cosas nunca tengo tiempo.

El dolor que sentía en la mano Eduardo, por el golpetazo que se había dado con el teléfono hizo que bajase su cabreo.

—De acuerdo, vete. Dame eso que estrujas entre las manos, que supongo es tu informe final y lárgate. Ya te llamaré si te necesito-

—Adiós y lamento Eduardo cuanto he dicho, créeme-

—Ya hablaremos sobre eso, ahora ¡lárgate! —                         

 

[1]  Unidad Central Operativa (Guardia Civil)

[2] Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (Policía Nacional)

 

 

Capítulo 21:

Tiempo de reflexión

Enrique Argente

En esta ocasión, mi regreso a casa tuvo un regusto agridulce. Había regresado con la satisfacción del trabajado bien hecho, al tiempo que conseguido junto con Maurits y Rita un verdadero éxito en la lucha contra los grandes tráficos y mafias internacionales en sus ramas europeas. Sin embargo, una vez más, había cometido otro error al descargar todo mi cabreo con los políticos. Mi creencia personal de que solo están pendientes de colgarse la medalla de cualquier acción exitosa, por intranscendente que esta fuese, pisando cabezas a diestra y siniestra, había aflorado en mí fruto del cansancio, y las circunstancias personales. Y lo había ido a descargar contra Eduardo, bien mirado en parte se lo merecía, pero solo en parte.

A la posible disculpa del cansancio acumulado por el trabajo intenso de los últimos días, podía unirse una idea presente en mi cabeza desde que Maurits cenando un día me lo había comentado.

—Amigo Paco, estoy cansado. No del trabajo en sí, más bien de los flecos que deja en mi vida privada y la tensión que me genera. Estoy pensando solicitar una prejubilación o más bien la baja definitiva en el servicio de europol.

No puedo decir, que no lo hubiese pensado nunca antes, pero oírlo de mi habitual compañero fue como si una voz interior me dijese —Tu también lo deberías hacer­-

—¿Y qué has pensado hacer Maurits?

—Recuerdas la oferta del comité de arbitraje de la UEFA, para que coordinase los arbitrajes de las competiciones europeas. Lo voy a aceptar, con la oposición de mi esposa por supuesto, quejosa de que siempre tenga que hacer trabajos de riesgo.

La conversación finalizó con las risas de ambos, pues desde mi punto de vista la mujer de Maurits tenía toda la razón, tan peligroso puede ser policía como árbitro, según qué categorías y países. La idea de Maurits había calado en mí y como el Guadiana, afloraba en cuanto dedicaba un instante a pensar que quería hacer con mi vida al cumplir los sesenta años, a pesar de considerar lejano este horizonte.

Pasados los primeros días de mi regreso e informado de las novedades familiares que se habían producido, mi hijo se había marchado a vivir con Irina, tras jurarse amor eterno y asegurar a la muchacha su deseo de ser un buen padre para lo que había hecho, no se sabía todavía si niño o niña. También, saber de mi hija, que sus planes de boda continuaban viento en popa, comencé a readaptarme a la vida de verdadera soledad.

Duré así lo que dura un bizcocho a la puerta de un colegio. Tras un aburrido partido en Mestalla entre un Valencia (el mío), que tenía asegurada la copa de Europa para la temporada siguiente y una Real Sociedad, que transitaba tranquilamente entre los puestos esos del octavo al doceavo, decidí, que esto no era vida: Solo en casa, solo en los paseos vespertinos, solo en el futbol…solo… solo. Por no tener no tenía ni a Eduardo para discutir con él. ¿Sería posible que lo echara de menos?

Para colmo de mis desdichas mis buenos amigos Elena y Quique habían sido abuelos y ya no tenían tiempo para acompañar a un aburrido solitario como yo. ¡Ya estaba bien!, había descansado suficiente hasta llegar a aburrirme. Necesitaba hablar, salir a cenar, ir al futbol, alguien con quien discutir, vivir, sentirme escuchado y escuchar, aunque esto último me resultase difícil. ¡Decidido, llamaría a Andrea!, no lo había hecho antes pues en el estado de pre depresión en que me encontraba no me atreví hacerlo, pero había llegado el momento.

Halo “todoestabueno.com”, ¿en qué puedo atenderle?

Señorita deseo hablar con la señora Ferrando.                                   

—¿Quién la procura, por favor?

Había cambiado de telefonista y era evidente que recurría a mano de obra sudamericana.

Un amigo        

—Me da su nombre por favor

Paco Puig.

De nuevo sonaba en el auricular el Adagio en G menor de Albinoni, musicalmente es una delicia, pero deberían cambiarlo con cierta frecuencia, pues las compañías de telefonía lo habían machacado hasta hacerlo antipático, por las largas e impacientes esperas. Tomasso Albinoni se había convertido en un superventas doscientos cincuenta años después y debía dar las gracias a las compañías de teléfonos, así de cruel era la vida.

Le tenía que sugerir a Andrea, alguna otra cosa para amenizar las esperas, en la primera ocasión que hablásemos. Por cierto, la voz de Andrea se hacía esperar. Cesó la música y volvió la voz, pero no fue la esperada

Señor Puig, la señora Ferrando no le puede atender en estos momentos, le ruega que llame más tarde.

Fin de la llamada              

Llamé más tarde, estaba reunida. Volví a llamar, había salido ya. Algo andaba mal entre Andrea y yo. No me pude resistir y le envié un WhatsApp.

WhatsApp   Paco Puig

Te he llamado varias veces ¿Problemas?

Lo había recibido, pero no tenía respuesta. No dejaría de insistir hasta obtenerla. Tras dos WhatsApp más decidí dejarlo estar, por algún motivo desconocido por mí, había conseguido enfadarla.               El día siguiente amaneció con el esperado sonido del “pio, pio” del WhatsApp, me lancé sobre él.

WhatsApp   Andrea

Las cosas Paco, no siempre son cuando uno quiere

 

Caramba, para ser policía, lo del lenguaje encriptado nunca se me ha dado bien. La respuesta a mis WhatsApp, contenía un mensaje, pero ¿cuál? De todos ellos deduje, que inteligente ¡eh!, que la relación con Andrea había perdido fluidez. No me rendí e insistí. Nuevo WhatsApp lo más amable y cariñoso posible y nueva cortante respuesta.

WhatsApp   Andrea

Ya te llamaré

Más nervios y más ansiedad

WhatsApp   Paco Puig

¿Cuándo?

Sin respuesta. A lo largo del día, pude constatar que a medida que iba bajando su nivel de enfado, crecía en mí el nivel de mosqueo. Eran más de las siete, cuando al fin llamó.

Paco he tenido mucho trabajo, pero como ves no he tardado siete días en llamar como tú. ¿Qué quieres?              

—A ti.  Creo que la desarmé.                       

—En unos minutos estoy en tu casa y cenamos.              

—No tengo nada para cenar. Podemos ir a…                          

—Estoy muy cansada, prefiero cenar en casa. No te preocupes ahora digo que me preparen en almacén un menú y llevo los ingredientes. ¿Te apetece salmón al horno, con salsa de pistachos?… Es uno de mis menús estrellas.              

—Me apeteces tú.                                                          

—No estás muy hablador, en diez minutos voy para ahí.

Y vino, y cenamos… y nos amamos. Andrea me ofreció su espléndida madurez y yo solo pude ofrecerle mi inicial decadencia.

A estas mujeres emprendedoras, les suena la alarma del móvil al filo de la madrugada. Las 6,30 horas. ¡Todos en pie! Preparo el desayuno mientras Andrea se ducha y arregla, añadiendo unos toques de lo que llama “decoración facial”. En media hora dispuesta para el café, con unas gotitas de leche, nada más. Pocas palabras, pero su rostro y su cuerpo rezuman satisfecha alegría.

Yo también estoy satisfecho, pero quien más agradecido está es mi estómago, tras una semana de desastre gastronómico el salmón de la cena alumbró las tinieblas de mi cocina. Tanta vitalidad de buena mañana me tiene perplejo, y por aquello de decir algo, le agradezco la cena.

—Ya veo que no comes bien. Te mando un menú semanal de “todoestabueno.com” y te vas alimentando, que te he encorado un poco… flojo. Sonrisa picarona y ni caso a la alusión por mi parte.

Último repaso a la cartera de documentos, desconectar los cargadores de móvil y iPad. Para rodearme con sus brazos, quedándose suspendida de mí mientras nos besamos. No fue un beso de despedida, más bien fue un anticipo para la noche.

—Vendré tarde.    Y la puerta se cerró tras mi Venus.

Los quince días de permiso, tocaban a su fin. Mi vida, en lo personal, estaba sufriendo un periodo de readaptación a la situación. No llegaba a sentir el síndrome del nido vacío, dado que Jorge había abandonado la casa, pero sus visitas eran constantes, unas veces acompañado de Irina, la cual continuaba encargándose de las labores del hogar, como en ocasiones anteriores. Las visitas de mi hijo, fundamentalmente eran para llevarse ropa, libros e incluso comida de la nevera. En cuanto a mi hija, con motivo de los preparativos de su boda, me hablaba con más frecuencia que en muchos años.

La familia funcionaba, todos habían encontrado su acomodo en este mundo de parejas, yo sin embargo tenía dos problemas: Mi futuro profesional, tras el órdago lanzado a Eduardo, y el encaje de Andrea en mi vida. O más bien de la mía en la suya, pues hasta el momento, el difícil de encajar estaba resultando yo.

En estas estaba cuando, tras muchos días inactivo, sonó el teléfono corporativo, en la pantalla podía leer, dentro del cuadradito verde: jefe Eduardo.

Cierto es que me alegró, incluso sentí una pequeña emoción. Todavía era alguien en la profesión.              

—¿Dime Eduardo? ¡qué tal vais!              

—Bien, bien. ¿Y tú, ya se puede hablar contigo?                      

—Adelante, ya ves que estoy en son de paz.              

—¡Vamos allá! En primer lugar, quiero que le comunique a Juan Ramírez, que la policía italiana ha detenido a los causantes de la muerte del tal Gianfranco Brunetti. Han cantado hasta el “O Sole Mio”. Todo fue un encargo a través de uno de los cantantes del coro que patrocina, supongo que ya no lo hará Fiodor Fedorof. Los italianos han cursado una orden internacional de detención a través de Interpol. Consideran que el peligro para los testigos ha pasado, por lo que el inspector Colmado les va a retirar la protección policial.              

—Espero que lo comprendan, además ya va siendo hora de que afronten la realidad y vuelvan a sus actividades. Como siga así, Teresa se puede olvidar hasta de cantar.              

—Entonces, se lo dices tú.                        

—De acuerdo Eduardo, ¿pero solo por eso me has llamado?              

—No, tengo algo más. ¿Qué has pensado hacer con tu vida?                           

  —¡Vivirla Eduardo, vivirla!                                            

—Ya lo supongo, pero te pregunto por el trabajo.              

—No lo sé todavía, estoy a mitad de camino entre dejarlo y seguir.              

—Te voy hacer una oferta Paco.                                 

—¿Me vas a liar, como hace veinte años?                               

—Bueno eres tú como para liarte. Mira Paco, ha salido una convocatoria de plazas para profesor en la CEPOL[1].              

—Oye…oye, para. ¿No querrás enterrarme vivo? Eso está en un pueblucho, no creo que sean ni doscientos habitantes. Además, el clima en el sureste inglés es de perros.

Te estás acelerando. Ya me han dicho que Bramshill es un pequeño pueblo perdido en el distrito de Hampshire, pero tú no vas a estar allí, a lo sumo para la reunión anual de la agencia. Los profesores, como sabes por qué has asistido a alguno de ellos, dan cursos y seminarios que organizan las policías nacionales. Paco piénsatelo creo que te conviene y das el perfil que nos piden. Es un puesto que nos corresponde por cuota de país, no podemos dejar pasar esta oportunidad.

Mientras oía a Eduardo, estaba luchando conmigo mismo para no interrumpirlo y decirle

-¡¡Si, si…acepto!!- Tenía razón, no podía dejar pasar esta oportunidad, estaba decidido todavía quedaba policía en mí. Esperaba que Andrea lo comprendiese, por qué iba a aceptar.              

—Acepto Eduardo, espero no equivocarme.                                           

—¿Entonces te espero mañana para rellenar la propuesta y pasársela al ministro?                        

—Hasta mañana, y gracias por acordarte de mí, eres un amigo.              

—¡Coño Paco! Me has emocionado. Por cierto, Paco mañana se cierra la Operación Verdi, está preparado un operativo de más de 100 policías en cinco ciudades y tres países. Se ha retrasado unos días por qué la fiscalía holandesa no tenía cerradas todas las transacciones de la Компания Урал алмаз.[2]   Ya está todo y La Haya está preparando una conferencia de prensa, donde daremos la noticia por medio de un múltiple esta noche. ¡Saldremos en Euronew!               —Pues mi más sincera enhorabuena Eduardo, te lo has merecido.

Fin de la llamada. Estaba tan hinchado y feliz, que ni se dio cuenta del tonillo burlón en que lo dije.

Volvía la vorágine a mi vida, la verdad era que comenzaba a aburrirme de tanta tranquilidad. Tenía una tarde para comunicarles a Juan Ramírez y Teresa que el peligro había pasado y que debían retornar a sus actividades, al igual que yo retornaba a la mía. Y una noche para convencer a Andrea de que todo podía seguir igual e incluso mejor, conmigo trabajando, que de zángano esperando a la abeja reina.

Una llamada al teléfono de línea “oculta” que tenían habilitada y antes de cinco minutos me estaba recogiendo un cambiado Juan Ramírez, en la rotonda de entrada a la playa de Tavernes.

—¡Señor Puig!, ¿Qué tal está?, espero nos traiga buenas noticias.

—Bien, bien y sí, les traigo buenas noticias, en caso contrario no hubiese venido yo.

—¿Ha aparcado bien?… Si pues entonces podemos ir andando estamos muy cerca.

No habíamos andado doscientos metros y ya nos encontrábamos ante la puerta que da acceso a los apartamentos Villamar. Allí en la espléndida terraza del cuarto piso, abierta a un Mediterráneo de un azul ofensivo por lo bello y una quietud relajante, con aspecto también cambiado, se encontraba Teresa Casavieja.

Tras el saludo, y comprobar que ambos, se encontraban relajados y muy unidos, comencé —Aunque todavía pertenezco al cuerpo de agentes Europol, por fin vamos a poder hablar como amigos. En primer lugar, para evitarles ningún tipo de ansiedad, les comunico, que han sido detenidos por los cuerpos de seguridad italianos los asesinos de Gianfranco, que son los mismos que asaltaron sus habitaciones. El principal sospechoso es Fiodor Fedorof, que se encuentra huido y sobre el que pesa una orden de detención internacional cursada por Interpol.

—¡Que alivio!… suspiró Teresa. Entre ellos se cruzaron sendas miradas de satisfacción, lo que aproveche para seguir. Como comprenderán, vamos a retirar la protección policial que tenían ustedes, ya no tiene objeto.

—Juan con su inteligencia y perspicacia tomó la palabra.

—¿Quiere eso decir, que dejan de vigilarnos?

—No Juan, dejamos de protegerles, ese era el trato y no otro.

—Pues créame Paco, yo estaba convencido que nos vigilaban más que nos protegían.

—¿Y por qué creé eso, Juan? fueron ustedes quienes solicitaron la protección.

—Lo qué les vino a ustedes muy bien para tenernos vigilados y que no nos fugásemos con el dinero.

Tenía parte de razón —Digamos que nos beneficiamos ambos. Y ahora permítame una pregunta.

—Ahórresela. Acepté firmar la declaración sin haber realizado ninguna llamada a Caracas comprando droga para nadie. Sabía que iba de farol amigo Paco. Ya le puedo decir, que sí había realizado una llamada, pero reclamando lo que quedase del millón de euros transferido a la cuenta de Mario. Cuenta que había abierto mancomunada con su todavía esposa Teresa, pues no había presentado el escrito de aceptación de divorcio al Juzgado de Familia. No me crea un listillo, todo está declarado en Hacienda, incluso esto último y ya hemos pagado.

—Entonces, está todo dicho… por el momento…jajaja.

Teresa con una franca sonrisa concluyó   —¡¡Y para siempre, se lo aseguro!!

Me despedí en un ambiente relajado y distinto a los compartidos hasta este día, tomé el coche y por la siempre cargada de tráfico N340 regresé a Valencia.

Para la segunda tarea del día, una cena era lo indicado. Así que localicé un tranquilo restaurante próximo a casa y sin grandes formulismos ataqué el problema. Siempre me ha maravillado la capacidad que tiene las mujeres para saber cuándo una cosa es importante para el futuro de la pareja y cuando no lo es.

No fueron necesarias grandes explicaciones por mi parte. Andrea con su mirada serena, me estaba diciendo que lo entendía y aunque comprendía que le perjudicaba, esperaba que la situación se tornase ventajosa para ambos.

No sabía que más decir, mi cena estaba sin tocar, todo eran explicaciones y más explicaciones. Al fin Andrea con gran delicadeza dejó los cubiertos cruzados sobre el plato y con una sonrisa cautivadora me dijo.

—Paco, termina de cenar y vámonos a casa, mañana tienes que madrugar. De ahora en adelante debemos aprovechar mejor el tiempo que estemos juntos.  Me cogió ambas manos y me lanzó un beso aéreo.

[1] Collège Européen de Police (Escuela Europea de Policia)

[2] Compañía Diamantes de los Urales

 

Próximo martes, último capítulo y notas sobre el autor.

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