Rosa Muriel / ASÍ ES LA VIDA
09.11.20
Cuando una persona no logra liberarse de una relación sentimental que le produce daño y perjudica su salud física y mental, la relación se convierte en obsesión. La persona ha ingresado en un círculo vicioso similar al que ingresan aquellos adictos al alcohol, las drogas o el juego. Así como aquellos necesitan y toleran cada vez más cantidad de tóxicos para poder funcionar.
En base a esta premisa falsa, tiene la creencia de que con el «poder de su amor» logrará retenerlo, satisfacer sus carencias o lograr su transformación y busca cualquier pretexto para mantener la relación, a pesar del maltrato y rechazo que recibe. Temen enfrentar la realidad y las consecuencias que un cambio de actitud o de comportamiento produciría en sus vidas. Relaciones de este tipo se caracterizan por ser dramáticas, caóticas, llenas de sufrimiento.
En la dinámica de la «adicción al amor», los intentos por retener y cambiar al otro, vinculados con el manejo y el control, se convierte en una lucha continua en la que uno es el que soporta ser herido o humillado, mientras el otro desprecia, maltrata, se deprime y llora.
El controlador siente enojo, ira, impotencia, frustración. Sus pensamientos se vuelven obsesivos, con celos irracionales, ideas de venganza, planes imaginarios para someter a la pareja o lograr su atención, mientras el otro no logra manejar sus emociones ni resolver sus conflictos y presenta síntomas físicos y psíquicos de estrés, baja autoestima, pierde la confianza en sí mismo, reprime sus emociones, no logra poner límites, se muestra poco asertivo, no logra comunicar lo que piensa y siente… Pierde el control de su vida y funciona alrededor de las decisiones y la voluntad del controlador.
Algo que siempre aprendí y soy fiel a ello, es que hay que vivir la vida plenamente y dejar vivir a los demás con libertad, con respeto, cuidándonos y amándonos primero a nosotros mismos para así tener la capacidad de amar a quien merece la pena.
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