Manuel Huerta
13.07.21
Para cualquier persona con un mínimo de valores y de dignidad, la primera vez que se pasea por La Habana se siente que te encuentras ante una foto de ciudad de miseria por la que el tiempo no pasa. Ni siquiera el buen humor de los cubanos, su inteligencia para sobrellevar una vida sin apenas derechos, sin libertad ni futuro alguno, te puede abstraer del ambiente de abandono y pobreza de la gente.
Es más, toda Cuba está así: Santiago de Cuba, Cienfuegos, Pinar del Río, Trinidad, Holguín, Santa Clara, etc, etc… Ni las suculentas cifras del turismo durante décadas, ni los importantes ingresos del tabaco habano o del ron, ha llegado para inversiones civiles. Los únicos argumentos de la dictadura tardo militar cubana son la gratuidad de la sanidad y la enseñanza. En cuanto a la sanidad, dejé de viajar a la isla por temor a mi delicada salud: da miedo entrar en un hospital. En lo que respecta a la enseñanza, es en las primeras etapas un canto a la «revolusión» y a «los barbudos de la loma», adoctrinamiento puro, duro y obligado.
Tal es la manipulación de las asquerosas manos comunistas en la Universidad que este mismo lunes se ha hecho un llamamiento a los estudiantes por parte del Gobierno para se salgan a la calle a defender el comunismo, enfrentándose con los ciudadanos que protestan pacíficamente y entre los que pueden estar sus hermanos, padres, vecinos o amigos. Y o sales, o se acabó tu carrera universitaria. Cubanos contra cubanos.
En Cuba están institucionalizados los comités de barrio del Partido Comunista, un grupo de ciudadanos tan miserables como los gobernantes, afectos a la Revolución por alguna prebenda de tipo alimentación, puesto privilegiado de trabajo o simplemente trabajo remunerado. Su cometido es señalar vecinos críticos con el Gobierno.
El régimen dictatorial castrista que oprime al pueblo cubano desde hace 62 años -tres generaciones-, justifica en la cartilla de racionamiento otra de sus «bondades» comunistas: un litro de leche, media docena de huevos, un trozo de unos 250 gramos de carne gelatinosa de cerdo (puerco le dicen allí), un kilo de arroz y 200 gramos de fríjoles a la semana. Si hay niños en edad infantil, un bote de unos 2oo gramos de leche en polvo. Da lo mismo cuantos integren la unidad familiar, ni sus edades.
En Cuba no hay de nada a lo que se pueda acceder con un salario de médico, abogado, ingeniero o economista (unos 30 euros al mes). Desde productos de higiene personal de la mujer hasta ropa, automóviles o nuevas tecnologías solo se pueden encontar en la escasez del mercado negro, al que acceden los más arriesgados, los que trabajan en el turismo (por las propinas) o los indeseables de los comités de barrio. O los innumerables músicos que tiene la suerte de ser contratados en los circuitos de las agencias de viajes y también gracias a las propinas.
Cualquier empleo legal de Cuba paga el 60% de impuestos. Los hoteles de las cadenas españolas pagan a «CASTRO.S.A.» el 60% de sus beneficios. Las colas para todo son de horas: para la cartilla de racionamiento, para cobrar un salario en el Banco Nacional, para ser atendido de una dolencia, para coger el «camello» (una especie de autobús más grande y destartalado que la «guagua» en la que se apiñan los pobres cubanos.), para todo.
Hay mucho más pero esto sería El Quijote en lugar de un artículo de opinión. Lo más grave es que la dictadura criminal cubana prohíbe el pensamiento libre, lo persigue. Niega la libertad de información y la secuestra. Y todo esto es lo que esta tarde el Gobierno social-comunista de Pedro Sánchez se ha negado a condenar, a la vez que ha silenciado cualquier mensaje de apoyo a las manifestaciones pacíficas, al derecho de manifestación de estos días en toda la isla caribeña. Da asco y vergüenza. Produce una profunda indignación.
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