ROSA MURIEL / ASÍ ES LA VIDA
16.07.21
Los abuelos son personas hogar. Únicos, entrañables e inolvidables. Estén o no, en este mundo, ellos simbolizan ese lugar al que siempre podremos volver para acurrucarnos, aunque sea con los recuerdos.
Los nietos y los abuelos representan una unión generacional, ese papel que envuelve una golosina, esas miradas cómplices y ese juego comprensivo que tanto se disfruta en cualquier momento de la vida. Son nuestros recuerdos, nuestra complacencia, nuestro disfrute y nuestra ternura.
Ellos son historias, cabellos de color blanco que bailan al compás del viento, ojos que brillan con el sol, serenos paseos sintiendo la calidez de sus manos, son ver llover tras la ventana con un tazón de chocolate caliente en una fría tarde de invierno. Por todo esto y mucho más los abuelos se convirtieron en nuestros amigos más entrañables, los que nos demostraban que el amor puede ser único y excepcional.
Huelen a ropa nueva, a juguetes, a intercambios dulces, a pagas a escondidas, a secretos compartidos, a caprichos encontrados, a luciérnagas de noches de verano, a la paja mojada de una tarde de tormenta…
Sus pasos cortos y sus manos fuertes guardan la esencia de momentos únicos que no se pueden reemplazar.
Y es que las castañas calientes y el pan recién hecho de las mañanas de invierno reflejan la importancia del cuidado, de los pequeños detalles, de la dedicación y del amor.
Esos abrazos que nos recomponían en segundos del dolor que nos causaban las heridas en las rodillas y, sobre todo, las del alma, eran un ejemplo más del respeto y de la incondicionalidad que ellos luchaban por transmitirnos cada día.
Su mayor regalo son las raíces que heredamos y las alas para volar que nos tejieron. Por eso nunca debemos olvidarnos mantener presente que son los que constituyen nuestras bases.
La relación con nuestros abuelos será por siempre única, pero también será una de las más afectuosas y entrañables que experimentaremos en nuestra vida.
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