Ventajas del coronavirus

Coronaviruses/Img. JC

Javier Caravaca / POLÍTICAMENTE INCORRECTO

11-03-2020

Ahora que se ha desatado el pánico por estas tierras, ahora que ya no hay otro tema en la prensa, ahora que los supermercados empiezan a tener anaqueles vacíos, ahora que los políticos sacan toda su artillería de obviedades y desatinos, es cuando más claro veo que el coronavirus trae aparejadas muchas ventajas y nos va a dejar un decálogo de enseñanzas muy positivas para la humanidad.

No quisiera parecer frívolo ni que menosprecio a quienes padecen la enfermedad, pero el virus está remitiendo en China, donde habrá supuesto, a grosso modo, un 0,03% de los fallecimientos, lo cual, después de tanto revuelo, debiera tranquilizar. El otro 99,97% de los fallecidos no lo es por causa del coronavirus, decirlo ya suena como un tambor de victoria. Y a mayores, la causa de muerte de los enfermos de coronavirus tampoco suele ser el virus. Lo que quiero decir es que el daño que va a hacer a la salud pública, en suma, es muy pequeño comparado con sus ventajas.

Como poco, en el tema sanitario el virus nos va a dejar unas costumbres de higiene y precaución que vienen pintiparadas para evitar contagios de toda índole, ya sean de virus con corona o republicanos. Nos creemos inmortales a veces porque contamos con los antibióticos y con los hospitales modernos, pero en la prevención está la magia de la salud, en los buenos hábitos. No sobra que refresquemos la memoria. Por otra parte nos recomiendan no ir a urgencias si uno está malo, sino llamar por teléfono y recibir asistencia domiciliaria si es necesario. No sé por qué no lo hacemos así siempre, evitando de esta manera convertir los hospitales en focos infecciosos, colapsar las puertas de urgencias, y ahorrando de paso pérdidas de tiempo enormes. A ver si no se nos olvida. Al cabo, este asunto nos dejará un mejor conocimiento de los coronavíridos, de sus tratamientos y de cómo manejar sus epidemias, que para lo pequeños y monocatenarios que son, la de guerra que dan. De no ser por la crisis que ha generado, no tendríamos a tanta gente estudiando el bicho.

He oído a los políticos empezar a decir sus tonterías de siempre, como por ejemplo, que se eviten en la medida de lo posible los desplazamientos innecesarios. Deben creer que los humanos hacemos desplazamientos necesarios y otros absurdos y azarosos. Qué le vamos a hacer, no les podemos pedir que piensen, son políticos. Pero, no obstante, habrá quienes persuadidos por la alarma se excusen el viaje y ocupen su tiempo en hacer algo provechoso, como el amor, descansar o producir algún bien. Eso es una ventaja, y si se queda uno el hábito, es grande. Los políticos han dicho muchas estupideces de este jaez, pero no quiero ser prolijo, que no es el tema.

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Evitar las aglomeraciones de más de cinco mil personas, a excepción de las manifestaciones promovidas por el gobierno, es otro gran consejo. Y si conseguimos acostumbrarnos a ello habremos ganado mucho sin perder apenas nada, que donde cabe tanta gente no se cuece nada útil para ser feliz.

Sin darnos cuenta, el coronavirus nos empuja al trabajo desde casa, a la videoconferencia, al e-mail, a evitar atascos, trayectos, contaminación y pérdidas de tiempo, a ser más eficientes en definitiva. Favorecerá la confianza de los empresarios y la responsabilidad de los empleados, pondrá el énfasis en la productividad y no en las horas del convenio, mejorará la calidad de vida de los trabajadores y repercutirá en los beneficios de la empresa, pues no hay nada como trabajar a gusto para ser rentable. A poco que nos lo propongamos, ese cambio se consolidará. En la misma línea se aconseja flexibilizar los turnos laborales y escalonar las jornadas para evitar aglomeraciones en los centros de trabajo, pero de paso se derriba el muro de la rigidez de los horarios, y cuando nos demos cuenta de que no pasa nada por adaptar los turnos a lo más conveniente todo el mundo trabajará más cómodo. En estos asuntos, por cierto, es donde debería estar la punta de lanza de los sindicatos, pero he aquí su maldad, se afanan con las horas, las bajas, los moscosos, los salarios mínimos y ese tipo de cosas que dejan la productividad en cueros vivos.

Como las bolsas caen que da gusto verlas y las economías amenazan con retroceder, los gobiernos apuntan ya medidas fiscales para ayudar a las empresas, bajando impuestos, reduciendo tasas, metiendo liquidez para pasar el trago de pan seco, quitando problemas en suma y poniendo facilidades. Y es que hasta los de Podemos deben tener el culo apretado de pensar la que se les viene encima si esto no se ataja. Porque cuando una empresa grande cae, con ella van detrás unos cientos de pequeñas y unos miles de muy pequeñas. Entonces la gente se queda sin trabajo y los problemas de verdad empiezan en serio, sobre todo para las clases sociales más vulnerables. Si no nos puede la estupidez, las mismas recetas que ayuden a la economía, a las empresas y a los ciudadanos a pasar mejor esta crisis son las mismas que harán florecer la prosperidad cuando no haya coronavirus. Espero que no se les olvide ni a los de Podemos y sostengan esas iniciativas para siempre.

Y también nos va a dejar una enseñanza filosófica muy provechosa sobre el valor del miedo. El virus en sí mismo es poca cosa para mellar nuestra salud pública, en términos generales y estadísticos, pero el miedo va a causar un número de víctimas incalculable. Sospecho que vivimos en la pubertad de un mundo conectado y mediático, que todavía no sabe reaccionar adecuadamente al exceso de información. Hoy es muy difícil que uno no vea una noticia en la tele, otra en la radio, tres memes en el Whatsapp, dos youtubers, un monólogo, treinta publicaciones en Facebook, ciento en Instagram, otros tantos tweets y mil cosas más sobre el coronavirus cada día, y solo con el teléfono en la mano. No importa la relevancia que tenga el virus en términos desapasionados de salud, la cuestión es que está todo el mundo hablando de él, y la gente se asusta. Y el miedo va de la mano de la incertidumbre. Entre los dos zarandean las bolsas de valores con una violencia insólita. A mucha gente le trae sin cuidado, incluso a políticos irresponsables, pero de ahí se recogen las nueces podridas de la recesión económica. Y como no hay otra cosa que comer, nos las comemos, y una vez digeridas soltamos el excremento: lágrimas, dolor y heridas incurables, sobre todo para los más pobres, que en algunos casos terminan con la muerte de verdad. El coronavirus debería dejarnos esa enseñanza sobre el miedo, marcada a fuego, para que quienes pueden informar tengan la responsabilidad de hacerlo con prudencia, y quienes pueden gobernar tengan la sensatez de alejar la incertidumbre mediante políticas adecuadas.

Estamos en medio de la crisis, es nuestra oportunidad. Si todo esto que nos deja el virus lo aprovechamos habrá sido una bendición.

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