Vicente Torres
23-02-2020
Ermita y en singular, no en plural, pero no porque sea más pequeña que una iglesia, sino porque bastaría con añadir una te para definir al personaje. Hay que decirlo ya: Termita.
Jamás parará de hacer maldades. Siempre tiene la palabra democracia en la boca, cuando no tiene ni un solo pelo de demócrata. Ojalá lo tuviera, pero no es así. Y ni siquiera se vislumbra la posibilidad de que pueda cambiar. No es demócrata desde el momento en que no esconde sus simpatías por Otegui, un personaje que quizá haya cometido delitos más graves que aquellos por los que fue condenado. No puede ser demócrata alguien que apoya a un terrorista convicto y confeso, y al que si se le da la oportunidad en la televisión pública muestra al mundo su vileza.
Un demócrata es alguien sumamente educado, con interés con hacer el bien a los demás y capaz de hacer suyo el dolor de otros. En cambio, este sujeto desgraciado, no tiene educación alguna, puesto que se presentó ante el Rey, que nos representa a todos, en visita oficial, vestido de cualquier manera. No tiene ningún interés en hacer el bien a los demás, puesto que su eslogan propagandístico incluía amenazas: «el miedo va a cambiar de bando»; entre sus aficiones figura la guillotina y cuando alguien tiene un trasto de estos entre las manos, que además es objeto de su deseo, hay que mantenerse a distancia. A mucha. Tampoco es capaz de hacer suyo el dolor de otros, puesto que el sufrimiento de los venezolanos le importa un bledo, o aún menos; él sabrá qué es lo que sale ganando con el dolor de otros..
Falta hablar de su aversión a la verdad y de la relación de sus antecesores con el franquismo, que parece ser que los trató muy bien y les pagó mejores sueldos. Hay una excusa que explica el cargo de su abuelo en el ministerio de Girón, pero… ¿y si fuera una coartada?
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