“La nueva aristocracia estaba compuesta sobre todo por burócratas, científicos, técnicos, organizadores de sindicatos, expertos en publicidad, sociólogos, profesores, periodistas y políticos profesionales». Orwell – 1984
Valencia, lunes 07.06.21
Javier Caravaca.- Mis padres me han dejado unos dineros, el motivo no viene al caso. Como no era una suma que pueda llevarse en el bolsillo sin temor, sospeché que, si no hacía nada al respecto, Hacienda querría meterle mano al monto y menguarlo todo lo posible, deduciendo que era dinero negro o vaya usted a saber qué.
―¿Sabes cuánto se paga si tus padres te dejan dinero?
―Nada, hombre.
―¿Y cuando Hacienda vea la transferencia…?
―Ah, eso sí, tendrás que declararlo como ingreso.
―¡¿Un 25%?!
―No, será menos, un 19% o así, dependiendo de tus ingresos.
―Es que no es un ingreso, es un préstamo.
―Pues ni puta idea.
Investigando sobre el asunto, descubrí que está contemplado el “préstamo entre particulares,” el cual requiere de un contrato y de la liquidación de un impuesto sobre transmisiones patrimoniales. Como los padres no tienen interés alguno en hacerle daño a los hijos, hicimos un contrato de préstamo con interés al 0%. Es obligación dejar constancia del asunto en Hacienda, para que luego no tengan argumentos con los que quitarte más de lo imprescindible.
―O sea, que si tus padres te dan dinero para salir adelante… ¿Hacienda te cruje?
―Te cruje.
―¿Y entonces?
―Entonces puedes hacer un préstamo, y te crujen menos.
―Y tendrás que devolverlo y todo, claro.
―Sí, sí, con copia de los recibos del pago de la deuda.
―¿Y si no lo puedes pagar?
―Te crujen también, pero ya te da igual porque estás en la ruina.
En esta época del almacenamiento en la nube, del big data, de las DeFi, y de todos esos avances tecnológicos que nos ponen en la mano una varita mágica de inmenso poder, no costaría mucho servirle al ciudadano una plataforma online donde registrar una copia del contrato, firmar y pagar el impuesto correspondiente, todo en diez minutos y con la mayor seguridad. Puedes comprarte un coche por internet en dos minutos, abrir una cuenta bancaria, invertir en bolsa, transferir millones de euros… en definitiva, mover tu patrimonio de aquí para allá con solo el pulgar y la cámara del móvil. Pero cuando se trata de la administración pública volvemos al ábaco: hay que ir en persona, envuelto en papeles y fotocopias.
―Tienes que rellenar el modelo tropecientos.
―¿Y dónde está eso?
―Puedes descargarlo en la web, toma nota: tres uves dobles, punto, a, te, uve, punto, ge, uve, a, punto, e, ese, punto, barra, e, ese, barra, tributos, como suena, todo en minúsculas, guion, no la palabra guión, sino un guion, servicios, tal cual, con minúsculas, guion, o sea, otro guion, sin, la palabra sin, ese, i, ene, en minúsculas, otro guion, ce, una letra c, guion…
―Vale, yo lo busco, no sé si voy a acordarme de memoria.
―Tendrás que traer también una copia simple del contrato.
―¿Una copia simple? No sabía que hubiera que elevar a público el documento. ¿Necesito ir al notario?
―No, una copia sin más.
―¿Se refiere a una simple copia?
―Sí, una fotocopia.
―¿De verdad necesitan que les traiga una fotocopia?
El exceso de regulaciones hace imposible al ciudadano común conocer los trámites y requisitos que hay que cumplir para obrar de acuerdo a normativa. No me extraña que ante el desconocimiento y la dificultad para informarse algunos tiendan a oscurecer ese tipo de transacciones y ocultarlas a los ojos de Hacienda. Me da la sensación, no sé a ti, de que tener un cuerpo de reglas y normas que los ciudadanos son incapaces de conocer no obedece a ningún servicio social. ¿Será maldad o torpeza de los reguladores? Sea como fuere, yo soy un común desconocedor y, como sé que Hacienda va a querer cobrar un impuesto, ignorante del procedimiento decido personarme en la Agencia Tributaria Valenciana. Allí, ingenuo de mí, pienso que puedo resolver el asunto.
―He recibido un préstamo entre particulares. Venía a hacer la liquidación correspondiente.
―¿Cuál es el lugar de residencia del receptor del préstamo?
―Vilamarxant.
―Entonces tiene que presentarlo allí.
Huyo de Valencia, después de dos horas de viajes, aparcamientos, atascos, mascarillas, colas y esperas. No tenía nada mejor que hacer. Luego, harto de buscar en Vilamarxant una oficina de Hacienda, una delegación, o como quiera que se llame en valencià, topo con un funcionario en el ayuntamiento que me dice que eso está en Lliria, un amable caballero que se hace cargo de mi desconcierto y me aconseja por humanidad, no como los otros siete a los que había preguntado y no respondieron por no ser asunto de su competencia.
―Eso aquí no es. ¿Concha, tú sabes algo?
―¿De qué?
―De un préstamo, dice.
―¿Un préstamo? Eso será en el banco.
―No, para pagar los impuestos.
―No sé, aquí no es, aquí hacemos certificados de empadronamiento.
Si tuviera que encontrar la oficina de Hacienda de Llíria sin Google habría dicho: “mamá, que no se puede, toma tu dinero y dáselo directamente al Gobierno.” Pero está Google, que ha superado en pericia al ábaco y me lleva en veinte minutos a la puerta de la Administración de Llíria de la Agencia Tributaria.
―¿Tiene cita previa?
―No.
―Póngase bien la mascarilla.
―Perdón.
―¿A qué viene?
―A liquidar un impuesto por un préstamo entre particulares.
―Eso creo que no es aquí. Un momento, voy a preguntar.
A veces pienso si eligen a los funcionarios por sus conocimientos o por lo contrario. Qué pocas veces saben atender con precisión a las necesidades del ciudadano. Aunque, bien mirado, con tal fárrago de regulaciones, organismos, puertas y ventanillas es normal que nadie sepa a dónde ir.
―No es aquí. Eso será en la Oficina Liquidadora.
―Ah. Entiendo que existe una oficina liquidadora de Hacienda que está en otro lugar distinto a la oficina de Hacienda…
―Sí, claro.
―¿Y sabría usted decirme dónde está?
―Donde el Registro de la Propiedad.
Google sabe. No sé qué haría sin él. Resulta maravilloso confiarle tus pasos al navegador, gratuitamente. Y aun hay quienes… en fin. En el número en cuestión hay un portal lleno de letreros, parece un edificio de oficinas, ninguno de los cuales advierte de la existencia de la oficina liquidadora. La puerta está abierta. Dentro, todo manga por hombro, en obras y sin indicaciones. En la primera puerta que encuentro abierta hay un hombre de pie, encorvado, rellenando papeles. Supongo que las sillas las han quitado para evitar contagios. Como lleva rato, pregunto.
―Disculpe, ¿es aquí la oficina liquidadora?
―Apártese y mantenga la distancia.
―Perdón. Pero… ¿es aquí?
―¡Guarde la distancia de seguridad!
―Eso intento.
―Detrás de la línea.
―Conforme. Pero… ¿es aquí?
―Cuando termine el caballero le atiendo.
Cuando termina me atiende, o algo parecido. No es allí. Bueno, sí, pero no. Es la oficina liquidadora de Hacienda, en efecto, pero tengo que ir a la oficina de la localidad del receptor del préstamo, o sea, a Vilamarxant otra vez. Como sé ir sin ayuda de Google, allí que pongo mis pies en la plaza del pueblo, donde sirven cafés con leche al sol, para enjuagar el mal rato, templar los ánimos y encender el pitillo de la paz. Aprovecho para preguntarle al teléfono dónde está la oficina liquidadora, y ni Google esta vez sabe ayudarme.
―Si es de Hacienda, eso estará en Llíria.
―No, vengo de allí, me dicen que tiene que ser en la localidad del receptor, o sea, aquí.
―Pues no sé, aquí no hay nada de Hacienda. Será, a lo mejor, en la Oficina de Recaudación.
―Además de la oficina de liquidación, ¿hay una oficina de recaudación?

―Sí, claro.
Como era de esperar, en la oficina de recaudación no saben nada de liquidaciones, salvo que en Benaguasil hay una oficina para ello. Esa sí aparece en Google. Por lo visto, no todas las localidades tienen de todo, y se reparten las oficinas de acuerdo a criterios cabalísticos que solo conocen los augures más sibilinos. En Benaguasil me presento, no hay nadie en la oficina, solo yo, armado de mascarilla, brazales, grebas, gafas y un morrión simple, guardando una gran distancia de seguridad con el parapeto, sin lanza ni nada. Hay dos chicas, no parecen muy cansadas, a las que importuna mi presencia.
―¿Desea algo?
―No, pasaba por aquí a saludar.
―¿A saludar a quién?
―Era una broma. Venía a liquidar un impuesto por préstamo entre particulares.
―Liquidaciones… tiene que atenderle mi compañera.
―¿Esta es la oficina de liquidaciones?
―Sí, le atenderá mi compañera.
―¿La que está a su lado?
―Sí, aguarde un momento, por favor.
Me atiende cuando puede, sin levantar los ojos de un montón de legajos que con solo verlos me dan ganas de estornudar. Hay que ver la de ácaros que se acumulan en la administración. A veces pienso que es un reservorio para el estudio de la aracnología. Le hablo ya sin esperanza, cansado de dar tumbos.
―Uy, ¿solo traes el contrato?
―Sí, solo tengo un contrato y una transferencia.
―Pues tienes que traer el impuesto sobre transmisiones patrimoniales y actos jurídicos documentados.
―Disculpe, no sé qué es eso.
―El modelo 600. La liquidación.
―Y… ¿ese modelo no lo tienen ustedes aquí?
―No, tienes que descargarlo en la web.
―¿En qué web?
―En la nuestra, mira, toma nota: tres uves dobles, punto…
―No se moleste, ya lo busco yo. Pero… a ver si entiendo: tengo que volver a mi casa, entrar en la web de ustedes, descargarlo, imprimirlo y volver a traerlo aquí. ¿Es correcto?
―Y rellenarlo.
Cuando trato con la administración me siento como un extraterrestre. La jerga, el laberinto de organismos, lo laborioso de los protocolos, la codificación de los documentos… Es otro planeta, una dimensión paralela. Para mayor asombro, descubro en la web que hay que rellenar el documento en línea, imprimirlo una vez cumplimentado, firmarlo y personarse de nuevo en la oficina de liquidación para rematar. Es como si el proceso lo hubiera diseñado un inútil, aprovechando toda la potencia de internet y los ordenadores para hacerlo más difícil, duplicar el trabajo y hacer perder más tiempo que con el método tradicional del bolígrafo. Con lo poco que costaría darle clic al modelo ya rellenado y enviarlo a sus servidores. En el tiempo que la muchacha de la ventanilla se coloca las gafas, uno puede abrir una cuenta bancaria en Ámsterdam, hacer una transferencia instantánea con Sofort de 100.000 € y comprar acciones de Google a través de un broker online. Basta con un teléfono. Y nosotros aquí con el ábaco. Es asombroso.
―Aquí traigo el modelo 600.
―Muy bien. ¿Y el contrato del préstamo?
―Aquí.
―Y la copia simple del contrato.
―Aquí también, una simple copia.
―¿Y los DNI?
―Están escritos en el contrato.
―Eso son los números, necesito los DNI.
―¿Disculpe?
―Hacen falta los DNI de prestamista y receptor.
―¿Los originales?
―No, una copia.
―¿Una fotocopia?
―Sí, claro.
―Disculpe, señorita, por curiosidad solamente, ¿para qué necesita una copia de los DNI?
―Para adjuntarlos.
―Pero… es solo curiosidad, la administración conoce toda la información asociada a esos números, ¿para qué puede servirles una fotocopia?
―Pues para cotejar los números que hay en el contrato con los DNI.
―Entiendo que a ustedes les cabe la sospecha de que, aunque recibo un préstamo mediante transferencia bancaria, aporto un contrato firmado, relleno un modelo oficial, presento la liquidación… puedo poner unos DNI que son falsos. ¿Es eso? ¿Qué interés puedo tener en semejante disparate?
―Hay que adjuntar fotocopia de los DNI.
―Conforme. ¿Podría decirme si hay más fotocopias o trámites que tenga que hacer para liquidar el asunto? Lo digo para hacerlos todos de una vez y no hacerle perder tanto tiempo.
―No, eso es todo.
Busca los DNI, escanea, imprime y acude allí de nuevo, no tienes nada mejor que hacer. Y eso es todo. Así es como funciona la burocracia, cómo atrasa el progreso y dificulta la actividad libre de los ciudadanos, cómo se pierden las horas productivas y se malgastan los recursos económicos públicos en sueldos y edificios que solo sirven de tortura. Unos dirán que es para recaudar más impuestos. Otros, que es para redistribuir la riqueza entre quienes más lo necesitan. Pero el hueso de cereza está en otra parte: la autoliquidación está exenta del impuesto de transmisiones patrimoniales para los préstamos entre particulares. No se paga nada. Solo pierdes el tiempo, la tinta, el papel, la gasolina, el buen humor y los recursos que mantienen toda esa infraestructura en pie, los cuales, no lo olvides, sí que pagas tú.
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