El tesoro de Pedro Muñoz

Viña Obdulia, el tesoro de Pedro Muñoz./J.Caravaca

El arqueólogo, el héroe y el pirata buscan su tesoro, su espada mágica, su Santo Grial. El aventurero del vino también, y no descansa aunque lo encuentre

Sábado, 21.11.20

Javier Caravaca (@VinosRaros).-   Cuentan las crónicas que en 1830 nació Isabel II de España y murió Simón Bolívar, que Sthendal publicó Rojo y Negro mientras Faraday descubría la inducción electromagnética, y que no había luz en las casas porque faltaba medio siglo para que Edison la inventara. Se olvidan las crónicas que en aquellas fechas Obdulia empezó a cultivar las viñas de Pedro Muñoz que aún siguen desconocidas. De aquellos majuelos brota el tesoro del que voy a hablarte hoy.

Después de cinco generaciones, José Miguel Ugena continúa con la vendimia tradicional, se lleva la cencibel con la mano al hueco de hormigón y deja que las bacterias salvajes hagan la magia del vino. Luego todo es un encerar el suelo y pulir la madera el tiempo que dura un embarazo, para que la botella nos traiga el mensaje escondido del pasado. Encontramos por casualidad unas cuantas perdidas en el pequeño pueblo de Pedro Muñoz, en Ciudad Real, de la cosecha de 2007. Nadie recuerda que estuvieran allí. He robado una para contártelo.

J. Caravaca

J. Caravaca

Me emociona descorchar botellas antiguas. Hablan, si las escuchas con atención, de leyendas. Lo hago con ayuda de un romántico, vástago de aquellas tierras, para no perderme sin cicerone. Este Viña Obdulia 2007 se presenta humilde, en un traje inquietante, como la reliquia cruzada envuelta en una sábana. En la copa, su capa es negra como un sayo de luto, sin metáforas, opaco y oscuro como el cielo nocturno. Amenaza en el ribete, si lo iluminas y lo mueves, un granate sanguinolento con tintes de evolución, con perneras grandes y abundantes que chorrean por el cáliz a raudales sin prisa, evidencia de gran volumen y mucho alcohol. No parece limpio, como el caldo del cocido, que cuanto más trabado y espeso mejor está.

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Nos sorprende su primer suspiro en reposo, es mineral. Sí, salino, con un soplo de tapenade, de salmuera de aceitunas negras, como si ya viniera avisándolo desde que le vimos el color. Qué curioso. Parece que le gusta el aire, con él se desperezan aromas de frutos rojos bien maduros en zurrón, recuerdos de torcer la bota y acariciarle el cuero a caño vivo. Es elegante y fino, la rusticidad brilla por su ausencia, lo cual no esperábamos. Enseña matices terciarios agradables y bien fundidos con algunas notas de elaboración en barrica, alguna pimienta con su clavo, tal vez, alguna duela ahumada, quizá, pero sin perder el alma primaria del suelo y la fruta de donde viene todo. La tierra es lo que destaca, el matiz calcáreo de conchas marinas, el cemento blanco recién revocado, insólito en un vino de allí. Si le dejas tiempo, se abre hacia sutilezas de barniz y acetonas, delicadas, como cuando entras en un lujoso baño de mujer. El conjunto es equilibrado y majestuoso, propio de los grandes vinos.

Ataca con frescura, con bálsamos de regaliz y ligerezas cosméticas, y se va desarrollando sobre un manto de terciopelo sedoso y fino, perfectamente integrado en su volumen y bien templado de intensidad. Vuelven por la retaguardia recuerdos lácticos de tofe y capuccino, ciruelas pasas, hoja nueva de tabaco, y ese punto dulzón y amargo que evoca inconfundible el azúcar tostada de la salsa París. Pide más guerra en su complejidad, con esa gama tan amplia de matices que da para discutir sobre el origen de la vida. No tiene síntomas de vejez, al contrario, aún nos vienen soplos vegetales, de pámpanos y sarmientos verdes, pletórico, anunciando una larga vida por delante. A ciegas no conseguiríamos adivinarle las señas. La redondez y el equilibrio elegante son sus armas.

En www.vinosraros.es puedes descubrir alguna de las poquísimas botellas que quedan de este tesoro.

J. Caravaca

J. Caravaca

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