Rosa Muriel / ASÍ ES LA VIDA
31.01.21
Un frio día de invierno, las dos de la madrugada, último día de enero, y yo, prácticamente una adolescente, que no sabía este día como enfrentar un parto, aunque estaba muy informada y preparada, peor no lo sabía. Llegó ese momento tan esperado, fue fácil, rápido y emocionante.
Ella tenía prisa por llegar y yo por recibirla, sólo quería ver su carita morenita, verla bien y tomarla en mis brazos, amor a primera vista, bueno no, amor desde el minuto uno que supe que estaba dentro de mi.
Y hoy 31 de Enero, el cumpleaños de mi hija es una fecha única que año a año evoca recuerdos y sentimientos de todo tipo, la alegría de su llegada, la emoción por sus primeros pasos, la preocupación por su futuro y desarrollo, incluso hoy, el orgullo por cada uno de sus logros.
Vislumbrar cómo cada año mi hija suma experiencias buenas y malas, aprende a levantarse de los fracasos, se transforma en una mujer, -aunque en el fondo siempre será mi niña-, y cumple con sus sueños y proyectos, es una experiencia que me dice que algo bueno hice con ella.
Y como le dije en cierta ocasión: no quiero que te parezcas en lo más mínimo a mí, ni siquiera en una pestaña. No eres la continuación ni de mi apellido, ni de mi, a veces algo en mi forma de ser. No eres mi apéndice, eres más, eres única e indispensable.
No serás lo que nunca pude ser, ni te lanzaré por los senderos que yo hubiera querido recorrer. Pero sobre todas las cosas del mundo, solo te pido algo: sé todo lo que quieras ser, mientras te haga feliz, zarandea a la vida y no sigas a los demás, no creas en lo que te digan, solo hazlo si a ti te apetece.
«TE QUIERO hasta la luna y vuelta, te digo “GRACIAS hasta la luna y vuelta”.
Feliz cumpleaños, princesa.
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