Carta abierta a ti que sufres

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ANTONIO GIL-TERRÓN PUCHADES

22.07.21

Tienes una espina clavada en el corazón que te está amargando la vida.

De nada te han valido los amigos con sus consejos, ni los médicos con su medicación; de nada te ha servido tu pensamiento con su lógica y razón. Sin embargo, si has rezado y tu vida sigue igual de mal, no pienses que se ha perdido tu oración.

Tal vez este humilde escrito sea la respuesta de Dios.

Lo primero, si tu soberbia te lo permite, pide perdón, aunque no sepas por qué, y pon tu alma en paz con Dios.

Luego, si realmente deseas terminar con ese sin vivir que te está robando unos años de tu vida que podrían ser preciosos, tan solo busca a una persona que sepas que está sufriendo (desgraciadamente hay muchas entre las que elegir) y vuélcate en ayudarla y devolverle la sonrisa y las ganas de vivir. No hace falta que lo consigas, pero sí que te esfuerces en conseguirlo.

Tú no puedes ayudarte directamente, pero si indirectamente. Todo el sufrimiento que alivies, o intentes aliviar, a los demás, aliviará automáticamente el tuyo. Así de sencillo. Prueba y verás.

Si palias el sufrimiento de alguien; si dejas de auto compadecerte, y eres capaz de sentir el dolor ajeno como propio; si eres capaz de en lugar de pedir ayuda, ponerte a ayudar, el milagro se producirá.

Y cuando pasen los años y recuerdes como un día, gracias a la lectura de un breve texto escrito por “no sé quién” que leíste “no sé dónde”, tu vida cambió, no pienses que fue fruto de la casualidad, sino la respuesta a aquella desesperada plegaria que un día tu alma angustiada al Cielo elevó.

 

NOTA: Que nadie vea simplismo en este escrito, donde no hay más que buena intención. Y por supuesto que no hay dos casos iguales, y que la desgracia cuando se aferra sobre la vida puede ser insoportable…; lo suficiente como para no permitirte un respiro para filosofar.

Lo que hoy planteo no es el remedio a todos los males, pero si a los más comunes. Aun así, incluso en los casos más complicados, no pierdas nunca la fe, porque he sido testigo en vida de demasiados milagros, como para no creer que con la ayuda de Dios todo se puede soportar; cuando no, arreglar, con paciencia, esperanza y humildad.

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