De Amancio Ortega a Rafa Nadal

Manuel Huerta

22-03-2020

Será porque uno lleva peor lo del aislamiento de lo que yo mismo me creo o porque resulta que, abrazado habitualmente a una soledad sobrevenida hace ya muchos años, no había echado en falta hasta ahora el diario café (de Valiente, además) de las 11 en el bar de Sergio, o el almuerzo de los sábados con los eruditos del pueblo, o el reciente adiós de mi primo Jose Luis, al que no pude despedir y con el que pasé muchas tardes infantiles de verano, lo cierto es que estos días de encierro me emociono con mucha frecuencia, incluso hasta las lágrimas.

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También tiene que ver mucho cuando a uno le conmueven las cifras de esta enfermedad que nos ha sorprendido con el paso cambiado, intentando salir a flote todavía de la última y devastadora crisis económica, cifras de personas fallecidas que no deberían estar dándose y que provocan por un lado, tanta solidaridad vecinal y por otra, tantas razones a corto plazo para exigir responsabilidades a quienes han demostrado con grosera constancia que no la tienen.

Pero cuando uno ya no puede contener el llanto es al leer las reacciones de dos grandes de nuestra sociedad, Amancio Ortega y Rafa Nadal. Al primero me siento unido generacionalmente y por otras razones geográficas y sociales que no vienen al caso. Al segundo, por una profunda admiración de siempre. El primero a la cabeza una vez más, de la solidaridad más cívica que he conocido, demostrando su enorme virtud como ser humano. El segundo siempre presto a compartir el dolor con los afectados y sus familias, transmitiendo una sinceridad y una humildad dignas de su noble y merecida condición de deportista con letras de oro.

Y uno, que por deformación profesional que no por vocación, está siempre atento a esa amalgama de entretenimiento, cotilleo, veleidades y sobre todo, de podredumbre de instrucción personal que son las redes sociales, se va rindiendo ante tanta demostración de pobreza intelectual, de expresiones de odio y soslayo legal de un sinfín de imbecilidades y adolecentismos inmaduros que se vierten en ellas. Si muchos de ésos sujetos (y sujetas) que vomitan sus fracasos y su frustración vital gratuitamente y sin ninguna consecuencia penal, inocularan una sola gota de la sangre del corazón de Ortega o de Nadal, nuestra sociedad sería bastante mejor de lo que ahora es. Pérdida de tiempo inútil es siqueira pedirles a todos aquellos (y aquellas) que reflexionen sobre los actos de estos dos tíos con tantos cojones. Muy normal que ya se les esté pidiendo reconocimientos sociales de por vida. Éstos, cada uno por su lado, no necesitan coaliciones nauseabundas, ni televisiones públicas o de basura, ni correveidiles a su lado para demostrar su grandeza.

 

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