Resulta difícil de explicar la alta contagiosidad del virus Sars-Cov-2, solo teniendo en cuenta los mecanismos de transmisión hasta ahora conocidos
Viernes, 30.10.20
Julio Tudela/Jose Ramón Zárate.- Con la tardanza en el reconocimiento tanto de la capacidad de contagio por parte de individuos asintomáticos como en la necesidad de utilizar mascarillas de protección facial, el esperado pronunciamiento de la OMS incluyendo los aerosoles entre los posibles medios de transmisión de la Covid-19 y no solo por gotas de mayor tamaño, no se ha producido hasta hoy.
Sin embargo, los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos actualizaron su información a este respecto el pasado 18 de septiembre, incluyendo los aerosoles, por fin, como una probable vía de transmisión de la enfermedad. Pero, extrañamente, el lunes siguiente, día 21, se retiró la mencionada actualización, volviendo a la información previamente mostrada, que excluía esta vía de contagio. En la página web de los CDC figuraba la leyenda siguiente que trataba de explicar la eliminación de la actualización:
“Una versión preliminar de los cambios propuestos a estas recomendaciones se publicó por error en el sitio web oficial de la agencia. Los CDC están actualizando sus recomendaciones con respecto a la transmisión aérea del SARS-CoV-2 (el virus que causa Covid-19)” (2)
¿A qué pudo deberse realmente esta rectificación, que suponía seguir de espaldas a las numerosas evidencias en favor de la vía de transmisión por aerosoles? No lo sabemos, pero puede pensarse en presiones para no reconocer una evidencia que podría obligar a modificar demasiadas cosas en las estrategias de prevención de la pandemia, así como a la necesidad de reconocer graves errores.
Por fin, el pasado día 5 de Octubre, los CDC incluyen definitivamente en sus guías sobre la COVID-19 la posibilidad de transmisión por aerosoles, corrigiendo su posición previa al respecto y aportando una evidencia más para que la OMS y los organismos reguladores modifiquen las guías de prevención para la contención de la pandemia. (6)

Pero adicionalmente a ello, también el pasado día 5 aparece un artículo en la prestigiosa revista Science en el que se insiste en la necesidad de reconocer la transmisión aérea por aerosoles que los autores definen como partículas de menos de 100 micras de tamaño, ampliando así el criterio establecido hasta ahora que definía que las partículas de los aerosoles eran de 5 micras o menos. Todo ello porque dichas partículas son susceptibles de permanecer en el aire y diseminarse propagando el virus. Los firmantes del artículo de Science (7) manifiestan que existe una abrumadora evidencia científica que soporta la vía inhalatoria como la principal forma de transmisión del virus, e insiste en la necesidad de modificar las recomendaciones vigentes sobre su prevención.
El principio bioético de prudencia aconseja tener en cuenta las evidencias que, aun no siendo incontestables por la limitación de datos disponibles, pueden suponer una mejora significativa en la prevención de la extensión descontrolada de una pandemia como la actual. Las evidencias existen y han sido suscritas por numerosos científicos, por lo que ignorarlas resulta una actitud científicamente inexplicable dada la gravedad del proceso.
Aerosoles y medidas de protección
El reconocimiento de los aerosoles como vía de transmisión de la Covid-19, obligaría a modificar muchas de las estrategias de prevención actualmente implementadas. El lavado de manos y el mantenimiento de la distancia de 2 metros entre personas, aun siendo herramientas eficaces, deberían reconocerse como totalmente insuficientes. La implementación del uso de mascarillas eficaces de protección de modo obligatorio debería reconocerse, en tal caso, como un instrumento preventivo de primera magnitud. E insistimos en lo de “eficaces” porque, si el virus viaja en microgotas de menos de 5 micras, las mascarillas de tela y todas las no homologadas estarían proporcionando una falsa sensación de protección y contribuyendo a la expansión incontrolada de la infección. La obligación de utilizar mascarillas de probada eficacia, como las quirúrgicas o las FFP2, sería una medida imprescindible si finalmente se reconocen las evidencias científicas que apuntan a esta vía de transmisión como la más importante en la actual pandemia.

La modificación en las recomendaciones sobre el uso de mascarilla en determinadas circunstancias, como restaurantes o locales cerrados, se haría imprescindible para evitar el contagio por acumulación de aerosoles por falta de renovación del aire.
Además de los cambios que este reconocimiento obligaría a adoptar, añadiríamos la necesidad de reconocer un error de estrategia más a sumar a los ya mencionados de la tardanza en el reconocimiento de la transmisión por asintomáticos y la necesidad del uso de la mascarilla en toda circunstancia.
¿Puede ser este el motivo por el que los organismos oficiales, OMS incluida, se resisten a mostrar las evidencias disponibles a la población, por riesgo de inducir a la adopción de medidas que puedan restar popularidad o votos?
El derecho a la información veraz constituye uno de los pilares del ejercicio del principio de autonomía de la población, pero, sobre todo, es uno de los instrumentos principales para el desarrollo de políticas de salud eficaces.
Apelamos nuevamente desde El Observatorio de Bioética de la UCV a la necesidad de reconocer con urgencia las evidencias científicas disponibles en cuanto a las vías de transmisión del virus Sars-Cov-2 e implementar los cambios necesarios para frenar la extensión de la pandemia.
Demasiadas incógnitas
–Origen: parece que el SRAS-CoV-2 proviene de murciélagos, pero no está claro si el intermediario fue un pangolín, otro animal o una persona. ¿Desde cuándo circula? ¿Cuándo se produjo el primer caso, en noviembre de 2019 o hubo antes neumonías por SARS-CoV-2 como se ha sugerido?
–Prevalencia: las diferencias entre datos oficiales y reales de casos y muertes ha sido una constante mundial. Por lo general, los casos reales son de cinco a diez veces más, y las muertes reales pueden duplicarse en algunos países. Los excesos de mortalidad de 2020 reflejarían mejor la situación; aun así, es posible que nunca tengamos los datos precisos.
–Transmisión: los periodos de incubación y transmisión de un portador pueden variar dependiendo de su grado de infección.
–Distancia: un metro, metro y medio o dos metros. Las autoridades mundiales discrepan. Depende de numerosas variables: lugar, humedad, temperatura, ventilación, actividad, viento…
–Fómites: se sabe que el virus persiste durante varias horas en algunas superficies, hasta tres en papel, y dos días en tejidos y madera, pero se desconoce hasta qué punto es infectivo en ellas. Hasta aclararlo es necesario seguir considerando las superficies como vías de posible contagio y desinfectarlas, sobre todo en los lugares más expuestos.
–Test: al margen de los falsos negativos y de la imprecisión de muchos test de antígenos, hay dudas sobre si una PCR positiva registra infección actual o restos víricos no contagiosos. En algunos casos se ha detectado ARN viral seis semanas después de la primera prueba positiva y casos positivos después de dos pruebas negativas de PCR.

–Anticuerpos: si bien las IgM y las IgG pueden permanecer durante más de cuatro meses en SARS-CoV-2, se desconoce su longevidad, aunque se sabe que los anticuerpos contra el SARS-CoV-1 se mantienen al menos tres años. Sí parece que las células T conservan memoria inmunológica.
–Cuarentena: sigue fluctuando entre cinco y catorce días, y hay quienes piden hasta un mes, dada la persistente positividad de algunos afectados.
–Inmunidad: aunque el SARS-CoV-2 parece estable, no se sabe si la inmunidad adquirida protegerá de por vida o temporalmente ni qué parte del sistema inmune habría que activar.
–Inmunidad innata: se ha publicado que un 20-50% de individuos sin contacto previo con SARS-CoV-2 tienen cierta reactividad frente a él por infecciones previas a coronavirus o virus parecidos o por configuración genética. Podría explicar en parte el volumen de asintomáticos.
–Asintomáticos: representarían alrededor de un 20-40% de los infectados, pero se ignora hasta qué punto son transmisores.
–Supercontagiadores: se estima que un 10% de los infectados contribuyen a un 80% de las transmisiones, pero influyen entornos, carga viral y otros factores desconocidos.
–Inflamación: apenas se conoce el delicado equilibrio entre la respuesta antiviral y los procesos inflamatorios que se desencadenan.
–Edad: es el principal factor de riesgo, pero se discute sobre si se debe a los niveles de la proteína ECA2 receptora del virus o a deficiencias en el sistema inmune que favorecerían en la ancianidad la reacción inflamatoria exagerada.
–Sexo: afecta menos a las mujeres, pero no se sabe si por su respuesta inmunitaria más robusta, factores hormonales, distintos niveles de ECA2…

–Niños: hay muchos estudios contradictorios. A diferencia de la gripe, se sabe que se contagian menos, son más asintomáticos y más resistentes, pero no si transmiten el virus más o menos que los adultos.
–Mutaciones: el SARS-CoV-2 acumula dos mutaciones al mes mientras que la gripe anual lo hace a un ritmo doble. La gran mayoría de estas mutaciones no tienen un efecto ni negativo ni positivo sobre el virus. Sin embargo, se ha especulado con la posibilidad de que alguna de ellas (DG614) pudiera estar detrás de su rápida expansión. No hay que olvidar las recombinaciones genéticas que pueden aumentar o disminuir su transmisión y letalidad.
–Reinfecciones: son muy escasas y extrañas. Puede tratarse de otra cepa, de una infección mal resuelta con un reservorio oculto o tal vez detección de material genético anterior no infectivo. Algún estudio apunta que hasta un 20% de pacientes vuelven a dar positivo tras su recuperación, y otros indican que una PCR persistente no supone contagiosidad. Esos restos no serían infectivos.
–Rebaño: ¿hace falta llegar a una inmunidad colectiva del 60-70% o bastaría con menos, como han sugerido algunos epidemiólogos?
–Tabaco: ¿protege o perjudica? Los ingresos de fumadores no son proporcionales con la población adicta. Sí parece que su pronóstico, cuando enferman, es peor.
–Vacunas: se desconoce cuánto tiempo podría durar su protección o si la respuesta inmunológica podría causar un aumento de la enfermedad durante la reinfección.
–Fin: por ahora no parece posible predecir cuándo cesará la pandemia; se espera que suban los casos en el invierno, pero no hay nada seguro.
Fuente: Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia. Profesor Julio Tudela y el doctor José Ramón Zárate.
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