ANTONIO GIL-TERRÓN PUCHADES
22.07.21
Y todos los días el desgraciado ser repetía: “Más vale estar solo que en mala compañía”. Y así seguía día tras día, buscando sin encontrar a nadie que fuese lo suficientemente perfecto para compartir su vida. Pero ni estaba solo ni, según él, vivía en buena compañía.
Y así, año tras año, continúo murmurando entre dientes la misma letanía, hasta que Dios un día, harto de sus rezongas, le concedió la vida en soledad que tanto pedía.
Pero cuando el desgraciado ser por fin se quedó a solas consigo mismo, se dio cuenta de que tampoco así era feliz. Fue entonces cuando descubrió la triste realidad: Todas sus relaciones fracasaban no porque no fueran una buena compañía, sino porque la mala compañía era él.
Así, si aquellos que son incapaces de soportarse a sí mismos, cómo pueden pretender que los soporten los demás.
En contraposición vemos que quienes son buena compañía para los demás, jamás temerán lidiar una vida en soledad, porque cuando más solos estén, mejor acompañados estarán.
Puedes chocar con el mundo, aislarte y ser feliz. Pero si no encuentras plenitud en compañía, ni tampoco en soledad, deberás de comenzar a replantearte, si tu orgullo te lo permite, quién está equivocado, si tú o los demás; y con humildad preguntarte si eres tú quien necesita un cambio, o es el Mundo el que debe de cambiar para girar alrededor de tu ombligo, a ritmo de vals.
NOTA: Mi escrito de hoy, como todos los demás, tiene carácter generalista. Por supuesto que cada persona es un mundo y no hay dos iguales, más aún cuando hablamos de un tema tan sensible como es la soledad.
Personalmente prefiero vivir acompañado que solo, pero siempre y cuando sea en paz, respeto, amor y armonía. De no ser así, prefiero vivir en soledad, sin más compañía que la de Dios y esta pobre cabecita mía que nunca para de pensar, aunque en el fondo lo sé, el por qué de la vida.
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