Mi Aleph

Vicente Torres

25-04-2020

Todo el mundo piensa en el más allá, incluso quienes piensan que tras la muerte no hay nada. Se puede interpretar que muchos piensan así porque les conviene.

Tal vez, a mí me convenga también, pero tengo la costumbre de ponerme en lo peor, para tratar de evitarlo y si no puedo que no me pille desprevenido. Lo cual significa que no doy por seguro que tras la muerte no haya nada. Una de las posibilidades que me planteo tiene mucho que ver con el Aleph. Unas cuantas líneas del cuento pueden servir como introducción:

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«-¿El Aleph? -repetí.

-Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. Código en mano, el doctor Zunni probará que es inajenable mi Aleph».

Lo que imagino como una de las posibilidades es que quien llega al otro mundo, de pronto lo ve todo. Todos los pensamientos y todos los hechos de todos. Y ve con toda crudeza todo el mal que ha hecho y las consecuencias que ha desencadenado ese mal. Y me doy cuenta de que al ver, con toda crudeza y sin posibilidad alguna de recurrir al autoengaño, las propias acciones el dolor debe de ser muy grande. Eso me lleva a pensar que cada vez que viene a mí algún recuerdo que tenga que ver con alguna maldad sufrida y como reacción yo maldiga al causante, ya fallecido, éste es posible que sufra mi reacción en el otro mundo, lo cual le cause un gran dolor, ya en una dimensión distinta de la nuestra.

Entonces es cuando comprendo que para adquirir la condición humana es necesario hacer uso de la virtud del perdón.

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