Dolina

FOTOGRAFÍA: FRANCISCO ÁLVAREZ

Esa magia tuya de mover piezas, encajando entrante con saliente, todo lo tuyo con todo lo mío, sin esfuerzo, sin plano y sin margen de error

Noe Martínez / PALABRAS OLVIDADAS

DOLINA

A veces, tomar decisiones es más una cuestión de suicidio que de voluntad de acierto. A veces, tomas la salida equivocada en la rotonda, porque sabes que las demás están llenas de jardines mil veces pisados, escenarios comunes en los que echarte en falta es ya mi pan de cada día. A veces, tirar por la del medio, saboreando la hostia antes del tropiezo, es mi otra forma de entender que, por mucho que corra en sentido contrario y en pelotas, siempre habrá un lugar en el que tú y yo hagamos pum. Porque a la vida se la soplan mis planes y mis ‘esto no va ningún sitio’. A la vida le importa una soberana mierda que tú yo seamos incompatibles para vivir en calma. Tempestad de tempestades, huracán donde los haya, galerna que me sacude y me lanza por los aires. Pase lo que pase, nena, estoy a merced del influjo de todo lo tuyo. Permíteme que me rinda antes del combate: ser rehén de lo nuestro es mi estado civil y mi orgullo.

– Cuando me llamaste para comer, pensé que la cosa iba a ser para parejas… – Sonríes mientras andamos.

– Lo pensé, pero haciendo cuentas, me sobraban dos… – Me río, chocando mi cabeza con la tuya.

– Tonto… – Ríes, coqueta.

– Un mal día lo tiene cualquiera… – Me río ante la imagen de vernos juntos, pero acompañados.

– Rober te manda saludos, dice que le debes un partido de Padel – No me miras, hacerlo sería tanto como dejarme entrar en esos ojos que saben que yo sé leer entre líneas.

– Rober me debe más que un partido de Padel…

Yo sí te miro, porque quiero que seas tú la que me lea entre líneas. Ya sale que Rober es buen tío. Sé que te trata como Dios, infinitamente mejor que yo, porque a él tratarte bien le sale sin querer. Siempre fue así, no en vano, la típica historia del mejor amigo que consuela a la exnovia, le salió redonda. No digo que se aprovechase de la vulnerabilidad de la chica que sufre por un cabrón que no ve que está delante del amor de su vida. Solo digo que, por lealtad al cabrón, debió esperar un lustro y medio quinquenio para enamorarte con su sonrisa, su calma y sus promesas de estabilidad, a fin de cuentas, si alguien sabía de mi ineptitud para hacerte feliz, era él: partir con demasiada ventaja es feo entre caballeros, no me jodas.

– Mara también te manda saludos, pero no me hagas caso, creo que no son del todo sinceros… – Te despeino el flequillo, queriendo enredarte en mis manos para siempre.

– Mara es perfecta para ti… – Sonríes, apoyándote en la barandilla de madera, haciendo una parada en el paseo.

– Qué sabrás tú lo que es perfecto para mí… – Me paro frente a ti, improvisándote una jaula con los brazos.

– Martín… – Sacudes la cabeza, sin mirarme, intentando evadirte de mí y mis brazos.

– Dame un minuto, Paula, solo un minuto…

Me miras. Me miras como solo sabes hacerlo tú cuando sabes que tengo miedo a cagarla. A cagarla pero bien. No sé cómo, pero lo sabes. Como la movida que te dicen de pequeño, que los animales perciben el pánico y el dolor, tú conmigo das rienda suelta al instinto básico de conocerme mejor que yo. No quiero hacer, no quiero decir, no quiero mover ficha que te aleje de mí, pero no hacerlo, me condena a la hoguera de las cosas que nunca se han dicho, esas que se te clavan como alfileres de vudú en las noches en vela. No me miras normal, Paula, buscas las cuatro esquinas de mis emociones dormidas para rehacer el puzle de mi vida contigo. Puede que lo hagas sin querer, que ya me jode, ya, pero lo haces. Esa magia tuya de mover piezas, encajando entrante con saliente, todo lo tuyo con todo lo mío, sin esfuerzo, sin plano y sin margen de error. Para ti nunca he sido un misterio, pero sí un capullo, eso ya quedó dicho hace tiempo.

– ¿Por qué ahora, Martín…? – Te mesas el pelo, buscando qué hacer con tus manos. Yo tengo un plan para ellas: ¿te lo cuento…?

– Porque cuando quise hablarte tú ya no querías escucharme… – Dejo caer mi frente sobre la tuya. Puedo olerte tan cerca, tan cerca, que si cierro los ojos, puedo incluso saborearte. La gula es mi pecado capital.

– Qué sabrás tú lo que yo quería… – Cierras los ojos. Podría besarte ahora mismo. Es más, creo que lo estoy haciendo de memoria, como cuando recito la tabla del 2.

– Siento no haber sido lo que necesitabas… – Cobijados por mis brazos, el universo se reduce a lo nuestro. No satélites, no planetas, solo estrellas fugaces con su deseo.

– Lo eras, Martín. Siempre lo fuiste, pero lo nuestro no te llegaba…

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¡Sí que me llegaba, Paula!

¡Que sí!

¡Claro que me llegaba!

Pero como si las cuerdas vocales las tuviese atadas a un pastor eléctrico, me cuesta verbalizar sentimientos que me dejan desnudo, bañándome en la orilla. No es valor lo que hay que tener para tirarse a la piscina, es perspicacia para saber si hay agua suficiente para amortiguar la hostia. Rober es un buen tipo. Que ahora sea tu pareja no lo convierte en enemigo, sino en rival fuerte. Sigo apreciándolo hoy como entonces, cuando era el tipo amable, puente necesario entre tú y yo, cuando en discutir encontrábamos la sal de la vida, el cemento calorífico que sellaba lo nuestro para que no se desmoronase como un castillo de naipes. Y tanto fue el amigo al consuelo de la princesa agraviada, que ella acabó viendo en sus hombros un lugar en el que curar pupas y desidias. Que él te haya ayudado a sanarte de mí no sé si me alegra o me condena, en todo caso, se os ve bien. Muy bien. Demasiado bien para lo poco que puedo imaginaros juntos…

– No he dejado de pensar en ti ni un día desde que te fuiste… – Te digo, pensando que las obviedades no cuentan como confesión.

– Decírmelo hubiese estado bien… – Esbozas una sonrisa, mientras te limpias una lágrima.

– Pensé en llamarte mil veces. Cada noche desde que te fuiste… – Te cojo la cara con las manos. Es curioso que las lágrimas ajenas no sepan a sal. Óxido, corrosión en un corazón que se cubrió de metal, dichosa coraza que de mí te salva.

– ¿Por qué no lo hiciste, Martín…? ¿Por qué…?

¿Por qué? Porque hacerlo hubiese sido tanto como asumir culpas para las que aun no estaba preparado. Porque volver a ser yo mismo en la última oportunidad me daba muy pocas posibilidades de éxito con lo único bonito que me había pasado en la vida. Porque hacerlo y fallarte sería la enésima forma de hacerte daño sin poder consolarte. Porque hacerlo me daba tanto miedo, tanto miedo, que solo de pensar en tu rechazo, me dejaba la mente en función ahorro de energía. Llámale cobardía, remordimientos o estulticia, llámale lo que quieras, Paula, que seguro que cualquiera de las opciones de mierda, me encajan. Pero no lo hice. No lo hice sabiendo que el tiempo y Rober jugaban en mi contra: cuanto más espacio para él, menos recuerdo para mí. Avivar la llama en una dolina en la que alguien tira calderos de arena sobre los rescoldos, ya me dirás tú cómo…

– Dime que es a Rober a quien quieres, y desaparezco para siempre… – Tiemblo como solo lo hacen los amantes inexpertos, esos a los que el primer beso les da taquicardias y miedos en bucle. No somos nada…

– Claro que le quiero, Martín… – Suenas a verdad. A verdad por encima de todo. Y esa cosa tuya de franqueza a bocajarro, me deja sin aliento.

– Es un tío con suerte, Paula… – Me separo de ti, a duras penas. Podría quedarme a vivir en tu cuello, pero creo que tres, es multitud.

– Lo es…

Echas a andar, sin esperar a que yo haga lo propio. Entiendo que no avanzas, sino que huyes de mí, así que entono en silencio el estribillo que me toca, y hago de penas, corazón: ella ya no te quiere, ella ya no te quiere, ella ya no te quiere. Rima consonante, a juego con el dolor hiriente que me atraviesa al verte caminar. De espaldas a mí, jodida metáfora difícil de asumir cuando no tienes abierta la glotis para tragar. No sé en qué punto pensé que esto iba a funcionar, pero qué coño, a veces conviene ponerse al borde del precipicio y gritar. Gritar aunque sea por escucharse a uno mismo, sabiendo que la voz que vuelve, jamás es una respuesta, sino un monólogo. Aun así, tenía que intentarlo, Paula. Porque vivir sin ti será resignación, pero nunca será mi primera opción. Mierda, el que dijo que llorar es de blanditos, es que nunca lloró desamor.

Me giro y deshago lo andado, ahora solo. Es curioso que estar solo y sentirse solo no parezca ni el mismo idioma. Pongo un pie delante del otro, un pie delante del otro, un pie delante del otro, así hasta que las calles vencen a mi tesón por tirar hacia delante. Llego a la puerta de mi casa, pero pensar en subir y estar a solas conmigo mismo, me ahoga. Me quedo un instante delante de la puerta. Me veo reflejado en el cristal. No tienes buena pinta, chaval…

– Lo es… – De repente, en el cristal comparto reflejo contigo. No me giro, pero debiera: ¿en serio estás detrás de mí?

– ¿El qué, Paula…? – Inquiero, respirando a lo loco, inspiración-expiración de funambulista por cable.

– Que Rober es un tío con suerte… pero jamás serás tú.

Y no es besar, es besar como tú lo haces. Tiovivo en marcha, mariposas batiendo las alas hasta que las incertidumbres salen despedidas. No sé si esto será fácil, pero prometo no dejarme ganas en intentar que salga bien. De entre todos los finales felices, yo, nena, siempre me quedo contigo.

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FOTOGRAFÍA ORIGINAL FRANCISCO ÁLVAREZ
https://www.facebook.com/FranciscoJAD

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