EREBO

FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco ÁlvarezEREBO, Noe Martínez Ferreiro. FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez

De camino a vete tú a saber dónde, alguien nos felicita. Me alegro de que al final sigáis juntos, estaba escrito, nos dice. Los dos nos miramos. Nerviosos, no te digo que no

Noe Martínez / PALABRAS OLVIDADAS

EREBO

Que levante la mano el que no tenga una historia que contar. Que levante la mano el que no tenga una historia que contar y a la que volver de cuando en vez, quizá por nostalgia, quizá por costumbre, quizá por placer. Que levante la mano el que no tenga una historia sin punto final, siempre con el contador llegando a cero antes de que te dé tiempo a coger aire y pensar que de todo se sale. Todos tenemos una historia.

Y ésta es la mía…

– ¡No sabes la ilusión que me hizo saber que venías…!

Hablar a gritos en medio de la gente es la nueva forma de intimidad. Las fiestas son lugares comunes en los que todo puede pasar. Cualquier cosa, incluso, volver a vernos. ¿Hace cuánto, diez años que nos vemos? Lo mismo sí, pero fue verte y pensar, joder, Dani, tú ahí fuiste feliz. Esa niña bonita fue tu patrimonio intangible. En esa boquita fue kilómetro cero, memorial de incendios y tempestades. Parece ser que diez años no son nada cuando aun hay leña sequita que arde. No sé si darte un beso o dos, disculpa si la edad me ha vuelto un memo cohibido.

– ¿No hay un abracito y un beso para mí o qué…? – Manejas las emociones como nadie. Siempre ha sido así. Algo en mí explota pensando que en cero coma, te voy a tener entre los brazos.

– ¿Uno? ¡Un ciento…! – Te abrazo, me abrazas, te abrazo, me abrazas, te abrazo, me abrazas. De cuando piensas en lo infinito de los números y codicias su condición…

– ¡Estás igual, Dani! – Me coges la cara con las manos y te ríes, emocionada.

– En cambio tú, no: tú estás mucho mejor… – Me río, nervioso. Valiente mierda de galán de telenovela estoy dando, no me digas.

– Ven, quiero presentarte a alguien…

Me llevas de la mano entre la gente, saludando a unos y a otros, amigos comunes y de nueva hornada. A nadie parece sorprenderle que vayamos de la mano, porque a decir verdad, parece que hemos nacido pare esto. Tu mano y la mía forman el molde perfecto, una partida de Tetris en la que barra larga, barra larga, zigzag y bloque encajan a golpe de click, han cantado línea, seguimos para Bingo, señores. De camino a vete tú a saber dónde, alguien nos felicita. Me alegro de que al final sigáis juntos, estaba escrito, nos dice. Los dos nos miramos. Nerviosos, no te digo que no. Yo más que tú, no tengo que jurarlo. Me explota el corazón, Alba, conviene que sepas que manipular dinamita tiene sus riesgos. A veces, los dedos salen por los aires. A veces, la vida entera. Fireworks, you know what I mean…

– Nunca hemos dejado de estarlo… – Alegas, guiñándome un ojo, rollo mira qué cosa pavera se me acaba de ocurrir.

– Nunca… – Te digo. Pero yo no te guiño el ojo, porque hacerlo sería fingir que a mí se me acaba de ocurrir también una cosa pavera y mi rollo es muy otro. Verdades como montañas. Sentimientos desbordados, alehop.

– ¡Alejandro, mira: éste es Dani, m-i D-a-n-i…!

Y como cuando vas bajando las escaleras de dos en dos y en una yerras el paso y te das una hostia bíblica, estrecharle la mano a Alejandro me supo a martillazo en los dientes, a operación de hernia de disco sin anestesia ni nada, a quemadura al sol después de una siesta de playa, cerveza y chiringuito. Alejandro. No sé quién es Alejandro, solo sé que yo soy tu Dani, el tuyo. Lo acabas de decir, y eso le da sentido a las ausencias, a los miedos, a la frustración de no saber si cuando dijiste ‘lo nuestro no tiene más recorrido, yo me voy a estudiar fuera y tú tienes derecho a ser feliz con quien quieras’, iba en serio o tenía versión Google translator. Si me olvidaste el primer mes o en cambio, como yo, no olvidaste nunca aquella forma de arder en cada cosa que me llevaba a ti. Durante mucho tiempo, besé, amé y deseé en vano. Todas y cada una. En vano, porque sin querer, mi memoria selectiva besaba, amaba y te deseaba a ti. Alba, ¿quién coño es Alejandro?

– ¡Hombre, Dani! En casa eres famoso. Todos hablamos de ti como si te conociésemos… – Siento como me estrechan la mano, pero no a mí. Yo no estoy. Creo que he muerto, por si quieres enviarme flores, nena.

– Pues espero que las referencias sean buenas… – Me río por no llorar. Te miro. Estás exultante. No paras de sonreír y tampoco me sueltas la mano. Empiezo a estar incómodo. No sé, lo mismo deberías dejar de jugar a ser mía delante de él…

– Dudo que las haya mejores… – Me miras a los ojos y me ofreces tu copa para brindar – ¡Chinchín…!

– Alba, yo me voy, que mañana madrugo. ¿Te lleva a casa Dani o cómo haces? – No entiendo nada. ¿Alejandro se va y me deja contigo aquí, brindando y sudando tensión sexual no resuelta por cada poro de mi jodida piel? Hay hombres que están muertos por dentro, te lo juro por Dios…

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– Pues no sé si Dani vino acompañado… – Me miras, con guasa. Y no lo pillo, porque esto no tiene guasa alguna. La que está acompañada eres tú. Yo vine solo. Solo. Pero quiero quedarme contigo. Joder, Alba, me sigues gustando más que comer helado con los dedos.

– Yo te llevo, claro…

‘Yo te llevo’ o el detonante de una bomba con mecha corta a punto de estallar. Pum.

Lo sé, somos adultos. Dos adultos que saben que hay cosas que conviene no decir, porque en el arte de la seducción, si el otro sabe tanto como tú, es como si jugase con tus cartas. A estas alturas de la vida, ir de avezado conquistador, de tipo aguerrido y con coraza, impermeable a todo lo tuyo y tu recuerdo, sería una pérdida de tiempo y una ridiculez. Esa cosa de la que hablan las revistas de la sala de espera del dentista, el self control, el dominio de la situación de stress como arma definitiva para conseguir el objetivo, conmigo no van. Hoy no van. Me coges de la mano y me conduces a un muro en el que te sientas y me rodeas el cuello con tus brazos. Erebo y condena. Así ardiese en los infiernos, no seré yo el que pregunte por Alejandro, que ojalá le haya caído un meteorito en la cabeza, fuera de juego, la bola no entró, que decía el otro. Pero vamos, salvo que tu plan sea acabar con mi templanza a base de jueguitos y calentones, esto lo mismo no acaba bien para tu condición civil…

– ¿No te parece mentira que estemos aquí, tantos años después…? – Te ríes, acercando tu nariz a la mía. Vaya tela, Dani, vaya tela…

– Me parece un regalo, Alba, eso me parece… – Puedo olerte. Hay cosas que se quedan como un relicario que te mata de deseo. Tu olor, pongo por caso. Ahí lo dejo. Hostia puta, yo me muero…

– ¿Por qué lo dejamos, Dani…? – Puedo oír tu respiración, tu corazón, tus dudas y tus ganas. Siento decirte que salvo que toda la fiesta esté ciega, aquí se ve venir un incendio. Ninó, ninó, ninó, ninóóóó.

– Porque hay mucho loco sin diagnosticar… – Cierro los ojos. Así llegase Alejandro con una estaca a darme en toda la nuca, de aquí no me sacan salvo en caja de pino.

– Dani… – Te pegas tanto y tanto a mí, que tu boca es un escalinata que me invita a subir. No estoy en edad para decepciones: con la comida no se juega, nena…

– Alba…

Suspiro y te cojo la cara con las manos. Sudas. A lo mejor son mis manos las que lo hacen, pero la sensación húmeda me es conocida. De repente, tu imagen desnuda sobre mí, a horcajadas en una cama de la que nunca debimos haber salido salvo para volver a entrar. Delirium tremens. Todo gira y gira. La gente, la fiesta, la música, el brindis. Tú y yo. Tu recuerdo, extenuada sobre mí, es pasaporte a lo que lleva dormido una década. Desnuda eres una deliciosa guitarra, que en mis manos no da nota desafinada. Tomar decisiones en caliente nunca ha sido lo mío. Créeme que ahora mismo no estoy para decidir nada, nena…

– Dani, un besito de a-q-u-e-l-l-o-s, ¿tú me darías…? – Tu voz trémula e inocente me hace delirar. Un besito de aquellos tú me darías. Como cuando en el tiovivo llegaba la hora de trenzar las cadenas de los columpios, creo que voy a salir despedido.

– Hay que tener cuidadito con lo que se pide, Alba…- Musito con mis labios sobre los tuyos. Los besos dialogados son el prólogo de las historias sin cerrar. Te voy a comer la boca hasta que me sepa tu abecedario – ¿Y Alejandro?

– ¿Alejandro…? – Susurras, extrañada, mientras me besas los párpados. Ríes. Ríes otra vez – Alejandro es mi compañero de piso, mi alma gemela. Él no me da besitos de aquellos. Esos son solo cosa tuya…

A veces, la vida te deja la pelota botando frente a portería, al grito de tira, mamón, que no hay nadie defendiendo. Y es tanta la suerte y la bulería, que no acabas de creerte que sea tu momento, ese momento con el que conciliabas el sueño mientras tratabas de vencer el dolor de saber que ya nunca más, Dani, con ella nunca más. En mi puta vida. Porque como contigo, Alba, nunca antes ni después. Dejarnos a medias, con el sabor inconfundible de esas historias que no cierran, porque no hay tirita para tanta pupa, fue una idea nefasta. A la vista está, que diez años después, los besitos aquellos siguen siendo el cemento que cohesiona vidas en paralelo. Que sea lo que tenga que ser, Alba, pero que el caos y la hecatombe, me pille contigo cerca.

– ¿Crees que en tu vida podría haber sitio para mí? – Preguntas.

– Jamás dejó de haberlo…

Todos tenemos una historia. Que levante la mano el que no la tenga, que le cuento la mía…

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FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez

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