Antonio Gil-Terrón Puchades
11.07.21
El psicópata Calígula, empoderado por el vino del poder, se situó al poco de alcanzar la poltrona imperial, por encima de las leyes y el Senado, ante el silencio cómplice de las clases dirigentes del momento, a las que mantenía sobornadas, amén de acojonadas.
Y sin nadie que le rechistara, hasta tal punto llegó su insaciable narcisismo que terminó autoproclamándose dios, ordenando a tal fin, erigir dos templos consagrados al culto de su divina persona.
No sabemos sí Calígula creía que cada vez que remodelaba su círculo intimo cortesano, cortándoles el cuello como pavos en Navidad, el pueblo sonreía, pero lo que sí sabemos, gracias a historiadores como Suetonio y Dión Casio, es que el pueblo aplaudió a rabiar el día que el pavo fue él.
Supongo que sus últimos momentos fueron de asombro y desconcierto, al no entender por qué le hacían eso, sí hacía poco que había renovado su círculo de palmeros y claqué.
Podría quedar la duda de si Calígula fue una buena persona rodeada de psicópatas, o realmente fue un psicópata rodeado de pelotas y paniaguados. Pero la Historia no ha dejado lugar a dudas: Él psicópata fue él.
Cuatro años tan solo duró la tiranía de Calígula; cuatro años que para los que bajo su bota vivieron, tuvieron sabor a eternidad.
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