Operación Verdi: CONCLUÍDA: Capítulos 18 y 19

Enrique Argente VidalEnrique Argente Vidal

Mentalmente repasé: teníamos un muerto en Caracas, ex marido de Teresa. El asesor financiero de Teresa, sospechoso de asesinato en Italia del agente artístico de Teresa y a la vez a la soprano aquejada de una… ¿grave indisposición? suspendiendo la temporada de conciertos y recitales. Para acabar de complicar las cosas, según Maurits tras ellos, toda una trama de empresas pantallas evasoras del dinero generado por el tráfico ilegal de diamantes y armas… ¡se imponía estudiar el caso con mi Jefe!

Madrid comienza la investigación

Enrique Argente

A pesar de no haber tomado el primer AVE a Madrid, llegué antes al deprimente conjunto policial de Moratalaz que el jefe, todo y llevar mi cuerpo casi cuatrocientos kilómetros de viaje.

Bien entrada la mañana el comisario Terrón, don Eduardo, llegó a su despacho, en el cual pacientemente le esperaba, leyendo estentóreamente un ejemplar del valenciano Superdeporte, cuya primera página mostraba a Paquito Alcacer marcando un bello gol que certificaba “nuestro” pase a semifinales de la Copa del Rey. El señor comisario jefe, mostraba un rostro adusto, serio y ojeroso. Antes de que pudiese ni tan siquiera dedicarle los buenos días, me espetó.

-Cierra ese maldito panfleto deportivo, que haces como que lees, para provocarme y, antes de que digas ninguna gansada, cierra la puerta y siéntate.

No tenía opción, por mi parte no había nada que decir y además intuía, grave peligro en caso de hacerlo.

—Tus dichosos informes Paco, me han tenido ocupado y de reuniones hasta las cuatro de la madrugada, sobre todo los referentes a los de nuestra embajada en Caracas, por aquello de la diferencia horaria.

Yo seguía mudo.

—Bien continuemos. ¿Cómo demonios, te las arreglas, con tus dichosas corazonadas? … No pongas esa cara de satisfacción y suficiencia. Has acertado en todo, el muerto es el ex de la cantante esa de Unicef.

—De la Unesco— le interrumpí.

—Vale Paco de donde sea. Hay una cuenta por valor de más de un millón de euros abierta a su nombre en el Bankavila de Caracas, que solo con buscar en Google quien lo preside, te encuentras metido de lleno con cuentas en Suiza. Resumiendo, solo el banco ya apesta muchísimo. En cuanto a la muerte del ex de la cantante…

—De la soprano Eduardo, no confundas

—Como quieras señor experto en ópera, fue por causas naturales. Si una sobredosis de caballo se considera natural, o sea que se puso hasta el culo de toda la mierda que pudo, el primer día que llegó.

Eduardo se detuvo por el momento en su exposición y tras un par de minutos, pensó que ya había trabajado bastante para mí, según él, el cabroncete de Paco, y tomando tres dossiers que tenía sobre la mesa, continuó:

—Necesito un café, me bajo al bar, así que aquí tienes: Informe de exteriores, de estupefacientes y de delitos monetarios. Te los lees y antes de que nos marchemos esta noche hablamos.

—De acuerdo Eduardo, y gracias por todo.

—Ibas bien orientado sinvergüenza…  ¡con la vida que te das!

—Eso no es verdad, respondí, trabajo como todos.

—Démoslo estar, esta noche nos vemos. Sabes que yo trabajo mejor de noche.

—Tranquilo, ya me agencio un termo de café. Hasta luego.

A media tarde, tenía mi propia composición de lugar. El tal Mario desde su separación era una ruina de tío, pero con la suficiente mala leche, para estar chantajeando a alguien a cambio de grandes sumas de dinero. Todo apuntaba que el chantajeado era la propia ex esposa o alguien de su entorno, más bien me inclinaba por su representante artístico o bien su asesor financiero.

A la vista del informe que nos habían pasado los de delitos monetarios, todo apuntaba hacia este último, pues estaba siendo investigado por Hacienda con respecto a una solicitud de amnistía fiscal, que había realizado acogiéndose a la última del ministro Moclous. En cuanto a estupefacientes, el muerto era conocido como consumidor, y algún trapicheo había hecho, pero cosas sin importancia, sobre todo no se le conocían viajes de “mula” a ningún país sudamericano, por lo cual no creo que ese fuese el motivo de su reciente llegada a Venezuela.

Pensé que, sobre las siete de la tarde, en invierno, ya era lo que el jefe definía como noche, así que bajé a su despacho entreabriendo cuidadosamente la puerta para comprobar que estaba solo.

—¿Puedo pasar, Eduardo?

—Pasa hombre. ¿Qué cómo van tus famosas corazonadas, tras leer los informes?

—Creo qué bien… ¿Te digo un sospechoso y de que sospecho?

—Adelante suéltalo.

—Al administrador personal de Teresa Casavieja.

El ex, Mario lo estaba chantajeando, o también pudiera ser qué a quién chantajeaba fuese a Teresa.

—¡¡Bingo!! Acabaré creyendo que eres bueno de verdad. ¡Nuevo acierto!

Eran demasiados aciertos reconocidos por el jefe…

—¡Eduardo, que me has ocultado esta mañana! ¡Joder! siempre igual

—Nada hombre nada, acabo de recibir un informe de la UDEF a primerísima hora de esta tarde, que da soporte a tus conclusiones. Hace un momento acabo de leerlo y esperaba que vinieses para comentarlo. Toma léelo mientras voy al despacho del comisario jefe. Te puedes quedar aquí, no creo que tarde mucho.

En media hora, regresó Eduardo, tiempo suficiente para leer el informe de la UDEF. De resultas del cual se deducía que Juan Ramírez, el asesor financiero había firmado, por poderes, ante el juzgado de familia el codicilo de divorcio de Teresa y Mario. Había aceptado una indemnización para Mario de un millón de euros. Además, Iberia confirmaba a la policía que una tarjeta Visa, a nombre de Juan Ramírez Martel había pagado un pasaje, solo de ida, a Caracas para el día siguiente de la firma del divorcio a nombre de Mario Noceda Olcina.

Parecía claro, teníamos un hilo que comenzaba por el tal Juan Ramírez, ahora debíamos tirar de él, con el suficiente cuidado de que no se rompiese.

—¿Y bien Paco, que me dices?

Así fue la huracanada y eufórica entrada de Eduardo en su despacho.

—Qué necesitamos entrevistarnos lo antes posible con el asesor fiscal.

—Pues tendremos que esperar. Está en Italia, me lo acaban de confirmar.

—Entonces…, me decías que los de Hacienda lo están investigando, por la petición de la amnistía fiscal.

—Afirmativo.

—Pues hablemos con ellos.

—No te esfuerces Paco, no saben nada más de lo que ya nos han informado. Además, el teniente Roncero me dice que la investigación fiscal está en su primera fase. Tendrás que esperar a que vuelva para interrogarlo.

Le mostré al jefe mi resignación y decidí retirarme a la oficina de que disponemos los de la UNE en Moratalaz. Un nuevo flash me había iluminado. Este Juan Ramírez podría ser el hombre que nos llevase a las cuentas claves en la evasión de capitales, procedentes de las ventas de diamantes, que Maurits había localizado en La Haya.

¡Tenía que hablar con la comisaría ejecutiva en Italia…ya!

Mientras me dirigía a la ratonera donde se encuentran los compañeros de gestión técnica, bajando escaleras y andando por semisótanos bastante lúgubres, comencé a darme cuenta que en la policía en la que presto mis servicios Europol, las cosas si por algo se caracterizan es por no ser rápidas.

Así que desandé lo andado, y tras recoger mis cosas, entre las cuales se encontraban los tres informes facilitados por Eduardo, decidí encaminar mis pasos a la Pensión Blanco, donde esperaba que Chelín tuviese una habitación, que me ofreciese la privacidad que necesitaba y también, donde poder descansar sin que me achuchase.

—La cadena de mando, es la cadena que nos ata, pero en las relaciones con el resto de policías europeas, no podemos actuar por libre. No quedaba más remedio que solicitar una comisión rogatoria al comisario D’Amato.

Sin problemas agente Puig, llame usted a la agente Jannone y por favor téngannos informados.

¡Bien, el día comenzaba bien!

El comisario jefe D’Amato se daba por enterado y solo quería que le informásemos de cuanto averiguásemos.

Siguiente paso, llamar a la agente Jannone, nos conocíamos personalmente pues ya habíamos colaborado en un caso de redes de inmigración.

Al otro lado de teléfono, sonó la no muy dulce voz de Rita, buena y antigua fumadora.

—¡Pronto![1]               

—Hola Rita, soy Paco Puig del Europol España. ¿Te acuerdas de mí?              

—Por supuesto, además de un momento u otro esperaba vuestra llamada. Estamos en la Operación Verdi ¿verdad? ¿Dime en que puedo ayudarte?              

—Te explico, necesito me informes de los movimientos que el administrador y también asesor financiero de la soprano Teresa Casabella, hace por Milán. Tanto el agente Vermeer como yo, tenemos la teoría de que parte de evasión de capitales y fraude fiscal de la Operación Verdi, gira en torno a Teresa Casabella, su asesor fiscal y su agente artístico.              

—Y en este momento están los tres aquí.                    

 —En efecto Rita y como hasta el momento no tenemos pruebas y además las tienen que conseguir nuestras respectivas policías, debemos estar atentos.              

—Y al primer movimiento en falso de cualquiera de ellos intervenir.              

—No diría tanto, con poder justificar… lo que yo defino como una conversación exploratoria, creo que sería suficiente. No sé a vosotros, a mí se me han pedido actuar con discreción, la Casabella es embajadora de la Unesco para la infancia y no se quiere provocar ningún escándalo mediático.              

—Entendido Paco, no te preocupes, tengo buenos contactos con la Statale de anticrimen y sin tener que recurrir a D’Amato, podemos comenzar a trabajar.              

—Ja…jaja, ¡también te quieres saltar al jefe eh.

He dicho, que la conocía como a otros muchos compañeros de Europol, pero ya comenzaba a caerme bien.                         —

No…, recurriré a él en caso de ser necesario, pero para lo que me pides, no creo lo sea. ¡Es que se pone tan pesado, con dar la noticia a los medios que mejor lo tenemos en la reserva por el momento. Te aviso en cuanto sepa algo.              

—Gracias Rita, por mi parte sí tengo alguna información nueva te la hago saber.              

—Ciao, caro        

—Adiós.

Pregunté por el jefe, a la ordenanza que se mantenía como barrera cortafuegos a la puerta del despacho del comisario jefe Terrón, encontrándome con que lo que creí en un principio una ausencia debida a su poca afición por madrugar, se convertía según la ordenanza, en una reunión con la cúpula del ministerio que le mantendría todo el día ausente.

Le di las gracias a la ordenanza, no sin antes preguntarle cuando terminaba su turno pues se había forjado con inusitada rapidez en mi cabeza la idea de terminar el informe de mis contactos con Italia para Eduardo lo antes posible, confiándoselo a la ordenanza para que hiciese entrega del mismo al día siguiente, y así, a continuación, poner en antecedentes a Maurits en La Haya, y esto último era lo mejor de todo: ¡cenar con Andrea!

Para cuando Eduardo preguntase por mí, yo estaría en mi casa y en cuanto recibiese noticias de la comisaria Jannone, quizás volando hacía Milán.

Mi conversación con el comisario D’Amato, me pareció premonitoria de estar ante un gran día, todo funcionaba a la perfección. Había concluido el informe para el jefe Eduardo, al que mi estado de euforia me hacía contarle con todo detalle las conversaciones con D’Amato y la comisaria Jannone, así como la comunicación que pensaba hacerle al agente Vermeer. Tan absorto estaba releyendo los tres informes facilitados por UDEF, antidrogas y exteriores, que no me había dado cuenta que ante mí estaba, el subagente García el “comunicata”.

—¡Coño García! Me has asustado… ¿qué haces aquí?

—Vengo a que me invite a comer, me han dicho que los de Europol tienen “tarjetas black.”

—Que memoria chaval!… lo de las “tarjetas black” no se te ocurra decirlo ni de broma. Me puede caer encima la mundial, no sabes cómo son para esas cosas. En cuanto a lo de comer sigue en pie, pero hoy no puedo… lo siento, créeme García.

—No se preocupe comisario, yo tampoco puedo. He venido a traerle este despacho de los TECS, sabía que andaba por aquí. Es para usted y viene urgente.

El joven “subís”[2], me alargó el sobre y se marchó sonriendo no sin antes recordarme que ahora le debía dos comidas.

Que desde el servicio TECS te envíen un comunicado con carácter de urgente, solo puede presagiar que algo va mal o que te relevan del caso, lo que también es ir mal o muy mal. Abrí el sobre con reserva y con mucha mayor reserva comencé a leer:

EUROPOL COMPUTER SYSTEM

Urgent Confidential Document

To: Comisario Puig

From: Comisaria Jannone, Rita

Ciudadano español que atiende al nombre de Juan Ramírez, se encuentra detenido en la comisaria Caserna Garibaldi (Milán). Como principal sospechoso de la muerte del súbdito italiano Gianfranco Brunetti

Saludos Rita Jannone.

Tras leer la comunicación por tres veces, cada una de ellas, más lentamente intentando procesar e ir colocando, en mi cabeza las piezas a medida que iba leyendo, llegué a la conclusión, que no era capaz de decidir, si aquello favorecía o no a la investigación. Por el momento la complicaba.

Era necesario valorar la información. La detención de Ramírez en Italia podía aplazar sine die la investigación que, sobre él, estaba realizando la fiscalía de delitos monetarios de la cual tenía la seguridad, nos llevaría al esclarecimiento de toda la trama de tráficos delictivos y evasiones de capitales a nivel europeo que rodeaban a Teresa Casabella y su empresa Taller de Ópera S.XXI

Así que esta vez correspondía estudiar el caso con la “superioridad”. Pensado y hecho, el jefe estaría todo el día reunido con la cúpula del ministerio y la única forma de contactar con Eduardo que encontré en estas circunstancias era el WhatsApp. Quedaría constancia de mí petición y yo sabría si Eduardo la había leído.

WhatsApp   Paco Puig

JEFE, necesito hablar contigo. Complicaciones en Operación Verdi. No importa la hora llama.

Me mantuve, varios minutos, que se hicieron eternos mirando el teléfono, para comprobar si Eduardo leía el mensaje o bien respondía, al fin apareció el doble bise azul y en mi pantalla pude leer: “Eduardo está escribiendo…Un instante después el sonido avisador de mensaje del WhatsApp, sonó en mi móvil.

WhatsApp Eduardo jefe

Iportante reunión, ¿qué coño te pasa con tanta urgencia? Enterado.

El día había comenzado muy bien, pero se estaba torciendo y lo que más se había torcido era mi regreso a Valencia, donde en mi cabeza de enamorado maduro había imaginado una cena íntima, de aquellas con velitas y ambiente de música romántica italiana de los sesenta. Era inevitable, estaban surgiendo serios problemas para su desarrollo. Por fortuna en esta ocasión el enamorado no se había adelantado al policía y no tenía ahora que disculparme, una vez más con Andrea, de que todo se había convertido en un bello sueño. Pero tenía que ponerla en aviso de que no sacase las entradas para el recital en el Palau de les Arts, pues con seguridad no podría asistir. Y lo sentía, pues tenía verdadero interés en poder conocer de forma privada a Teresa Casabella, antes de, como todo apuntaba la tuviese que conocer como policía. Así dado que como suponía, que la espera de la llamada de Eduardo sería larga, la aprovecharía para dos cosas. Una hablar con Andrea, la otra invitar al “subís” García a comer y saldar las deudas por sus buenos servicios.

La conversación con Andrea, fue cariñosa y rápida, dado que no disponía de tiempo. Estaba reunida con un director de banco gestionando no sé qué refinanciación de préstamo. Pero me dijo no me preocupase por las entradas, pues el Palau de les Arts había anunciado la suspensión de la actuación de Teresa “por una grave indisposición” y su sustitución por Walli Maller. Lo que venía a añadir más incógnitas a la Operación Verdi. La pregunta, que se planteaba ahora era a cuantas personas alcanzaban las graves “indisposiciones”.

Mentalmente repasé: teníamos un muerto en Caracas, ex marido de Teresa. El asesor financiero de Teresa, sospechoso de asesinato en Italia del agente artístico de Teresa y a la vez a la soprano aquejada de una… ¿grave indisposición?, suspendiendo la temporada de conciertos y recitales. Para acabar de complicar las cosas, según Maurits tras ellos, toda una trama de empresas pantallas evasoras del dinero generado por el tráfico ilegal de diamantes y armas… ¡¡se imponía estudiar el caso con Eduardo!!

La tarde pasó con exasperante lentitud, sin poder centrarme en otros trabajos, que aligerasen la presión sobre mis meninges. Las tenía a todas concentradas en resolver y encontrar el cabo de la madeja de la Operación Verdi, lo que hacía que, en lugar de ver alguna luz, cada vez la oscuridad fuese más profunda.

Eran ya pasadas las 20,40 y Eduardo seguía sin dar señales de vida, las luces de los despachos de la dirección general en Moratalaz, poco a poco habían ido apagándose. Al fin sonó el teléfono.

Venga dispara Paco, estoy muy cansado y loco por irme a casa.              

—Lo siento Eduardo, pero no es para hablarlo por teléfono. Estoy en Moratalaz, ¿puedes venir y hablamos?              

—¡Y una leche! O me lo cuentas ahora o ya nos vemos mañana                       

—Eduardo, hay dos muertos, un español detenido en Italia y nuestra embajadora de la Unesco ha suspendido todas sus actuaciones. ¿Crees que debemos esperar a mañana? Tanto Prince, como D’Amato ya lo conocen… ¿Quieres que nos ganen la mano?  Cuando casi toda la baraja es nuestra…¡¡Reacciona!!              

—¡No, no…por supuesto que no! Donde nos vemos. A cenar no, Paco llevo todo el día de desayuno y comida de trabajo, incluidos no sé ni cuantos cofée break.              

—¿Te apetece una copa? Dicen que el gin tonic ayuda a las digestiones…              

—De acuerdo. ¿Dónde… Por cierto sabes, si aún funciona aquel Eros Club? Podríamos ir allí.                                                     

—¿Tú me preguntas si todavía existe el Eros Club? ¡Qué cabrón, como si no lo supieses!  En media hora Eduardo… en media hora nos vemos allí. 

[1] ¡Pronto! (habitual forma de responder al teléfono en Italia)

[2] Abreviatura coloquial de subinspector

 

Por Italia: De Roma a la Caserna Garibaldi (Milán)

Enrique Argente

Sin pasar por Valencia y con cierta pesadez de cabeza todavía, tras la larga noche pasada en el Eros Club, viajábamos el jefe y yo, hacía Roma. Él en preferente y yo en turista, como manda el principio jerárquico. En este caso fue lo mejor, así recuperábamos los dos, cada uno con sus silencios y sin hablar durante aproximadamente dos horas, la claridad de juicio que se nos exigiría tan pronto estuviésemos en la sede de Europol Italia.

Cuando Eduardo había conocido la gravedad de la situación y la posibilidad de encontraros ante un próximo desenlace no perdió ni un minuto. El problema que se nos presentaba no fue otro, que al principio Eduardo estaba lentito de entendederas y entre explicaciones, aclaraciones y “a ver cómo queda esto”, se nos hicieron las tres de la madrugada. Por supuesto hora intempestiva para realizar gestión alguna lo que decidimos aplazar para hoy a las seis y aquí estábamos volando con Iberia y citados a las dos en el Centro Elaboración Dati del Ministero Dell ‘Interno en Roma, alrededor del cual giran las informaciones referentes a los asuntos de Europol.

De Fiumicino, en directo y sin probar bocado, al complejo del palacio Viminale, sede del ministerio del Interior y donde puntualmente fuimos llegando los convocados: Prince y Vermeer por Holanda, D’Amato y Jannone por Italia donde se producían las evasiones, completando la mesa Eduardo Terrón y yo por España que aportábamos al caso los teóricos delincuentes, todos presididos por el subsecretario de turno de los cuales nunca me aprendo los nombres, pues es un trabajo absurdo por su brevedad en el cargo.

De la reunión, dos conclusiones: La primera los señores coordinadores: Prince, D’Amato y Terrón, volverían a sus respectivas ocupaciones y los agentes de enlace o sea Vermeer, Rita Jannone y un servidor nos íbamos caminito de Milán a cerrar entre los tres y con ayuda de las policías italianas la ya larga investigación.

Tras una breve deliberación, los tres enlaces decidimos muy aviesamente y sobre todo para quitarnos a los jefes de encima, que podíamos abreviar las fechas, saliendo esta misma tarde/noche con destino a Milán, lo que conseguimos con la inestimable ayuda de la agencia de viajes, con la que habitualmente opera la agente italiana. Concluyendo con el Frecciarossa y tras tres de horas de viaje, ¡en Milán!

A pesar de la rapidez con que conseguimos darles el esquinazo, todavía tuvo tiempo Eduardo para recordarme…

—Oye Paco, en cuanto intuyas que esto se resuelve, me llamas ¡No jodas! Que nosotros también tenemos derecho a chupar cámara ¿vale majete?

Ante mi asentimiento continuó…

—Así me gusta. ¡Compañeros siempre!

—Abrazándome, como si no fuésemos a vernos más.

—¡Qué cara más dura!, a la hora de las “medallas”, siempre estaba presente.

Las más de tres horas de viaje, sirvieron para recuperar un poco del sueño que llevaba atrasado desde la noche del Eros Club. Por fortuna la existencia de gran número de hoteles en los alrededores de la Stacione Centrale de Milán, nos facilitó a Maurits y a mí un alojamiento rápido a las doce de la noche, no sin antes haber acordado con la agente Jannone, que pasaría la mañana siguiente a recogernos sobre las nueve para ir a la Caserna Garibaldi, donde se encontraba detenido Juan Ramírez.

Ya en arco de control de la caserna, el policía encargado del mismo, tras saludar a la agente Jannone con cierto aire militar, le informó que el comisario Balbo, nos esperaba en su despacho.

Como siempre en estas dependencias policiales, elevadores desvencijados, largos pasillos flanqueados por altas puertas de despacho pintadas de un horrible color gris indefinido, a medio camino entre el sucio y el descolorido. Lo cual es lo más lógico, cuando un cuartel se “traga” entero un antiguo convento franciscano del siglo XIV.

—Pasad pasa por favor, os estaba esperando. Buenos días señores.

—Enrico Balbo de la judicial, y supongo que ustedes son Vermeer y Pu-ig. Así de directo, y como con frecuencia ocurría, pronunciando mal mi apellido. Por esta primera vez y a la vista de las prisas que tenía por despacharnos no le iba a corregir. Con rapidez una vez nos sentamos y tras el encajamiento de manos, se puso a hablar con rapidez yendo súper directo al grano.

—Miren ustedes, hemos recibido a primera hora, la autopsia del finado señor Brunetti, la cual exonera de toda sospecha al detenido señor Ramírez.

La sorpresa se reflejó en nuestros rostros, al tiempo que yo sin saber por qué experimente un cierto alivio

Rita se adelantó al resto —¿Entonces, no hay caso?

—Si…si, por supuesto que hay caso. El señor Brunetti no murió de muerte natural. Fue asesinado, mediante la inyección de una mezcla de Benzo…di… acepinas…un momento por favor y les leo el informe. A ver…dice. El finado ha muerto por… bla, bla, bla… Esto es: inyección a través del suero que se le administraba de una mezcla de Benzodiacepinas, en forma del fármaco conocido por Xanac con estricnina. Produciéndole dicho envenenamiento un fallo multifuncional, no habiendo sufrido dolor alguno debido a la administración de un potente sicotrópico. Firmado por el doctor M. Girardi.

¿Ven ustedes como si hay caso?

Me adelanté a mis colegas para preguntar: —¿Y cuál fue el motivo que les hizo sospechar de Ramírez?

Caro colega, el señor Ramírez fue a visitar al señor Brunetti a petición de este, según nos informó el propio señor Ramírez y nos confirmó la señora Brunetti. Como en ocasiones anteriores la entrevista fue los dos solos. Supongo que conocerán que el señor Brunetti estaba gravemente enfermo del corazón y con respirador de oxígeno.

En un momento determinado el señor Brunetti le pidió que le cambiase la bolsa de suero a través del cual se le dosifica la medicación diaria. Bolsas que le facilita dos veces por semana la enfermera de asistencia domiciliaria y que se guardan en una pequeña nevera en la propia habitación. Como es una operación sencilla, para que nadie les interrumpiera, le pidió al señor Ramírez que lo hiciese. Así lo hizo y una vez finalizada la entrevista se marchó despidiéndose de la señora Brunetti. Fue a los pocos minutos cuando la señora Brunetti entró a visitar a su esposo, encontrándolo profundamente dormido, no se alarmó pues conocía que estas visitas lo fatigaban mucho y lo dejo dormir. Al cabo de una media hora oyó que el monitor del corazón emitía el pitido de alarma encontrando a su marido muerto. Comprenderán que la última persona que había estado solo en la habitación con Brunetti había sido el señor Ramírez y sobre él recayeron nuestras sospechas.

—Entonces van ustedes a soltar al señor Ramírez.

—Por supuesto, en el visionado de la cámara de seguridad instalada en la habitación de Brunetti, se ve como el hasta ahora sospechoso, no pincha ni manipula la bolsa, y además el informe forense certifica el envenenamiento. No podemos retenerlo por más tiempo, debimos haberlo soltado en cuanto se recibió el informe forense.

—Desearía hablar con él. ¿Sería posible?

—Por supuesto, tenemos de tiempo hasta que llegue el juez de vigilancia e instrucción, que suele ser sobre las once. ¿Tendrá suficiente con una hora y media?

Un afirmativo gesto de la cabeza fue suficiente.

—Lo hago traer. Supongo que mi despacho les valdrá, pues se tratará de una conversación, no de un interrogatorio ¿cierto colega?

El comisario Balbo salió y le oímos dar instrucciones a uno de sus ayudantes. Tras una breve espera, teníamos ante nosotros a Juan Ramírez, al cual el anunció de su inmediata liberación había hecho que se relajase habiendo mejorado su aspecto, a lo que había colaborado el haberle facilitado en la propia comisaria un kit de aseo.

Balbo, consideró que lo que allí se hablase no era de su competencia ni de su departamento, así que tras preguntarle cómo se encontraba a Ramírez, y al resto si deseábamos un café o cualquier otra cosa, se retiró.

—Por favor siéntese, señor Ramírez.

Comenzó la agente Jannone, dando a entender que estábamos en su casa y actuaba de anfitriona. Creí conveniente tomar la iniciativa y disipar los posibles temores de Ramírez, para lo cual comencé por hablar en español.

—Señor Ramírez, soy el agente de enlace con Europol, Paco Puig.

Al todavía asustado Ramírez, de repente al oírme, se le quitaron de encima como dos quintales de problemas.

Y continué:

–Me acompañan, la señora Rita Jannone y el señor Maurits Vermeer, así mismos agentes de enlace de Europol.

—Díganos como se encuentra… ¿mejor?

—Más tranquilo en efecto, pero me gustaría conocer cuál es el motivo de este interrogatorio.

Rita tomó la palabra como conocedora de los procedimientos de la justicia italiana, para aclararle cuál era su exacta situación.

—Señor Ramírez usted está libre y si lo desea solamente tiene que pasar por la oficina del señor juez de vigilancia, donde podrá retirar su orden de libertad sin cargos, así como las escusas del estado italiano por las molestias ocasionadas. No obstante, le pediríamos que nos atienda cinco minutos.

Tras unos momentos de dudas y dirigirme una mirada pidiendo algún gesto por mi parte, lo que respondí con un leve movimiento afirmativo de cabeza, dijo:

—Ustedes dirán.  

Tomé la iniciativa, pues la realidad era que quien tenía interés de hablar con él era yo. Desde que mi compañera la agente Jannone tomó la palabra para explicarle su situación de total libertad sin ningún cargo, estaba dándole vueltas a mi cabeza, pensando en la forma de que aquella conversación se produjese fuera de todo lo que representa una comisaría de policía, donde además se han pasado las últimas cuarenta y ocho horas.

—Señor Ramírez, ¿le parece que nos tuteemos?, al fin y al cabo, somos paisanos.

—Por mi parte no tengo inconveniente. Usted es el agente Puig, ¿verdad?

—Si, pero me puede llamar Paco si lo desea. Estaba pensando Juan, qué dado que el interés de esta charla es mío y mis compañeros tienen otras obligaciones, podríamos salir de la comisaria e ir tranquilamente a cualquier otro lugar. Le ofrezco mi hotel. ¿Qué le parece mi oferta?

Solo con ver como se le iluminaba el rostro ante la propuesta, supe que había tocado fibra y comenzaba a ganarme su confianza.

—¡Estoy deseando salir de aquí! Solo que desearía ir a mi hotel.

Rita ofreció llevarnos en un coche de la secreta, pero preferí tomar un taxi. Urgía que, él hasta hacía unas pocas horas, principal sospechoso de un asesinato, olvidase donde y porqué había pasado las últimas cuarenta y ocho en la Casera Garibaldi de Milán.

Juan Ramírez se había sentado en el taxi, con cierto abatimiento físico, se pasó lentamente ambas manos por la cara ocultándosela al tiempo, en un gesto que le ayudó a recuperar toda la serenidad que le faltaba hacía tan solo unos minutos, tras inspirar profundamente. Una vez arrancó el taxi, se irguió en el asiento.

—Señor Puig, no tendrá usted un móvil con que llamar a mi cliente la señora Casavieja, el mío tras la detención está sin batería.

Muy hábilmente, el hasta unos momentos antes “presunto” quería desviar la atención sobre la soprano Teresa Casabella, refiriéndose a ella como cliente y por su verdadero apellido en lugar de por el artístico. Le cedi mi móvil, el corporativo por supuesto, con lo que en cualquier momento podía recuperar la llamada y conocerla en todos sus términos. Reconozco que era una pequeña deslealtad, pero en el momento presente él era el investigado y yo el investigador.

Llegados a su hotel, me pidió descansar un rato. Así que, dado que estaba por ser amable y ganarme su confianza, decidí que entorno a una buena mesa se puede ganar más voluntades, que entorno a un café.  Nos citamos para comer juntos, lo cual propuso que hiciésemos en el Maruzzella de plaza Oberdan. No lo conocía, pero me sonó bien, así que allí nos citamos a las 13,00h.

Tan pronto bajé del taxi, lo vi paseando por la acera del restaurante, muy mejorado su aspecto. Se le notaba haber estado sumergido como poco en un relajante baño y diría que incluso en una bañera de hidromasaje. Se había cambiado de traje, lo que me recordó, que yo había volado directamente desde Madrid con lo puesto y debía tener un aspecto como mínimo descuidado. A medida que me acercaba a él, noté cierto nerviosismo, sobre todo en su forma de fumar, el nerviosismo en el fumador lo detectamos con rapidez los ex fumadores. Al verme apagó el cigarrillo, teniéndome la mano a modo de saludo.

El ambiente del restaurante era de lo más agradable, sobre todo los aromas que provenían del horno de piedra a leña. Apenas tomamos asiento el asesor financiero, comenzó hablar dando muestras de una gran ansiedad.

—Agente Puig, no he tenido nada que ver en la muerte del señor Brunetti, compartíamos cliente, la señora Casavieja. Le interrumpí, pues era la segunda vez que intentaba distraer la atención sobre la soprano, obviando su nombre artístico.

—¿Se está refiriendo a la soprano Teresa Casabella? No me concedió ni un milímetro.

—Le reitero agente, mi clienta es la señora Teresa Casavieja Olcina, nada tengo que ver con su actividad artística. Esos temas los lleva, perdón los llevaba el señor Brunetti. No le puedo negar que con Gianfranco me une una…, perdone de nuevo, no puedo evitar hablar como si todavía estuviese vivo.  A propósito de su muerte, le confieso que el motivo de mi visita fue la llamada de Gianfranco para pedirme que le desconectase del respirador. Como puede suponer me negué en redondo.

—¿Qué pudo pasar, para que llegase a tomar esa decisión?

—Se sabía investigado por la Guardia de Finanzas y suponía que Teresa también estaría siéndolo por la hacienda española. Si el moría asumiendo todas las responsabilidades se acabarían los problemas. Había decidido acabar con el sufrimiento que le producía su enfermedad, evitárselos a su esposa y a Teresa. Para lo cual me había dado instrucciones sobre cómo actuar respecto a las investigaciones policiales de las que estaba seguro se producirían.

—Entonces, ¿quién lo mató? Según la policía italiana usted no ha sido, y yo lo creo. Pero entonces ¿había más gente interesada en la muerte del señor Brunetti? Y estoy seguro que usted lo sabe. ¿Me lo va a decir o continuamos dejando que se enfríen los tallarines?

—Comamos agente se lo contaré todo. Con lo cual resolverán ustedes la trama de tráfico y blanqueo de capitales que les ocupa. Pero lo haré a su tiempo, cuando nos garantice, a la familia Brunetti a mi clienta y a mí, la máxima seguridad como testigos protegidos.

—Si no me dice, que, y hasta donde sabe, no puedo negociar con mis colegas las condiciones de seguridad que me pide.

Los primeros platos continuaban sin probar, durante toda la conversación solo habíamos mordisqueado una deliciosa focaccia y alguna que otra aceituna verde. Tras iniciar mi interlocutor a enrollar con habilidad los tallarines con el tenedor en silencio, se dirigió mucho más tranquilo que al comienzo de la conversación.

—Comamos agente, todavía nos queda una exquisita panacota, además de una larga tarde.

Era indudable que necesitaba contar todo cuanto sabía y haber comenzado conmigo, le había hecho ganar en seguridad.

—Te estaba esperando Paco, tienes que saber que el tal Ramírez no está totalmente…

— Era la agente Jannone, la que tan pronto me vio aparecer por la puerta de su oficina, se lanzó sobre mí con un torrente de palabras, las cuales interrumpió con brusquedad al ver que me acompañaba el hasta hacía unas horas sospechoso.

Una vez repuesta de la sorpresa, intentó salir airosa de la situación con una amplia sonrisa, dirigida al ex sospechoso señor Ramírez, con un       —Aimé! ¿Come va?[1] 

Esta vez en calidad de qué viene señor Ramírez: ¿acusado o acusador?

La inacabada frase de Rita, dejaba flotando algún interrogante que el semblante de Juan Ramírez acusó, ante lo cual decidí aclarar la situación.               —

De ninguna de las dos cosas, el señor Ramírez se ha prestado a colaborar con nosotros en aspectos muy importantes, que nos ayuden a esclarecer la Operación Verdi.

—La agente comprendió con rapidez su poco afortunada intervención, le tendió la mano y con un sincero saludo le pidió disculpas.

—¿Entonces llamamos a Maurits? Salió a comer con un compañero del comité de árbitros UEFA, que vive aquí. Me dijo algo así como que quería comentar con él, los nuevos criterios…o cosa parecida.

Me aventuré a decir —¡Madre mía! ¿Maurits hablando dos horas de nuevos criterios arbitrales? No creo que nos sea muy útil esta tarde, pero de cualquier forma llamémosle.

El comentario sobre el ausente, si además este era ex árbitro de futbol, comenzó a restablecer el ambiente distendido que deseaba para las confidencias de Juan Ramírez. Nos sentamos a esperar en el despacho de la agente, pero ante la tardanza en localizar a Maurits y la larga media hora que demoraría en llegar a la Caserna Garibaldi, pregunté a la agente Jannone, si conocía algún sitio próximo donde tomar un café y fumar un cigarrillo, lo que ayudaría a nuestro interlocutor.

Resultó ser, que la agente también era una de esas fumadoras anónimas de rincones y patios solitarios, con lo que aceptó encantada y de inmediato mi sugerencia. Bajamos al primero de los dos antiguos claustros del convento, reconvertido en patio central descubierto y cafetería con terraza de las dependencias policiales. Solo en una cosa había errado, no era un patio solitario, muy al contrario, estaba lleno de compañeros fumadores proscritos de sus dependencias.

La agente Jannone, fue a por los dos expresos y un “macchiato”, pero además de con los cafés, regresó con un compañero.

—Les presento al inspector Dardareli, me estaba diciendo que el caso Brunetti ha quedado resuelto en cuanto a la forma de cómo se produjo el asesinato. Le pedí por favor que nos acompañé un momento y tranquilizar totalmente al señor Ramírez.

El tal Dardareli, era el prototipo del macho lombardo norteño. Alto, moreno, elegantemente vestido siempre y dispuesto a tirar los tejos a cualquier forma femenina que se moviese en su entorno, en el caso presente había resultado ser la agente Rita Jannone, que, a pesar de superarle en unos cinco años, todavía era pieza más que apetecible. Pero para su desventura se encontró explicando a dos desconocidos como había muerto el señor Brunetti.

El inspector Dardareli, comprendió que hoy no había tirado la red en el lugar adecuado, resignándose a explicarnos cuanto sabía hasta el momento, con lo que se exoneraba de forma definitiva a Ramírez.

Si no mucho entusiasmo, comenzó la narración de los hechos.

—Recibimos una llamada del Cardiológico Monzino, denunciando la desaparición de un vehículo de asistencia domiciliaria a enfermos del citado centro, así como de su enfermera. Dado que hasta que no transcurren veinticuatro horas de la desaparición no se ponen en marcha los protocolos de búsquedas, nos limitamos a tomar nota y pedirles nos facilitase datos y descripción del vehículo, su enfermera y la lista de visitas que debía realizar.

El vehículo resulto ser un Fiat Qubo combi, color verde, con los logos del cardiológico en blanco, pensamos que no sería difícil la localización, dada la novedad del modelo y las pocas unidades en el mercado. La enfermera era la habitual que hacía las visitas, en cuanto a la ruta, es donde aparecía el dato más interesante, la última entrega de la mañana pueden adivinar quién era —con diferentes tonos los tres al unísono pronunciamos el nombre de Brunetti— En efecto, la última entrega de siete bolsas de suero con la medicación pautada, debían entregarse en Cesano Maderno al paciente Gianfranco Brunetti, debiendo firmar la recepción la señora Scrapi, su esposa.

Mi intención fue preguntar, como en un caso donde podía ponerse en peligro la vida de varios pacientes, no se actuó con mayor diligencia. Pero el inspector tenía prisa por terminar, así que opté por callar y atender.

Por pura lógica el primer punto donde comenzamos las pesquisas, ayudados por los carabinieri de Cesano, fue por los alrededores del domicilio del señor Brunetti. Al fin en una frondosa alameda que conduce a una granja abandonada en Sant’Andrea, encontramos el vehículo y en ella maniatada a la enfermera.

El inspector Dardareli, continuaba con sus prisas, dado su evidente fracaso con la agente Jannone, no dándonos oportunidad de interrumpir su descripción de los hechos, para preguntar. Sorbió un poco de café y continuó.

—Ya en comisaria, la enfermera nos dijo que cuando salió del domicilio del anterior paciente al señor Brunetti, una mujer de una apariencia en cuanto a peinado y altura parecida a la suya la empujó dentro del vehículo y que este arrancó inmediatamente, dirigiéndose hacia las afueras de Cesano, donde en un polígono industrial entraron en una pequeña nave de almacenamiento en la cual, la obligaron a desnudarse y ponerse un mono de mecánico. La mujer se vistió con su uniforme y a ella la amordazaron y ataron colocándola bajo una manta por completo inmovilizada en la parte trasera del vehículo. La enfermera cree que volvieron al domicilio del señor Brunetti. En efecto así fue, pues el albarán está firmado por la señora Scrapi, a la que entregaron las bolsas sustituidas con la estricnina. Después solo era cuestión de esperar, a quien se encontrase en ese momento con el señor Brunetti cambiase la bolsa con la estricnina y los benzodiacepinas.

—¿Se sabe o ha dicho algo la enfermera de sus raptores?

—Muy poco, casi siempre estuvo sedada. De la mujer, ha dicho que tiene o presentaba en ese momento unas características parecidas a las suyas. Pero eso se consigue con un buen maquillaje y una peluca. El hombre era grande y fuerte, tenía aspecto de eslavo.

—¿No hablaron?

—El hombre no, en su presencia, de la mujer dijo que, aunque intentaba no se notase, cree que es extranjera, pero debe vivir hace muchos años en Italia, su italiano es muy bueno.

¡Yo deseaba seguir indagando cosas!  Pero Dardareli, deseaba irse, tanto como yo preguntar, así que se levantó, le estampó dos sonoros besos a Rita, pidiéndole verse una noche para cenar y a nosotros nos dijo: ¡Ciao!  Batiendo la mano como saludan las “reinas y su corte”, en nuestras fiestas mayores.

A pesar de estar en un soleado día de inició primaveral, los tibios rayos solares, hacía rato que no llegaban al recóndito claustro convertido en terraza de bar para policías fumadores. Pregunté a Rita por Maurits y como ya venía de camino, regresamos al despacho de la agente en bien de la salud de todos, los cafeteros/fumadores para mantener equilibrada su tensión arterial y el resto en evitación de otro tipo de complicaciones.

La llegada de Maurits, fue un tanto dispersa, se le notaba que habíamos interrumpido su reunión en lo más interesante y todavía andaba dándole vueltas en cómo definir la intencionalidad de los defensas al interceptar un balón en el área con los brazos. Si estaba pegado el brazo al cuerpo o no, y cuanto de pegado estaba, o si miraba al balón…etc. Como era un tema habitual de discusión entre nosotros dos, para hacerlo enfadar y que volviese a la realidad policial, usé un recurso que sabía le sacaba de sus casillas.

—Maurits ¿Cómo habéis quedado con el tema de la intencionalidad de las manos en el área? Ya sabes lo que opino, lo mejor sería que los defensas fuesen todos mancos.

— ¡¡¡Dooom[2]!!!

—Podemos comenzar ¿Verdad Maurits?

—cuando mi amigo Maurits me insulta así, es que ya está en modo policía, hasta ahora estaba en modo árbitro.

Rita quiso poner su nota de humor. Para recobrar la paz:

—Esto es lo que yo llamo una “relación cordial entre compañeros” …ja, ja, ja.

A quien todo esto le parecía una pérdida innecesaria de tiempo era sin duda a Juan Ramírez, el cual, tras oír la trama urdida para asesinar a Brunetti, relatada por Dardareli, no tenía dudas sobre quién era el instigador del crimen.

Sin más y antes de que preguntásemos ninguno de nosotros, el señor Ramírez comenzó.

—Por favor tomen nota de este nombre Fiodor Fedorof, no tengo duda que es el responsable y organizador del asesinato de Gianfranco Brunetti.

—¿Como está usted tan seguro y en que basa su acusación? Preguntó con rapidez Maurits. Era evidente que no había estado en la narración de Dardareli y que no habíamos podido explicarle nada, pues Ramírez por alguna causa que desconocíamos había tomado la iniciativa.

—Lo estoy y además no me caben dudas. Fiodor Fedorof no es un desconocido, ni mucho menos, para todos cuantos trabajamos para Teresa Casabella y el Taller de Ópera S.XXI

De repente se calló, dejándonos a todos con un montón de preguntas que hacer, pero con un gesto de sus manos nos pidió esperásemos un momento.  Tanto Rita, como Maurits y yo respetamos su petición.

Era obvio que tenía muchas cosas que contar y que estaba haciendo un verdadero esfuerzo mental para ordenar su relato, a pesar de tener preparado desde hacía tiempo una especie de guion. Pero lo cierto es que distan mucho los ensayos de las realidades y la realidad era que se encontraba ante tres policías de Europol a los que estaba deseando decir las claves que los llevaría a resolver toda la trama de tráfico de armas y diamantes, blanqueo de dinero y evasión de capitales ligados a financiaciones ilegales de partidos políticos en Rusia. De repente nos sorprendió a los tres.

—Deseo habla a solas con el agente Puig.

Antes de que mis compañeros pudiesen manifestarse en ningún sentido, me adelanté.

—Eso es imposible, lo prohíbe el reglamento y además mis compañeros no lo harán, pero me pueden acusar de encubrimiento.

Al oír esto los ojos de Rita y Maurits se abrieron como platos. Todo lo argumentado por mí era falso, partiendo del principio que a Juan Ramírez no se le acusaba de nada y era una conversación de carácter oficioso, y voluntariamente aceptada por ambas partes.

—Entonces les expondré mis condiciones, para seguir.

La agente Jannone, dando muestras de haber captado el motivo de mi negativa a hablar en privado, con el llamémosle confidente, soltó un seco e imperativo

—¡Bajo condiciones no hablamos! De todas formas, si lo desea, díganos cuáles son sus temores y estudiaremos si el resolverlos está en nuestras manos.

Se había tensado la situación, lo que me hacía temer, que Ramírez se encasillase en un silencio que a la larga no le favorecería. Tras otros angustiosos y eternos segundos, continuó.

—Me preocupa, al igual que al señor Brunetti el día en que le visite por última vez, antes de su muerte, el conseguir de la policía y de la hacienda pública, la garantía de que la familia Brunetti y Teresa Casabella quedarían al margen de toda sospecha y que él asumía ser el único responsable. Al tiempo que garantizar la seguridad personal de todos nosotros. Ese fue el motivo de mi visita. Ese, y pedirme que le desconectase la máquina del respirador artificial. El pobre Gianfranco desconocida que, sin quererlo, iba a ser el brazo ejecutor de sus asesinos.

Vimos cómo se le humedecieron los ojos y la voz se le apagaba. Haciendo un gran esfuerzo acertó a decir.

—¿Puede ser lo qué solicito?

—Lo intentaremos, pero no podeos darle garantías, hasta que no hablemos con nuestros superiores y con las fiscalías correspondientes. ¿Tenemos la certeza de que mantendrá su palabra de colaborar?

—La tienen, respondió con firmeza.

No sé quién de los tres sugirió el ponernos a trabajar de inmediato, pero en el momento en que nos disponíamos a salir del despacho de la agente Rita, el señor Ramírez se dirigió a mí.

──Una última cosa por hoy señor Puig.  ¿Me acompañaría usted al hotel donde reside la señorita Casabella, para explicarle cual es nuestra verdadera situación en estos momentos?

—Por supuesto, vamos.

A mi llegada al hotel de plaza Cavour, conseguido por la intermediación de Rita, me estaba esperando con su habitual e inacabable paciencia Maurits. Estaba esperándome para la cena, no obstante, la pregunta era obligada.

—¿Y bien Paco, como ha ido el encuentro con la cantante?

—Lo esperado por mí. —respondí ante la actitud expectante de Maurits.

—He encontrado una mujer llena de dudas e inseguridades ante todo lo que en un par de días se ha abalanzado sobre ella. Imagínate, la muerte de su agente y mentor artístico, que ella en principio creyó un suicidio. La detención de su hombre de confianza y para completar el triángulo la policía europea tras su fiscalidad. En este último supuesto, un desconocido como yo, solicitándole junto a su hombre de confianza, la colaboración para destapar un oscuro caso de “criminalidad internacional” en la que mientras no se demuestre lo contrario, ella y su entorno están hasta las mismísimas cejas y además corren serio peligro.

—¿Y cómo lo ha aceptado?

—Mal, muy mal. Ha comenzado a llorar y no tenía consuelo. Al fin tras mucho tiempo y diciéndole Juan Ramírez, en quien confía plenamente, que me había pedido le acompañase para convencerla de que podía confiar conmigo, pareció tranquilizarse.

—¿Estuviste muy duro?

—¡Qué va!, al contrario. Lo primero que hice, fue confesarle mi admiración por ella como cantante y mi afición a la ópera. Al tiempo que lamentaba haberla conocido en la presente situación, aclarándole que mi presencia correspondía a la petición de Ramírez y el deseo de ayudarles en lo posible. Pero dime tú ¿a vosotros como os ha ido?

—De momento contamos con la aprobación al plan trazado, por parte del comisario D’Amato, condicionado a conseguir el acuerdo de tu comisario. Como verás estos no se pillan la mano por nadie.

—Entonces tengo que contactar con Terrón lo antes posible

—en efecto, debemos tener vuestra respuesta antes de las diez.

—¿Por qué tanta premura, que pasa a las diez?

—El comisario D’Amato, está empeñado en montar una video conferencia múltiple entre La Haya, Roma, Madrid y nosotros en Milán, donde expongamos los planes en común y el gran jefe Wainwright los autorice.

—¡¡Joder, joder y joder!!

No me pude contener con el exabrupto, la adrenalina contenida, la rabia por la pérdida de tiempo y no contuve un puñetazo sobre la barra de la cafetería del hotel donde pacientemente me había estado esperando Maurits; que hizo saltar el vaso vacío, de la cerveza que se había bebido y los pocos cacahuetes que le quedaban en la entremesera.

—Esto es lo que me mata de la puñetera Europol, tanta autorización, tanta puñeta para al final escapársenos las angulas del cesto.

Maurits, puso una de sus caras de repertorio, como cuando le reclamaba el equipo visitante un penalti en el área local, para responder

—Si, tienes toda la razón, pero con que te la dé no adelantamos nada, y el comedor está próximo a cerrar. Sin contar que mi apetito en este momento es excelente. ¿Vienes a cenar?

—No ve tú, he perdido el apetito. Voy a intentar contactar con Madrid.

A la mañana siguiente, pasados unos pocos minutos de las diez y media, una vez solucionados unos ligeros problemas de retardo en el sonido respecto a la imagen en la conexión de La Haya, gracias a la efectividad de los técnicos de la Caserna Garibaldi y la muy buena calidad de los equipos; que eso sí, los directivos de Europol muy rápidos en la toma de decisiones no son, pero el material de que disponemos es de primerísima calidad. Superados los instantes de retraso se pudo comenzar la video conferencia a cuatro. En esta ocasión, la exposición corrió a cargo de la agente Jannone, pues las primeras acciones y los principales sospechosos o bien eran súbditos italianos o residentes en el país.

No pude por menos que sonreír al escuchar, como sonaba el inglés de Eduardo, más que inglés era puro spanglish a través del plasma.

Al final hubo acuerdo entre los jefes y autorización para que antes de informar a las respectivas policías estatales, negociásemos con el confidente, lo que estábamos seguros nosotros tres, nos facilitaría las claves de las tramas.

El jefe Wainwright, a regañadientes aceptó esta “cláusula de confidencialidad”, no sin antes ponernos en sobre aviso de que no deseaba ser desleal con las policías nacionales, e informaría a los ministros correspondientes que en un plazo máximo de una semana les facilitaría todos los detalles para desarrollar las detenciones.

Como había convenido, llamé a Juan Ramírez a su hotel para informarle de que estábamos de acuerdo en sus condiciones y que nuestros responsables nacionales, comenzarían las negociaciones con las respectivas autoridades fiscales en cuanto nos facilitase las informaciones prometidas por su parte.

Ramírez, creyó conveniente el desplazarse él hasta la Caserna Garibaldi, para lo cual Rita dispuso que un coche policial camuflado pasara a recogerlo por su hotel. En cuanto nos avisaron de la llegada de Juan Ramírez, bajé con rapidez a los arcos de detección de metales situados en lo que en un tiempo fue la portería conventual y ahora hacía la misma función, pero policial. Supongo que no esperaban San Francisco y sus frailes este destino final, para su hermoso convento.

La sorpresa y en este caso mayúscula, fue que Ramírez, vino acompañado por Teresa Casabella, o mejor dicho ella quiso acompañarlo, ante la certeza que ambos tenían sobre la autoría de gente de Fiodor Fedorof en la muerte de Gianni Brunetti, no deseando quedarse sola ni un solo momento.

Como las comisarías siempre sobrecogen un tanto el ánimo, en cuanto la vi intenté desplegar todas las atenciones posibles para tranquilizarla. Mi intento de saludo, quedo cortado por la rápida explicación por parte de Juan Ramírez, que venía dispuesto a pasar de sospechoso a testigo de cargo.

—Agente, la señorita Casabella ha querido venir y estar presente en mi declaración, para aportar cuanto pueda.

—Se lo agradezco en nombre de mis compañeros, vamos pues.

Para no esperar en el ascensor general, donde se había acumulado un pequeño grupo de personas, subimos por las escaleras de uso restringido al personal. Tres pisos de dura ascensión. Los escalones son de aquellos del siglo XVIII y llegamos a la sala de reuniones prevista por la agente Jannone, donde estaba todo dispuesto.

Rita había previsto una larga declaración de Juan Ramírez y como era preceptivo en caso de las declaraciones voluntarias el declarante, tenía que autorizar la grabación de la misma, en caso contrario debía tomarse mediante un medio escrito, para lo cual había solicitado el servicio de una estenotipista jurada. Así mismo estaban presentes el inspector Dardareli y el agente de la Guardia de Finanzas italiana.

Por fortuna tanto Ramírez, como Teresa Casabella, aceptaron que fuesen grabadas sus declaraciones, lo cual hacía más rápida la propia declaración. Así con todos dispuestos y tras retirarse la señorita estenotipista, Juan Ramírez comenzó su declaración.

—En primer lugar, deseo manifestar en mi condición… Nos habíamos saltado el primer paso, en toda declaración, así que la secretaria judicial que debía transcribir el acta de la declaración, interrumpió rápidamente a Juan.

—Por favor señor Ramírez, comience con sus datos personales, para poder transcribirlos en el acta.

—Perdonen, comienzo de nuevo: yo Juan Ramírez Martel, ciudadano español residente en Madrid y con pasaporte nº 22.475.5…-J en calidad de asesor financiero de la señorita Teresa Casavieja, con poderes para su representación, declaro: Tener en mi poder una relación de cuentas secretas en distintos bancos de conocidos paraísos fiscales, facilitada por el difunto Gianfranco Brunetti, producto del dinero evadido por Fiodor Fedorof con facturas falsas emitidas por Taller de Ópera S.XXI spa….

De esta forma y con un cierto nerviosismo ante la silenciosa presencia de Teresa Casavieja, nuestro confidente comenzó su exhaustiva relación de empresas IBC[3] controladas por el agente residente en Gibraltar Dorfino Salomons, con domicilio en Marbella, así como de otras empresas además del Taller de Ópera SXXI, promotoras culturales como el Coro e Balletto spa, la ONG Niños sin conflictos, la Fundación para empleados de los antiguos Teatros de la URSS y un largo elenco

La relación de paraísos fiscales con sus “registered agent”[4], Bancos offshore, cantidades ingresadas y retiradas, facturas, avisos de la Agencia Global Financial Centres Index, con sede en la isla de Jersey e incluso notas de la Central Selling Organizatión entidad reguladora del mercado de diamantes que controla el 40% del mercado de diamantes, con sede en Luxemburgo, se hacía inacabable y continuó a lo largo de cuatro horas, con los consiguientes descansos para café y algún que otro cigarrillo en el patio de la caserna.

Tanto Rita como Maurits y yo, estábamos convencidos de tener suficiente material para destapar una de las mayores tramas de blanqueo de dinero hasta el momento, pero no desconocíamos los problemas de nuestras policías de definir la responsabilidad de cada uno de los nombres que estaban surgiendo a lo largo de la investigación y suponíamos que, el agente de la Guardia de Finanzas por la atención y las notas que tomaba de cada uno de los nombres, que durante el relato del confidente iban apareciendo no parecía creer que solamente el difunto Gianfranco Brunetti junto con Fiodor Fedorof, fuesen los únicos responsable de todo el entramado defraudador.

El rostro de las dos secretarias que tomaban la declaración para luego redactarla y firmarla el confidente, expresaba un creciente desagrado, cuando surgía alguna nueva pregunta o aclaración. Al fin la más veterana de las dos una vez sonaron las doce de la noche en el reloj de la torre del antiguo convento, se levantó de la silla que ocupaba, cerró su cuaderno de notas y tras quitarse las lentes de lectura dijo:

—Hemos sobrepasado en más de un 50% el tiempo de trabajo extra, que por convenio nos corresponde hacer en una jornada, y el sindicato nos prohíbe sobrepasar el tiempo extra. Señora agente Jannone, hasta mañana si nos requieren.

La agente Jannone, dirigiéndonos a Maurits y a mí con una mirada como pidiendo comprensión a las normas sindicales, se dirigió a la secretaria.

—Para cuando calcula tener finalizada la transcripción —sobre el mediodía. Buenas noches agentes.

Se levantaron ambas y tras recoger sus cosas, marcharon de la Caserna.

Maurits y yo, habíamos llegado al Hotel a falta de unos minutos para la una de la madrugada, gracias a la gentileza de Rita que nos llevó, no sin antes pasar por la máquina de vending de la Stacione Centrale, donde con una gran tristeza en lo gastronómico engullimos un pedazo de pizza de no sé qué, con un refresco de bebida de esa de la chispa de la vida en versión zero. Tras lo cual finalizamos la triste… tristísima cena de madrugada, con un croissant industrial embolsado hacía varias fechas y un capuchino, ¡cómo no! de máquina.

—Es lo que hay… —se lamentó Rita, antes de despedirse ante la puerta del hotel.

Desde luego no fue la copiosa cena, la que me mantuvo despierto un largo rato, atacado de insomnio por el encaje de las piezas de la Operación Verdi. Y cuando al fin conseguí dormir, fue el móvil quien me despertó.

A duras penas pude leer en la pantalla de quien se trataba. Por el prefijo 34 deduje que era un teléfono español y no me equivoqué al presagiar lo peor. Antes de pronunciar una somnolienta palabra ya oía al otro extremo del teléfono a Juan Ramírez.

Agente Puig, Teresa y yo estamos embarcando en un vuelo destino Espa…              

Le interrumpí. —¡Oiga, oiga Ramírez! No puede usted hacer eso, nos dio su palabra de que

—ahora fue el quien me interrumpió.            

También ustedes nos dieron su palabra de que nos protegerían y esta noche al llegar a las habitaciones en nuestros respectivos hoteles, las hemos encontrado revueltas, papeles y documentos tirados por el suelo y un par de balas sobre la cama. Y lo peor es que nadie en el hotel ha visto nada.  Conforme hablaba iba acelerando sus palabras al tiempo de jadeando con mayor fatiga.              

—Agente nos tienen localizados, entran y salen con una impunidad pasmosa, nadie ve nada, ni en casa de Brunetti ni en el hotel. Nos vamos. Me pondré en contacto con usted y no sufra por la declaración se la firmaré, cuando hablemos con la UDEF en presencia del agente de hacienda.              

—¿Es consciente de lo que está haciendo? Tendré que denunciarlo.              

—Haga lo que le plazca, Puig la azafata me indica que suba, solo quedo yo por embarcar. Le llamaré.  Fin de la llamada 

Mi amenaza de denuncia, en realidad había sido un brindis al sol. No podía acusarles de nada, al menos en Italia. Además, tampoco podía hacerlo a su llegada a España, para ello tenía que saber el vuelo y el destino, avisar a Eduardo que lo solicitase a la policía nacional, pero a las seis de la mañana ni se me ocurría llamar al jefe.

Una vez despierto y un tanto frustrado, hice un último intento por saber cuál podría ser su destino. Conecté el portátil y obtuve el primer fracaso, ni de Malpensa, ni de Linate salía ningún vuelo hacía España entre las 5,45 y las 6,00h. Intenté entonces localizar su posición a través de Google buscando ubicación, pero el muy hábil y meticuloso asesor fiscal nos la había jugado. El móvil que utilizó para hablar conmigo era el de Teresa, dejando el suyo abandonado en el taxi que los llevó al aeropuerto, activando el modo ubicación. Taxi que nos tuvo ocupados a lo largo de medía mañana, hasta localizarlo en una parada de taxis en vía Merulana.

Para cuando bajó a desayunar Maurits, yo había dado buena cuenta de huevos revueltos, salchichas, judías pintas, panceta y todo aquello que suele componer el bufete libre en un hotel, encontrándome entonces con un “continental” doble de croissant. Una forma como otra de castigar a mi pobre estomago ante el fracaso de mis meninges.

—Caramba Paco, me avisaron de recepción que bajase rápido pues estabas dispuesto a acabar con todo el bufete.               —Esto qué es ¿humor holandés?, no estoy para sarcasmos. Se han largado.

—¿Quién?…

—¡Quién va a ser! La soprano y su asesor.

—¡Ons klote![5]

—¡Ons klote![6]  en efecto y bien klote sobre todo yo. Anda termina y vámonos a la Caserna Garibaldi, supongo que tendré que dar más de una explicación a Rita y al latín lover ese de inspector… ¿Cómo se llama …?

—Dardareli, se llama Dardareli… pero deja al menos que tome un café, suplicó Maurits…

—De acuerdo.

Antes de llegar al cuartel de la policía, y tras explicarle a Maurits, como habían ocurrido los hechos, me propuso ser el quien lo expusiese, para dar muestras de que era un tema que debíamos asumir en equipo y no una desafortunada actuación mía.

Maurits, con su flemático carácter neerlandés, hizo hincapié en el temor que, con seguridad, les habría suscitado el asesinato de Gianfranco Brunetti y el asalto a sus habitaciones, así como la inseguridad de no sentirse protegidos. Esto último lo introduje yo, en cuanto apareció por el despacho de la agente Jannone, el inspector Dardareli quien había comprometido una vigilancia discreta pero efectiva.

Todos acabamos entendiendo, que lo más importante, se había conseguido: La declaración del Juan Ramírez. Ahora teníamos todas las claves, para que nuestras respectivas policías pudiesen trabajar, tanto en el asesinato de Brunetti, como en las evasiones y tráficos ilegales.

Quedaba la firma de la declaración de Juan Ramírez, pero no me cabía ninguna duda, de que una vez quedase excluida Teresa Casabella de toda posibilidad de escándalo, Juan firmaría asumiendo todas las consecuencias. ¡Cosas de enamorados! Esto último era otra de mis corazonadas, pero observando a Juan Ramírez le veía detalles en su trato con Teresa, en los cuales me reconocía en mi trato con Andrea.

Una vez informados nuestros responsables de los progresos realizados en la investigación, yo además había solicitado al “jefe” Terrón que localizase a Juan Ramírez, para entregarle una copia de su declaración firmada. Mi justificación de la localización de Ramírez, era falso de toda falsedad, lo que quería es saber dónde demonios estaba para que la firmase. Solicitud que debí anular instantes después, al recibir un WhatsApp del propio Juan Ramírez

WhatsApp   Juan Ramírez    

Estoy en Madrid, en dos días hablaremos en

Cuartel de Moratalaz. O.K.?

 

 

WhatsApp   Paco Puig

O.K. Pero si no viene, le buscare hasta debajo de

Las piedras.

Por fortuna para mí, se confirmaba la creencia que sostenía, de obtener una declaración firmada con la que poder trabajar las fiscalías. Juan Ramírez estaba dispuesto a colaborar hasta el final asumiendo todas las responsabilidades a cambio de que Teresa Casabella quedase al margen y su prestigio a salvo. Mi presencia en Milán ya no era importante, ahora mi trabajo estaba en Madrid.          

 

[1] Expresión popular. Ahí de mi ¿Cómo estás?

[2] ¡¡¡Estúpido!!!

[3] International Business Companies

[4] Agente residente que custodia los datos en un paraíso fiscal.

[5] En holandés ¡estamos jodidos!

[6] En holandés ¡estamos jodidos!

 

Próximos capítulos, 20 y 21

Firma y protección para Teresa Casabella y Tiempo de reflexión

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