Fábula del Oráculo, los frugales y los hombres del sur

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Javier Caravaca

20-07-2020

Había una vez una familia muy numerosa que vivía en el sur de Europa. Estaba formada por dos padres y muchos hijos, con sus cuatro abuelos y dos bisabuelas encantadoras. Cuando tenían problemas acudían al Oráculo para pedir consejo, como hacía todo el mundo. Obtenían sus rentas del alquiler de propiedades para comercios y se organizaban muy bien. Los hijos se ocupaban de las tareas de la casa y recibían a cambio un dinero para sus gastos. Los abuelos tenían asignada una paga para comprar medicinas, comida, ropa y algún capricho, poca cosa. Estos no hacían nada, claro, porque eran demasiado mayores. Los padres tampoco hacían nada, salvo organizar a los demás y repartir el dinero. Al principio todo funcionaba muy bien pero, a medida que la familia iba aumentando de tamaño, la renta de los alquileres se quedaba cada vez más corta para cubrir las necesidades de todos. El problema estaba en que los hijos más mayores no se iban nunca de casa, porque los padres los cuidaban muy bien y porque ganarse la vida fuera era mucho más difícil. Para equilibrar las cuentas, los padres decidieron subir el precio de los alquileres. Sin embargo, no les funcionó: a medida que aumentaban los precios disminuían los clientes y al final sacaban aún menos dinero que con los alquileres baratos. Llegó un día en que la familia no tuvo suficiente para todos sus gastos y los padres decidieron endeudarse. No obstante, como los gastos eran siempre superiores a los ingresos, la familia tuvo que ir financiando la deuda cada año con una deuda nueva y más grande. A los padres no les pareció un problema, porque querían mucho a su su familia. A los demás tampoco, porque eran unos padres buenos y generosos.

Un mal año, una pandemia azotó la humanidad. Como los padres tenían miedo, confinaron a toda la familia en casa para que no se contagiaran. Lo mismo hicieron los padres de otras familias, así que se quedaron tranquilos. Pero a la vuelta de un par de meses descubrieron un problema con el que no contaban: como todo el mundo estaba en casa, la mayoría de los comercios cerró y no quedó casi nadie que quisiera alquilar sus propiedades. En consecuencia, se quedaron sin ingresos para hacer frente a los gastos de la familia. Era una lástima. Los abuelos estaban muy asustados por si no iban a tener dinero para cubrir sus necesidades. Los hijos no paraban de protestar para que no les redujeran la paga, porque sabían que los ingresos por alquileres eran muy pequeños y que de un momento a otro vendrían los recortes. Entonces los padres se acordaron de unos amigos que tenían en el norte de Europa. Les llamaban los frugales.

Les llamaban así porque gastaban poco y tenían mucho dinero guardado. Vivían de lo mismo, del alquiler de propiedades, pero lo hacían de otra manera. Sus alquileres eran muy baratos y venía gente de todas partes para colocar sus comercios allí. Con lo que ahorraban compraban más propiedades y las ponían también en alquiler. Podían ahorrar porque tenían menos gastos. A los hijos, cuando eran mayores para trabajar, les daban libertad para hacerlo. Al principio era muy duro para ellos, porque eso requiere una gran responsabilidad y mucho esfuerzo. Pero al final se sentían muy agradecidos con los padres, porque les habían enseñado a mantenerse solos, a ser libres y a perseguir sus ilusiones. A los hijos que no podían valerse por si mismos o que no tenían suerte en la vida los cuidaban como siempre, pero eran muy pocos. Los abuelos sí vivían con ellos y recibían una paga. Pero era muy pequeña, no bastaba para sus cosas. Sin embargo, no era un problema, porque desde jóvenes habían ahorrado dinero para tener sus propios alquileres, poquita cosa, pero suficiente para vivir con tranquilidad. La pandemia también les afectó mucho, pero bueno, tenían algunos ahorros y sabían que en poco tiempo todo volvería a la normalidad.

Un día, los padres de la familia del sur decidieron pedirles dinero prestado a sus amigos del norte, a los frugales. Como eran muy buenos amigos, aceptaron y no les pidieron a cambio ningún aval ni garantía de devolución de la deuda. Ahora bien, les dijeron que ese dinero prestado tendría que servir para hacer algunas reformas en sus alquileres con el fin de que fueran mejores y más atractivos para los comercios y poder así recaudar más dinero. Es decir, que no deberían utilizarlos para los gastos corrientes, porque entonces no resolverían el problema. A regañadientes, aceptaron los del sur. Sin embargo, también les pidieron otra cosa a cambio del dinero: hacer las reformas necesarias en la familia para equilibrar los gastos y los ingresos, de tal forma que en el futuro, cuando la pandemia acabara, no siguieran aumentando la deuda, porque de lo contrario tampoco resolverían nunca el problema. Los padres se enfadaron un poco, lógicamente. Lo que les pedían era que redujeran las pagas a los abuelos, aunque se la tenían bien ganada, y que recortaran las asignaciones a los hijos, a los que tenían tanto amor. También, por supuesto, que minimizaran los gastos que tenían los propios padres para la administración de la familia. Los abuelos se pusieron muy nerviosos, claro, porque no tenían otra manera de vivir. Los hijos, por su parte, se asustaron, no querían ver reducidas sus prestaciones. Y los padres no sabían qué hacer.

Ante tal encrucijada, los padres decidieron acudir al Oráculo. Le preguntaron si debían acceder a las peticiones de los frugales. Tenían miedo, confesaron, de perder el favor de los hijos si aceptaban los recortes, incluso también el de los abuelos. Temían que la relación entre ellos, los padres, se pudiera deteriorar al perder la confianza de la familia, tal vez romperse, y que entonces algunos hijos tomaran la iniciativa para quitarles la autoridad de administrar los alquileres. Por otra parte, tampoco tenían dinero para cubrir todos los gastos, y si no conseguían el préstamo temían que la familia acabase pasando hambre. Eso era lo peor, porque con el sufrimiento suelen venir los reproches y las revueltas y… podrían perder algún ser querido. El Oráculo les habló:

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“Los hijos no son vuestros. La tarea más digna que tenéis es la de enseñarles el camino de la libertad. Sufrirán al principio, se sentirán desprotegidos, se equivocarán y lo pasarán mal, pero con el tiempo aprenderán a admirar la belleza que hay en el mundo más allá del abrigo de vuestra casa. Agradecerán que no seáis demasiado indulgentes con ellos, porque el peligro les hará prudentes, y la prudencia les hará fuertes. Con la fuerza podrán trabajar duro y perseguir sus intereses vitales y nada os reprocharán. Así serán felices y no de otra manera.”

Los padres, confundidos, le preguntaron al Oráculo qué sería entonces de los hijos menos fuertes, porque el mundo de fuera de casa era muy injusto y no tenía piedad con los últimos:

“Los pocos que no tengan suerte o capacidad para valerse por sí mismos debéis cuidarlos como hasta ahora, y también a los abuelos, pues merecen vuestra atención. Pero no será difícil conseguirlo con una pequeña renta de alquileres, porque la inmensa mayoría ya no dependerá de vosotros.”

Pero los padres tenían un miedo atroz a quedarse solos en casa. Temían perder la potestad sobre los hijos cuando ya fuesen libres, les aterrorizaba tener que hacer por sí mismos las tareas del hogar y, en último extremo, no concebían la posibilidad de perder el poder para administrar los alquileres, porque sin ayuda era muy difícil gobernar la gran hacienda en que vivían.

“No temáis. Cuando no haya tantos hijos en casa será muy fácil llevar las tareas. Con muy poco podréis cubrir las necesidades de la familia. No necesitáis una casa tan grande, ni siquiera os hará falta cobrar tanto dinero por los alquileres. Viviréis más tranquilos. Además, y esto es lo más importante, vuestra vida como padres es muy breve. Todo pasa, la tarea que tenéis encomendada es pasajera también. No temáis perderla, porque de todos modos no durará.”

Los padres, finalmente, parecieron convencidos, pero tenían una última pregunta para el Oráculo. Les había dicho “los hijos no son vuestros,” y eso no terminaban de entenderlo.

“Lleváis mucho tiempo viviendo en una fantasía. En realidad, simplemente sois los administradores de unos alquileres. De esos hijos, vosotros no sois los padres.”

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