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Operación Verdi: CONCLUÍDA. Capítulo 3

Enrique Argente Vidal
Enrique Argente Vidal

A las 11 en Madrid: el estrés que provoca la inesperada llamada del Jefe y tener que hacer una maleta con el tiempo justo, circunstancias habituales para el agente Paco Puig

En los dos primeros capítulos de la novela vamos conociendo a algunos de los personajes, de sus características personales que explicarán muchos de sus comportamientos a lo largo de la narración. Seguimos con Paco Puig y su primera visita a Europol

Todavía en Valencia

Enrique Argente Vidal

Por tercera vez se oía sonar un teléfono, en esta ocasión era el móvil y su sintonía de Amunt Valencia, en la pantalla leí:

Llamada del Jefe (Privada)

Las dos anteriores las había hecho al fijo, pero ahora el jefe debía estar muy cabreado o bien el asunto era urgente para él, lo cual equivalía a no serlo para mí. Cualquiera de las circunstancias que confluyeran en el jefe, debían de ser graves, pues la utilización del móvil personal lo consideraba de máxima restricción, dado que la correspondiente factura la pagaba él. Estas consideraciones, me ayudaban a ganar tiempo mientras aclaraba las ideas. Al tiempo que cuantas más veces sonaba el maldito timbre más posibilidades de ganarme una bronca del calibre de aquellas catilinarias de la antigüedad romana. —Ya voy…ya voy— iba respondiéndome a mí mismo en busca del dichoso móvil que descansaba bajo un montón de mi ropa del día anterior. Como si el jefe fuese a oírme desde Madrid, al fin con un esfuerzo considerable tomé el artilugio parlanchín.

—Síííí……

—Que síííí, ni que puñetas ¿¡Agente Pu-ig… eres Francisco no!? Contesta ¿Qué cojones haces?

—Continúo siendo Paco sí, aunque mí superior jerárquico me puede llamar cómo le de la real gana. En cualquier caso, ¡sí! soy el agente Francisco Puig, Puch, Puch, sí Puch, se pronuncia así, no Pu-ig. A ver si aprendemos de una vez. De cualquier forma ¡A sus matinales ordenes mi jefe!

—Ya veo que estas de buen humor, mejor así y como el número de coñas aceptables para hoy ha sido superado toma nota    Ante mi silencio, gritó apremiante     ­ —¡Cojones Paco! tienes media hora para ducharte si es que lo haces con cierta frecuencia y coger el primer AVE que salga hacia Madrid. Te quiero aquí en la UNE[1] antes de las once, coge también algo de ropa, pues dormirás en La Haya, ya sabes tema Europol. Mañana tienes que estar en la Central. Así que hasta las once y no te valen excusas.

—¿En Moratalaz? …..  ¡Y donde si no! Que yo sepa no nos hemos trasladado, estas son unas dependencias provisionales, o sea, para siempre.

—¿Otra vez con el árbitro?…….¿jefe…jefe…? absoluto silencio ¡Me había colgadoel muy capullo! Me salió capullo, quizás debido a que todavía mis meninges no estaban suficientemente activadas, pues de haberlo estado el epíteto hubiese sido de mayor calibre. ¡Vaya que sí!

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¡Joder la comisaria de Moratalaz, me deprime! En un momento el jefe me había estropeado el relajante y placentero recuerdo de la noche anterior, en que había disfrutado de una agradable pero larga velada según mi parecer. Ya que en esta ocasión mis buenos amigos Quique y Elena habían preparado una cena a seis, con por supuesto una íntima amiga de toda la vida de Elena. No supe con exactitud desde cuando eran amigas, en el mejor de los casos sería una prima segunda de su ex cuñada por parte de Quique, reencontrada en un día de compras por el Corte Inglés. Como resultado de uno de estos encuentros, falsamente casuales, la vocación de casamentera a la antigua usanza con la que se sentía plenamente realizada Elena, había despertado y pensó inmediatamente en mí.

En esta ocasión, no me importó lo más mínimo, pues resultó ser persona culta y de conversación inteligente, además de hermosa mujer aun habiendo llegado al límite de los cuarenta, en lo cual yo le sacaba ventaja, pues también había traspasado, con generosidad, una barrera, pero en este caso la de los cincuenta.

Estas cenas venían preparándolas mis amigos en un vano intento por encontrarme quien pudiese sustituir, o al menos amortiguar la ausencia de mi querida Ana, lo que a pesar del tiempo transcurrido desde su muerte no conseguían y tampoco yo les daba demasiadas opciones para conseguirlo.

Para no parecer maleducado, llamaría a Elena, para que me facilitase el teléfono de su amiga y haríamos un nuevo intento de profundizar en nuestro mutuo conocimiento. Con todos estos pensamientos, se me había ido el santo al cielo, hasta el momento en que miré el reloj.

—¡¡Dios santo!! Las ocho treinta y cinco, tengo que coger el AVE de las nueve y doce, que es de los que no paran en Requena-Utiel. No tengo slips limpios…que novedad. Compraré un par y cuando vuelva en el mercado de Jerusalén cargo para una temporada, pero…. Qué manera de perder el tiempo. Comienzo la contrarreloj…. un pantalón, dos camisas…el iPad…    ¡¡¡Jorge…Jorge!!! —llamo a gritos a mi hijo— Vamos que me tienes que llevar con la moto a la estación, de lo contrario no llego. Venga hijo, que peligra el pago de la próxima letra de la moto y pagas o ya sabes cómo actúa el concesionario.

Ya venía por el pasillo de casa Jorge, sin lavar y a medio vestir   —¿Te atreverías? —Soltó a modo de buenos días.

—Tu prueba y veras, ¡cómo que sería la primera vez que no pago una letra!

Esto funciona, ascensor, garaje, moto y estación Joaquín Sorolla.  —Hala majo, no le digas a tu hermana, que estoy por unos días, no sé cuántos, en Madrid, ya la llamaré en otro momento. Vale guapetón, besitos.

Es indudable que el tener un hijo mil eurista y un tanto bandarrilla facilitaba los desplazamientos rápidos y urgentes. Con mi hija, la futura señora juez sustituta de no sé qué juzgado en Madrid, las cosas eran diferentes. ¡Y tan diferentes! Como que no me dejaba pasar ni una, además por desgracia la comunicación últimamente no era muy fluida.

Una vez ocupé mi asiento en el tren, noté el vacío en el estómago propio de no haber desayunado a causa de las prisas. Pero con el traqueteo constante a que nos somete el AVE, diga lo que diga Adif, Renfe o quien corresponda, junto a la escasez de equipaje de que disponía, eran suficientes motivos para no arriesgarse a mancharse de café con leche la camisa, lo cual podía ser muy probable con el zarandeo ferroviario.  Así que esperé los noventa y pico minutos de trayecto, intentando ocultar los bramidos que surgían de mis tripas a mis vecinos de “mesita”.

[1]  Unidad Nacional de Europol

 

Próximo martes, CAPÍTULO 4:  Madrid con final en Moratalaz

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