Recuerdos y avisos

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Antonio Gil-Terrón Puchades

06.05.21

He querido rescatar el artículo que escribí tras mi última visita a Madrid, siendo entonces alcaldesa, Manuela Carmena. Desde entonces no he vuelto, pero sé que la capital de España ha cambiado bastante desde entonces, y además para bien. El Madrid de Almeida y Ayuso, poco tiene que ver con el de Carmena, afortunadamente.

Otro tanto me ha pasado al volver a pisar Valencia, pero al revés. La Valencia del tripartito progre, nada tiene que ver con la ciudad que durante veinticuatro años seguidos (1983 – 2015) embelleció y engrandeció, Rita Barberá.

Rita Barberá, una política carismática y populista; una gran mujer que falleció trágicamente cuando su corazón no pudo soportar más la traición y puñaladas de precisamente aquellos de su propio partido, a los que ella mimó y ayudo a crecer como si fueran sus propios hijos.

Por cierto, mi felicitación junto con un mensaje a Isabel Ayuso: Isabel, cuídate de Génova y los suyos, que la corte del papa Borgia a su lado, eran unos santitos.

Pero en fin, volviendo al principio de esta historia, lean ustedes lo que publiqué tras mi última visita a Madrid en 2017; al Madrid de Carmena y sus errejones:

“De Madrid al Cielo”

Como en alguna ocasión he comentado, me engendraron en Madrid y me parieron en Valencia, concretamente en el barrio marinero del Cabanyal. Días después fui llevado a Madrid, ciudad en la que permanecí durante mis tres primeros años de vida.

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Es por ello que siempre he considerado a Madrid como mi segunda patria chica, a la que he viajado durante años, una o dos veces al mes, tanto por trabajo como por placer.

Pues bien, recientemente he vuelto a pasear por las mismas calles por las que aprendí a andar, y al igual que de niño he ido con la cabeza baja, midiendo mis pasos. Y no por humildad, que también, sino por no resbalar con algún excremento de perro y aterrizar sobre un pestilente lecho de bolsas de basura, o, a lo peor, meter el pie en un agujero y terminar en el hospital, escayolado y con la antitetánica clavada en el trasero.

El triste y sucio Madrid de Carmena, no es el Madrid que recordaba; no es mi Madrid, sino más bien es un viaje en el tiempo, a su pasado más tenebroso.

El Madrid de Carmena huele a basura, miseria, y orín de gato, tanto que me ha hecho recordar el insalubre Madrid de Luis Candelas (1806-1837), aquel ladrón fornido de pelo negro, boca grande, mandíbula cuadrada y cuerpo recio, que con veintiocho años, en una fría mañana de noviembre, por garrote vil, desde la plaza de la Cebada subió al cielo, con las manos limpias de sangre, sin más pecado que haber robado la bolsa a cuatro usureros.

Aquel Madrid lejano con su chicoleo de majas y chisperos; de galanteos y piropos bajo el Arco de Cuchilleros, al caer la noche, entre brillo de navajas y algún quejido lastimero…

Aquel Madrid olía tan mal como el de Carmena, pero por lo menos en sus calles se respiraba valentía, nobleza y honor, alegría y salero.

«Pues el invierno y el verano, en Madrid solo son buenos, desde la cuna a Madrid, y desde Madrid al Cielo». [Luis Quiñones de Benavente].

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