Antonio Gil-Terrón Puchades
19.04.21
Un poeta indio escribió que “en la mirada del animal silencioso hay un discurso que sólo el alma del sabio puede comprender verdaderamente”.
En los ojos de los animales he visto la escurridiza mirada de la mala conciencia, esa que por no mirar directamente, delata. Y he visto también reflejado el miedo, la tristeza y la alegría, la cobardía y la valentía, la lujuria… He visto en la mirada de los animales la avaricia, la soberbia y la humildad; la bondad y la maldad, la nobleza y la fidelidad… el agradecimiento; y a veces, también algo parecido a la lealtad.
He visto la rabia y la violencia; los celos, el odio… el rencor; y también, en ocasiones, el amor.
Creo que nuestra relación con el resto de los seres vivos, criaturas de Dios, ha llegado a un grado de prepotencia tal que tan solo es superado por nuestro nivel de frívola y cruel superficialidad.
Que no hemos sido capaces de convertir el Mundo en un paraíso para la especie humana, a la vista está; mientras medio mundo pasa hambre e intenta comer para vivir, el otro medio tiene problemas de sobrepeso y parece que viva para comer.
No, no hemos sido capaces de hacer del Mundo un paraíso para la especie humana; pero lo que sí que hemos sido capaces es de convertirlo en un infierno, en una casa de los horrores, para el resto de los seres vivos.
Y llamamos deporte al matar por el simple placer de matar; llamamos arte y cultura a lo que no es más que brutal tortura. Y en un arranque de hedonismo desbocado, arrancamos las crías de los pechos de sus madres y las devoramos, y no para sobrevivir, sino para satisfacer nuestra insaciable gula.
“Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará.” Isaías 11:6, SAGRADA BIBLIA.
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