Hay historias que nacieron para ser contadas en pretérito perfecto, oda a un principio que sabe a fin, me sé uno más entre los muchos damnificados por esta mierda que se llama amor sin feedback
26.02.21
Noe Martínez /PALABRAS OLVIDADAS.-
ADARVE
Mi vida es un adarve de primeras veces que siempre anuncian despedida, de ahí que libar todo lo bueno como si fuese lo único, es ya mi ocupación a tiempo completo, esa osadía medio pensionista que me perpetúa en mí aquello de imbécil que se duerme, se lo lleva la corriente. Porque hay historias que nacieron para ser contadas en pretérito perfecto, oda a un principio que sabe a fin, me sé uno más entre los muchos damnificados por esta mierda que se llama amor sin feedback. Como hablar con una pared de ladrillo visto. Como llorar en un folio no escrito. Como cantar al vacío. Como temblar cuando no hace frío. Como bailar un estribillo maldito. Como tú ya no en mi quédate un ratito. Poner mi corazón el orden sabiendo que no puedo clasificarte con rótulos y separadores, es como intentar salir de laberinto de mirto con los ojos cerrados y sed. Mucha sed. Buscar una salida en defensa propia, sabiendo que las ramas te abren las pupas, quizá porque no hay manera de cerrar lo que nació para seguir doliendo mientras sigas vivo.
– No consigo saber qué nos impidió besarnos alguna vez… – Te digo, cogiéndote las manos mientras apuramos el café. Quizá el último café…
– ¿Otra vez, querrás decir…? – Te ríes, con los ojos anegados en lágrimas. Sonríes – Nos besamos a los 15 y no salió bien entonces. No saldría bien ahora, Pablo…
– Habla por ti…
Jugueteo con mis dedos en tus manos. Yo sé que puede salir bien. Alguna vez, se nos dio, Clara. Tú y yo nos gustamos mucho, tanto… Pero tú hablas por los dos, y desde la atalaya de la seguridad de que estás en lo cierto, dejas poco margen a mi locura y mi sindiós. No es que yo me empeñe en hacerte creer lo que no hay: es que lo hay. Pero de los dos, la guapa negacionista eres tú. Renegar de las evidencias, de un pasado que nos unió para siempre en forma de los amigos tan íntimos y tan perfectos, que ser pareja sería un error. Un error de los gordos, de esos que se pagan con líos, con discusiones, con celos o con desgana. Lo nuestro estaba avocado a ser una historia de la que se escribe en neón en la ladera de una montaña. Todo el mundo lo dice: sois el uno para el otro, como un par de calcetines. Pero ¿sabes qué? Yo pierdo los calcetines durmiendo y jamás salen los dos a la vez de la lavadora. Los calcetines también tienen derecho a rozarse, a sentirse deseados, a contarse las bolitas el uno al otro, a tirarse de la goma que se sale del elástico, en un ataque de ven aquí, bobita, que yo te arreglo. A mí, el roll de calcetines de escaparate, no me va, Clara. Quiero ser tu muy mejor amigo, el que más. Pero también quiero comerte la boca. Y ahí, sí que no ha lugar a medias verdades, mentiras a medias.
– Pablo, tengo pareja. Tú tienes pareja. Los dos somos felices. Fin de la historia… – Ahora jugueteas tú con mis dedos. Pero no me miras. No me miras. Y yo muero porque lo hagas…
– ¡Sí, joder, tenemos pareja…! – Se me pone un nudo en la garganta, improvisada soga a modo de memorando – Pero estoy hablando de nosotros, no de ellos con nosotros, no sé si me explico.
Silencio.
Más silencio.
Silencio demás.
En el bar hay gente, quizá no demasiada, pero el bullicio acaba de subir decibelios, quizá porque cuando callas, mi cabeza se queda hueca como un pasillo de colegio en vacaciones. Como un ascensor que ya no va a sitio alguno. Como un tren en espera de destino. Así estoy yo sin ti, que siente Sabina.
– Pablo… – Te tiembla la voz. Esa inseguridad infantil tuya acabará por matarme de amor algún día. Primer aviso – ¿Y si gustarse y saber que no rimamos es ya lo nuestro? ¿Y si entender que moriremos enamorados el uno del otro es nuestra forma de ser un 2×1?
– ¿Y si me cago en mi puta vida sin ti, Clara…? – Dejo caer mi cabeza sobre tus manos. Hueles a todo lo bueno que quiero y necesito. Droga legal que no me está permitida, paradojas de las mías… – ¿Qué nos lo impide? Dime qué, porque no lo entiendo…
– Esto nos lo impide. Saber que podría ser, pero que acabaríamos como el perro y gato, jamás de acuerdo, siempre alerta por si uno mete la pata… – Suspiras.
– …porque conocernos tanto, amor, juega en contra. ¿Cuántas veces te oí decir esto? – Me río sin putas ganas, si te digo la verdad. Me río de mí, aunque el llanto vaya por dentro.
– Juega en contra… – También te ríes, con idénticas putas ganas que yo. ¿Ves? En eso coincidimos, somos cero tolerantes a la mentira compasiva – ¿Pero entonces qué me dices, sí o no…?
– Clara… – Se me va a salir el corazón por la boca. Vomitar ese órgano debe ser tanto como dejar de sentirte. Sin duda, solución única a lo mío contigo.
– Dime que serás mi testigo en la boda. Dime que sí…
Y como cuando Neo paró el tiempo en Matrix y parecía que todo era de plastilina, tu bala directa a mi pecho se aproxima despacito, despacito, despacito. Tan despacito que podría haberla cogido entre dos dedos y tragármela a modo de paracetamol de 600 gramos. Pero me quedé paralizado, sin saber qué parte de mí tendría coraza suficiente para aquel proyectil. Que te casas, dices. Que te casas. ¿Y yo qué? ¿Lo nuestro, qué? ¿Nuestros besos pendientes y siempre calentando banquillo para salir, qué? ¿Nada? ¿Nada ya nunca…?
– Mírame a los ojos y dime que no me quieres… – Te cojo la cara con las manos, buscando una complicidad que sé que me pertenece. Tú y yo, y a tomar por culo el mundo, Clara. No es tan difícil, mírame…
– Te quiero y ese es el problema, Pablo. Quererte no encaja con mis planes de olvidarte… – Sonríes con los ojos desbordando penita. Te comería entera, sin dejar miga.
– ¿Cómo voy a ser testigo de mi propia muerte, Clarita? ¿Cómo coño se hace eso? – A veces, las lágrimas son palabras que no saben hablar, que van a la deriva sobre un colchón de playa de PVC, inestable e incómodo, pero siempre a flote. Te lloro sin darme cuenta, que no sin querer, porque querer, quiero y lo necesito.
– ¿Serás mi testigo de amor…? – Lloras mares. Lloras ríos. Lloras montañas mojadas de sueños no cumplidos.
– No me pidas eso, nena. Eso no…
Lo de las peras y el olmo.
Lo de la soledad del desierto.
Lo del eco del acantilado.
Lo del llanto en silencio.
No me pidas eso, nena. Eso no. Sin saberlo, aquellas serían mis últimas palabras, que no mis últimas voluntades. Porque durante estos dos últimos años, imaginarte lejos de mí y para siempre, no hizo sino convertirte en un sueño recurrente que se vuelve pesadilla al abrir los ojos, porque sé que nada de lo sentido es real, aunque sí de verdad. Soñar contigo, olerte, oír tu risa, sentir tu pelo en mi cara, tus manos siempre frías y las mías tan sudadas, ese beso angustiado, tan de náufrago rescatado del olvido, que me sumerge en una melancolía insana pero adictiva. Pensar que puedas volver, aun a riesgo de ser un deseo delirante, es mi sueño favorito, mi ilusión al meterme en la cama, porque sé que, en cuanto cierro los ojos, tu holograma se acuesta a mi lado. Dormir en ti y sin ti, amarte sin tenerte, desearte sin tocarte y parecer cuerdo es una coreografía para la que ya tengo hábito y apunto maneras.
Nadie, nadie sabe lo mucho y lo todo que te echo de menos. A veces creo que ni yo lo sé, hasta que abro los ojos y otra vez no estás. No es echar de menos, Clara. Es echar de menos lo que nunca sucedió. Y no fueron las ganas, sino el miedo lo que impidió que de blanco y con velo, me tirases a mí el bouquet nupcial. Sabes perfectamente cuál hubiese sido mi deseo, ¿verdad? No es bueno besar a la novia a de otro. O sí. Maldita cobardía que se llevó por delante mi vida bonita. Mi vida en ti.
www.noemimartinez.es
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