El Bvscon

Foto: Israel Pérez @elisraperez.

El pícaro personaje de Quevedo encarnaba de alguna manera lo que yo quería hacer: vagamundos del vino, buscador de fortuna por los viñedos

Sábado, 28.11.20

Javier Caravaca.-   Cuando descubro un plato que me enamora, de esos que te levantan las cejas y te sacan un suspiro con la boca llena, siempre pienso en cómo se podría mejorar. Puede parecer un defecto, y aprovecho para disculparme con quien le haya podido molestar alguna vez, que seguro serán muchas. En mi descargo, sepan que me sucede, insisto, cuando me enamora. Lo mismo me pasa cuando pruebo un buen vino: después de disfrutarlo y escrutar sus características me invade la necesidad de pensar cómo se podría mejorar. Es una especie de halago, a mi manera, que traduzco en pregunta íntima: “esta maravilla… ¿se podría hacer mejor?” Con frecuencia sucede que no imagino la manera de conseguirlo, en cuyo caso el vino, o la comida, me parecen perfectos. Digo perfectos en el sentido verbal: perfectivos, terminados. Pero en ocasiones me resultan imperfectos, también desde una perspectiva verbal: imperfectivos, iniciados pero no concluidos. Confieso que me pasa lo mismo en el arte con frecuencia, sobre todo en literatura, cuando leo un gran poema o me dejo seducir por una trama inteligente o por un personaje atractivo, igual en el cine, en la música, etc. Supongo que es un germen creativo que no puedo sofocar. De esa fuente nace El Bvscon.

La primera vez que probé el vino de maceración carbónica de Juanmi De la Cruz quedé hechizado. Era un tinto como yo no había probado jamás: la fruta tierna, repleta de flores y recuerdos infantiles de kiosko, venía pura, adornada con suaves aromas de nata y matizada con un brote fresco vegetal. Se notaba el suelo, el clima y la vejez del viñedo. Irradiaba juventud, energía a borbotones y dulzura, como un mozo enamorado. Era, y sigue siendo, un vino maravilloso. Pero imperfecto, inacabado. Pensé que se podía mejorar. Imaginé al muchacho cuando fuese mayor, más templado, ilustrado y culto, menos brioso, seguramente, pero más profundo e interesante. Las Bacantes me susurraban que la crianza adecuada le haría bien. Con ello perdería la inocencia del chico joven, su ternura infantil y esos aromas tan puros, era consciente, pero a cambio se convertiría en el hombre que yo imaginaba, quizá no mejor, tal vez igual de imperfecto, pero interesante de conocer.

El Bvscón, joya escondida en el Amazonas del vino. /Img. J.C.

El Bvscón, joya escondida en el Amazonas del vino. /Foto. J.C.

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Ahora bien, no podía renunciar a su esencia juvenil, a la maceración carbónica que con tanta dulzura protegía los matices primarios de la fruta y el terruño. El lugar me dio la solución, no había que buscar más lejos: la antigua parcela de cencibel de Los Parientes estaba en Villarrobledo, cuna de los mejores alfareros de tinajas. La crianza del vino en tinaja aporta pocos matices aromáticos, algo de mineral y recuerdos húmedos, pero permite la oxigenación a través de los poros del barro, decanta las impurezas, limpia y estabiliza, sin disfrazar el vino. Terminar la fermentación maloláctica en la tinaja, durante el otoño y el invierno, y prolongar el reposo durante la primavera harían que el vino domase sus ímpetus, equilibrase bríos sin perder arrestos, templase el ánimo y se envolviese en armonía. Imaginaba menos intensidad frutal primaria, pero más complejidad, más profundidad y amplitud de matices, más longitud y, sobre todo, más equilibrio, lo que solemos llamar redondez: taninos pulidos, sin aristas, armonía aromática, paso suave, amable, con el peso justo y donde las sutilezas se puedan encontrar sin que suene un redoble de tambores. Juanmi supo entender la idea y llevarla a término con maestría, poco aporté yo aparte de la imaginación. Las virtudes que pueda tener el vino, por tanto, son fruto de su talento, y los defectos son exclusivamente culpa mía. El resultado, en todo caso, fue el que yo había soñado. Solo faltaba vestirlo e intitularlo.

Nacía el proyecto con el nombre debajo del brazo, lo confieso, ya estaba en mi cabeza desde hacía años: El Bvscon. El pícaro personaje de Quevedo encarnaba de alguna manera lo que yo quería hacer: vagamundos del vino, buscador de fortuna por los viñedos, maltratador de botas por los terruños para encontrar uvas que merezcan la pena, a fin de engañar al viticultor, en el mejor de los sentidos, y llevarle conmigo a vivir una aventura emocionante. Mi amor por las letras, y especialmente por el poeta madrileño, hicieron el resto para fundir en una sola cosa la imagen del vino: una etiqueta sencilla y blanca, como el papel de las imprentas del s. XVII, con la Garamond habitual de aquellos tiempos y con aspecto de libro. El tinto de Juanmi era el primero, pero tenía, y conservo, la intención de hacer más, en otras tierras, con otros viticultores. Así pues, sin perder la querencia bibliográfica, este solo podía ser el primer capítulo. Estaba destinado a llamarse El Lobo, por pura casualidad. Mi amigo Mîr tuvo la ingeniosa idea de poner nombres de animales a cinco vinos de una cata a ciegas. Eran los cuatro mejores vinos criados en tinaja que tenía en mi bodega, con los que queríamos medir El Bvscon. A la postre, el vencedor de la cata llevaba la etiqueta de “El Lobo”. Por fortuna era el nuestro. Después, el diseñador Yit equilibró todos los detalles estéticos para que la imagen luciese como la que salió de la imprenta de Zaragoza de Pedro Verges en 1626 de la Historia de la vida del bvscon llamado don Pablos, exemplo de vagamundos y espejo de tacaños. Mantener la “v” original en lugar de la “u” y prescindir de la tilde, así como el uso de números romanos y de una filigrana bajo el título, nos parecieron un tributo necesario para conservar el aroma del barroco.

En el futuro habrá una edición 2020 de El Bvscon. Capítvlo I, El Lobo. Está en proceso de elaboración y la cosecha apunta aún mejores intenciones que la de 2019. Quiero pensar que podremos seguir haciéndolo mientras la ilusión siga viva. También habrá un segundo capítulo, y muchos más si la suerte me deja, tan pronto como encuentre un vino que me enamore y la imaginación me señale el camino. Sigo bvscando.

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