Antonio Gil-Terrón Puchades
10.05.21
El problema de muchos cristianos, como yo mismo, comienza cuando una parte de nuestro prójimo, ese que debemos de amar, es tóxico y tenemos que hacer de tripas corazón y perdonarlo, desde la esperanza de no volvérnoslo a cruzar en la vida. Pero al final, lo hacemos como buenos cristianos y aprobamos el examen.
Ahora bien, lo que realmente me angustia es esa otra parte de prójimo formado por personas, no ya tóxicas, sino muy tóxicas; esas que a lo largo de tu existencia no se separan de ti ni frotando con salfumán.
Esas personas narcisistas, falsas, mentirosas, sicópatas de libro, que se dedican compulsivamente a amargar la vida a los demás. Esas personas inagotables y persistentes como el conejito de duracell, que aún no has tenido tiempo de perdonarles una, y ya te han liado otra peor. Esas personas a las que no tienes tiempo de ofrecerles la otra mejilla porque se han servido ellos mismos, como si nuestro rostro bolsillo fuese un buffet libre.
Visto lo visto, llego a la conclusión de que jamás llegaré a ser un buen cristiano, al ser incapaz con determinados personajes de pasarme la vida amándolos y perdonándolos. A los tóxicos normales, sí, pero a los tóxicos por excelencia, la verdad es que se me hace muy cuesta arriba.
Entonces oigo una voz en mi interior que me dice que no soy una mala persona, y que esos casos “in extremis” a lo que me he referido, no son para aprobar el examen de cristiano, sino para aquellos que no se conforman con un simple aprobado y desean subir nota.
¡Uffffff! ¡Pues menos mal!
NOTA: ESTE VÍDEO NO ESTÁ DEDICADO AL SEÑOR QUE APARECE EN LA FOTO
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