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Garatusa

FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez
FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez

«Ha pasado tiempo, el suficiente para saber que seguramente lo que fue, jamás volverá a ser…»

Domingo, 05 de julio de 2020

Noe Martínez / PALABRAS OLVIDADAS

Mirarte y olvidarme de que no debo, todo es una. Lo sé, ha pasado tiempo, el suficiente para saber que seguramente lo que fue, jamás volverá a ser; llámame obstinado, gilipollas o indolente, pero por mucho que intente ponerme a salvo de ti, los acontecimientos siempre se ponen de tu parte. Porque da igual que mi cabeza dicte que otra vez no, si es mi piel la que aun te reclama. Tú, remiendo a mis rotos y mis descosidos. Tú, tirita curapupas, delicioso sana, sana, culito de rana. Cuando la cordura y la esperanza huelen ya naufragio, las olas siempre traen tu nombre a mi orilla. Y de nada vale que me ponga a salvo del tirabuzón y la resaca, porque cuando tu vaivén me roza, quién detiene la tormenta perfecta…

– Disculpa… – Sin importarte con quién estoy o si estoy con quien quiero, te metes en el medio.

– Cada año que pasa eres más tonto, ¿sabías?

– Pero estoy buenísimo, no me negarás… – Me río, mientras te abrazo como si en hacerlo se me fuese la vida.

– ¿¡Ves…!? Tonto perdido…

Y como si el mundo no existiese y todo se redujese a nosotros, nos confinamos en nuestro ecosistema, ese lugar único en el que dos seres de la misma especie tocan todos los palos evolutivos. Del instinto animal al racional, ese primer golpe de fuego, deseo tenaz y decidido, que arde a llama viva aunque tenga que estar escondido. Nos miramos el uno en el otro, quizá buscando la señal de que por fin podemos ser solo amigos. Ser amigos está bien. Es cosa bonita y de verdad. Pero para que tú yo podamos ser amigos, hay otras muchas cosas que tiene que dejar de ser. Y no es que no quiera formar parte de tu vida, es que lo que no quiero es salir de ella. De tu cama. De tu boca y de tu piel. A los amigos, Miriam, no se les mira como yo te miro a ti, porque hacerlo me convierte en una suerte de loco ansioso de amor y sexo. De sexo y amor, que contigo, nena, el orden de los factores, no altera el producto. No es que no quiera ser tu amigo, es que no puedo.

– Te mandé mensajes… – Me dices, haciendo pucheros.

– Ya… – Me meso el pelo. ¿Qué puedo decir en mi defensa? Ya los vi, pero alguno de los dos tenía que ser sensato en todo esto.

– Te mandé m-u-c-h-o-s mensajes… – Sentado en la barandilla, buscas cobijo entre mis piernas. Sin tocarnos, pero tocándonos, esa suerte de relación piscina de Cocoon que tan bien se nos da.

– No fueron tantos…

Me río, queriendo que entiendas que no pude. Sé leer, tengo dedos para teclear, pero no pude. Cuestión de supervivencia, ¿sabes? El final de este enredo yo ya me lo sé. Podríamos probar a hacer eterno lo efímero, tantas veces lo hemos intentado, pero se nos da mal querernos con condiciones. Quizá lo tuyo y lo mío nació sin vocación de lo nuestro. Como el chicle del chupachup, esa última cucharada de la copa de chocolate y nata, la única Coca-cola con hielo en el desierto. Esa agonía finisecular que nos acompaña siempre, esa habilidad que tenemos para no saber nunca si éste será el final, el encuentro que selle un amor posible, pero que no se nos da.

Y yo así, Miriam, no sé vivir.

No tengo vocación de funambulista ni faquir.

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A mí los sobresaltos y los sinvivir me provocan hernia de hiato, infelicidad a mazo y dolor de eternidad. No saber si estamos, si no estamos, si estaremos o si desapareceremos como la niña de la curva, me deja sin aliento. No es por falta de ganas, es por miedo. Y contra eso, aun no encontré antídoto que valga. Cuando estás al borde de la piscina y se espera que saltes con pirueta pero tú solo quieres llamar a mamá, ese soy yo frente a ti. Sé asertivo, Jaime, me digo. Dile de una vez por todas que o sí o sopas, que para que algo funcione, hay que darle al botón de encendido. Pero lo malo es que tú y yo vamos siempre con el turbo accionado. Todo express. Todo ya. Todo intenso. Sin manos, sin piernas, sin dientes. ¡Zas! Hostión con una piedra y la bici por los aires. No es fácil ser cuerdo contigo, que todo lo haces delirante. Lo sé, es tu encanto y tu atractivo con doble mortal, pero dame una señal, por pequeña que sea, para saber qué hago con todo lo tuyo desbaratado que aun habita en mí…

– ¿Cómo cuánto me echaste de menos…? – Me preguntas, roneando mi cuello, segura de mi respuesta.

– Cero… – Me vuelvo a reír. Es curioso, pero contigo, la risa es un escudo. Cuando me siento al descubierto, el sarcasmo es mi superpoder.

– No te preocupes, ya te eché yo de menos por los dos…

Pasas tus brazos alrededor de mi cuello. Mentiría si te dijese que no me gusta, que no me lo esperaba y/o que no moriría porque lo hicieses. Pero sé que lo que le sigue es la puerta del laberinto del fauno, atracción brutal, manos que se buscan, bocas que se encuentran, noche única y delirante, que muere de intensidad en aras de ser interminable. Quiero, necesito morderte los labios y la vida, pero sé, porque lo sé y eso me atormenta, que haga lo que haga, jamás serás mía del todo. Tienes tu historia, tus cosas, tu entorno, vía láctea en la que todo gira entorno a ti. Dar explicaciones no se nos da bien, y eso lo sabemos los dos. Ya otros intentaron amarse, balcón de por medio, vencer reticencias de familias enfrentadas, amores que ardían en ganas de fuego fatuo, polvo de estrellas en el que no quedase lunar al que asignar constelación y besito. Joder, Miriam, te arrancaría el vestido aquí mismo…

– ¿Viniste sola…? – Te pregunto, administrando oxígeno y templanza. No se puede pensar con claridad teniendo tus labios en mi cuello. No se puede pensar con nitidez teniendo tus pechos contra el mío. No se puede pensar sin osadía oliendo tu piel así de cerquita. Me muero, así te lo digo.

– Qué importa con quién vine si me voy a ir de aquí contigo…

Y no tengo que pedirte que firmes un documento notarial, porque sé que eso mismo es lo que va a ocurrir. Porque cuando está de ser, es. Los dos sabemos que seguramente no es la idea más brillante dentro de nuestro plan de aprender a olvidarnos, pero poco o nada podemos hacer contra lo que aun palpita. Sorteamos a amigos comunes, que inciden en la idea de que otra vez, no, tíos, que la vais a liar muy parda. Sorteamos a otros tantos que nos advierten de que no vayamos a la playa, que el agua está muy fría. Pero como calor y rebeldía es lo que nos sobra, descalzos, nos hacemos a la arena. Hace exactamente un año, el mismo lugar. Como si la zona estuviese acotada para nosotros y lo nuestro, improvisado altar de las emociones dormidas. Y como un volcán, que cuando erupciona deja de ser montaña inofensiva en el horizonte, nos dejamos la piel en las ganas.

No hace falta ruta para dar con el Dorado, porque mis manos avanzan seguras y firmes por todo lo tuyo. Para mí tu cuerpo no tiene secretos, no en vano lo recorro cada noche con los ojos cerrados, asegurándome de que mis dedos saben hacer de tecla, garatusa, cómo hacer y deshacer el tapiz de Penélope, para cuando llegado el día, por fin otra vez seas mía. Y ese día llega, casi siempre disfrazado de noche, porque por la noche, las intenciones sensatas se van de copas y risas. No somos de quedar a tomar un vermú. Como en la movida de Crepúsculo, lo nuestro es atracción de vampiros que saben que no pueden, pero mueren por poder.

Te recorro la boca despacito, no conviene ser veloz en lo que a uno le priva. Curiosos labios los tuyos, que saben a mí mucho antes de que los bese. Desnudos, con la arena húmeda bajo la piel, nos deslizamos en uno en el otro; llegó la hora de las lentas, alguna de esas con las que seguro tú aun me recuerdas, dime que sí. Yendo y viniendo, yendo y viniendo, en perfecta harmonía, sin errar un compás, aunque en el estribillo, la melodía coge ritmo y entonación. Nos sabemos la letra de memoria, y ese es nuestro sino y nuestro castigo. Por más que bailemos con otros, este vaivén nos pertenece y nos adhiere. Velcro, Loctite, puntada e hilo. Por siempre jamás, dilo…

– Jaime, ¿me quieres…? – Con tu boca en mi oído, las mentiras no tienen abrigo.

– No debería, Miriam, pero ya me dirás cómo me libro…

Nunca he creído en las promesas, ni en segundas partes, ni siquiera en los sueños de pareja perfecta, chalet con perro y piscina. Pero hacerlo no me convierte en estatua de sal. Puedo decir y desdecir. Negar y renegar. Querer sin querer. Y en esa oda al no sé qué coño pasa conmigo y contigo, me tiro al vacío sin red. Que sea lo que Dios quiera, porque como cuando Ícaro que se encomendó al milagro y la suerte, voy hacia ti, así se me derritan las alas al primer intento. Yo ya sin ti, no puedo. Dame la mano y bésame antes de que te arrastre conmigo al averno…

noemimartinez.es

FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez

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