Enéadas

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Las Enéadas de Plotino (204-270 d.c.) como su propio nombre indica, son seis grupos de nueve tratados filosóficos, como los dioses de Heliópolis

Jueves, 23 de abril de 2020

Javier Caravaca (@Caravacajavi).- “Con cualquier cosa que se diga, se dirá algo.” Ese es el nivel de las seis Enéadas de Plotino (204-270 d.c.), que, como su propio nombre indica, son seis grupos de nueve tratados filosóficos, como los dioses de Heliópolis. Su discípulo Porfirio tuvo la paciencia de recopilar esa colección de textos, por llamarlos de alguna manera sin ofender a nadie. Sí, Porfirio, ese que escribió el tratado Sobre la abstinencia, el mismo que profanó diez versos de Homero para escribir El antro de las ninfas de la Odisea, que solo por poner antro y ninfas en la misma frase ya debería estar condenado al infierno. Que me perdonen los neoplatónicos, pero hoy cargo la pica contra ellos.

Ese es el nivel, decía, y no lo vamos a superar. Plotino tiene el deshonor de ser la fuente principal del neoplatonismo, que, partiendo de Platón e influido por el hinduismo, alcanzó las cotas más altas de sinsentido. Por desgracia, esta corriente filosófica ha sido muy influyente a lo largo de la historia, afectando la cabeza de personajes como San Agustín, Boecio, Avicena, Tomás de Aquino, Ficino, Yeats o Eliot, por citar los más conocidos. Alguna tara tendrían para dar cobijo al compendio de ideas religiosas y místicas del neoplatonismo, que con gran vergüenza han venido llamándose filosofía hasta hoy. El Uno, el Demiurgo, la ascesis y el éxtasis divino resuenan sin parar en las Enéadas, conceptos que, como el lector puede comprobar, están tan cerca de la sabiduría y el conocimiento como una hez del número Pi.

El alma humana es inmortal, como está sobradamente demostrado, y se va reencarnando en diferentes personas según la marcha que lleves en este mundo, según hagas méritos para mendigo o para ministro. Incluso se puede reencarnar en rata, en águila o en cucaracha, depende de cómo te portes. Se conoce que al que le tocó medusa al principio se le puso difícil la tarea y alterna almas de esponja con pepino de mar. Si bien hay algunos flecos en esa teoría que no están bien atados, Plotino nos asegura que se puede y se debe limpiar el alma del barro con que nacemos para… para algo que no sé bien qué es: “la grandeza del alma es el desprecio de las cosas de este mundo.” Esa es la instrucción fundamental para depurarla y dejarla limpia como una patena. Por tanto, ese que desprecia a los humanos, al arte, al vino, al amor, a la naturaleza, ese es el que va impoluto. Mira por dónde. Y lo argumenta de modo irrebatible: “porque de Dios viene lo bello y el destino de los seres.” Lo cual nos deja más tranquilos, porque si ya se encarga él de nuestro destino, que nos toque sangüijuela o bailarina en la otra vida está en sus manos.

El éxtasis divino es el objetivo. Consiste en unir de algún modo tu alma con Dios, si lo sabes hacer bien. No deja muy claro qué sea Dios, ni tampoco el alma humana, pero ha de ser forzosamente bueno eso del éxtasis, porque se cuenta que Plotino tuvo cuatro de ellos en vida y se le veía muy ufano: “Esto es algo maravilloso: cómo está presente sin haber llegado, cómo, no estando en ninguna parte, no existe ningún lugar en donde no esté. Causa asombro.” Deteniéndome en la lectura de las explicaciones de Plotino me doy cuenta de que no estoy a su altura. He aquí una reflexión sobre el éxtasis que no alcanzo a comprender: “Sin embargo éste no viene, o si viene, es sin venir; y aparece, aunque no venga, porque está ahí antes que todo, incluso antes de la llegada de la inteligencia. Es la inteligencia la que se ve obligada a ir y venir, porque no sabe dónde debe quedarse y dónde reside el principio que no está en nada. Si a la inteligencia le fuese posible no quedarse en ninguna parte, no cesaría de ver el principio; o más bien no lo vería, sino que sería uno con él. Pero actualmente, porque es inteligencia, lo contempla, y lo contempla por esta parte que no es inteligencia en ella.” Incontestable.

El Uno es algo que tampoco consigo vislumbrar por más que me esfuerzo. Es como una especie de contradiós paradógico. Aquí lo define claramente: “El uno es todas las cosas y no es ninguna de ellas. Principio de todas las cosas, no es todas las cosas; pero es todas las cosas ya que todas en cierto modo vuelven a él; o más bien desde este punto de vista no son aún, pero serán.” El que no lo entienda ya sabe, va para medusa. Yo debo vivir de prestado en este cuerpo humano, porque mis meninges no se aclaran por más que atienda la explicación, se me escapa: “No hay que temer poner un acto sin un ser porque es el acto primero; sino que hay que pensar que este acto es él mismo su sujeto. Si se pone como un sujeto sin acto, es defectuoso, él que es el principio, y es imperfecto, él que es más perfecto que todo. Si se añade el acto al sujeto, no se le conserva su unidad. Puesto que el acto es más perfecto que la esencia. Y puesto que el principio es perfecto, se sigue que es acto. Cuando actúa, es él mismo.” Os prometo que no me lo estoy inventando.

Aristóteles se partió los cuernos definiendo el concepto del bien y del mal metódicamente para nada, porque las Enéadas lo dejan bien mascado y sucinto. Igual en nuestro estado catatónico no se comprende, pero en el éxtasis debe ser pura luz: “Hay necesariamente alguna cosa después del primero; por tanto hay un término último. Este término es la materia que ya no tiene ninguna parte de bien. Tal es la necesidad del mal”. Y arreando. La lógica y los estudios científicos están muy sobrevalorados.

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Lo voy a dejar estar porque es una colección de disparates propios de una mente desequilibrada. En el terreno religioso no puedo reprocharle nada, porque está mal visto criticar las cuestiones de fe, por más que sean locuras, pero en el terreno filosófico esto no cabe. Entre el “solo sé que no sé nada” socrático y la lógica dialéctica de Hegel no entra la paradoja de Plotino: “así todas las cosas son el principio y no son el principio.” De verdad, no sé si tomármelo en serio. Es peor aún cuando lo explica: “todas las cosas son pues como un camino que se extiende en línea recta.” Obviamente, como la cáscara del caracol o los sólidos arquimedianos, le ha faltado decir.

Algunos sostienen que Plotino es el máximo filósofo de la última parte de la antigüedad griega. En fin. Me guardaré una una cita misteriosa en la memoria para que no se diga. Cada cual que la interprete como pueda: “Tal vez será útil a nuestra investigación saber qué es la fealdad y por qué se manifiesta.”

*Sufrido lector, si tienes curiosidad por indagar más en las Enéadas de Plotino, sabe que Gredos las editó con esmero en tres volúmenes, hoy ya descatalogados y muy difíciles de conseguir en papel. No obstante, existen las versiones electrónicas del segundo volúmen y del tercero. Paradógicamente, del primero aún no.

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