Médano

FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco ÁlvarezFOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez

Tú no lo sabes todavía, pero yo soy la distancia más corta entre los dos. El día que te des cuenta de que tú eres la única música de mi tiovivo, ese día…

Noe Martínez / PALABRAS OLVIDADAS

MÉDANO

Da igual lo que hagas o no hagas, lo tuyo es atractivo por acción y omisión. De nada vale que me repita una y mil veces eso no se mira, eso no toca, eso no se desea, porque en un golpe de suerte o infortunio, lanzas por los aires mi propósito de enmienda. Ser tu amigo tiene cosas buenas, regulares y malas, movida piramidal en la que lo de abajo es lo más apetecible y por, ende, lo más jodido de controlar. Lo regular y lo bueno, to’pamí, querida mía, que compartirte lo llevo fatal. Por eso, cuando te veo saltar de gilipollas en gilipollas, de desamor en desamor, espero mi turno de hombro, risas y amigo con oficio, para ver si de una vez por todas, abres los ojos y me ves. Pero me ves como yo a ti, Cloe, que por más que miro cada médano de tu deliciosa anatomía, no doy con ángulo malo en el que no quiera perderme jugando al un, dos, tres, el que no se haya escondido, tiempo ha tenido. Esa cadera bonita que todo lo hace ruidoso y extremo lleva un lazo rojo atado a mi ombligo. Tú no lo sabes todavía, pero yo soy la distancia más corta entre los dos. El día que te des cuenta de que tú eres la única música de mi tiovivo, ese día…

– Necesito un vino. O dos… – Sin más, tomas asiento junto a mí en el sofá. Estoy en chándal. Es de noche. No te esperaba. Sin embargo… – Debí llamar antes, lo sé…

– ¿Para qué? Eso lo haría cualquiera… – Me río, mientras te miro echa un lío, enredada con el asa del bolso y tu pelo.

– ¿Me ves…? – Señalas la maraña cabello que se cierne sobre tu hombro, nudo imposible a todas luces – Pues esto es la metáfora de vida: ni fácil ni normal. Siempre al puto límite…

– Las guapas no podéis tener todo en la vida, sería un abuso… – Vuelvo a reírme, mientras te ayudo a salir de tu improvisado laberinto.

– Las guapas no existen, son los padres…

Haces pucheros y dejas caer tu cabeza en el respaldo, extenuada. Al segundo, te recompones y tiras de mis manos hacia ti. Me das un beso en los labios, uno de esos tuyos que no tendrían que significar nada, pero significan, al menos para mí: tú me das besitos, pero yo te beso. Te beso, Cloe. Y no puedo remediarlo. Por muy fugaz que sea, tu boca me sabe a último trago de cerveza fría, a pipas saladas de cine de verano. Cierro los ojos y paro tu tiempo y el mío, pasadizo secreto que me trae y me lleva, deseando que todo lo demás desaparezca y solo quedemos los dos. Adiós a tu novio, éste, ése o aquel, a mí me sobran todos, así como te lo digo. Adiós a mi novia, ésta, ésa o aquella, que a mí me gustan todas mientras tú no me quieras contigo. Solos los dos, para hacer y deshacer, para acertar y errar, para intentar y desistir. Los dos, pero no como dos trenes que salen de Burgos y Albacete, a qué hora se cruzan en Madrid, no. Como dos convoyes que se encuentran en cualquier punto del universo y se monta la de Dios es Cristo. Potencia y deseo, tocarte y saber por fin que ahí me muevo en lo mío, que todo lo que abarque mi mano, me pertenece. Lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y soberbia. En ti, todo lo rico tiene cabida.

– ¿Es para celebrar o para ahogar…? – Te sirvo una copa y te acompaño, claro.

– ¿Tienes vino explosivo, puuuuuuuuuuuum…? – Inflas los mofletes como un pez globo. Me río otra vez.

– Tengo pastillas de encender la chimenea. No sé si valen para matar de forma masiva, pero bien tiradas a dar desde la ventana… – Te guiño un ojo y acerco mi copa a la tuya. No es brindar, es hacerte saber que sea lo que sea, estoy contigo. Siempre lo estoy.

– Todo me sale mal, Pablo. Tú me conoces mejor que nadie: tienes que saber por qué… – Bebes la copa como si fuese manantial del desierto. Sed de no sentir, anestesia local loading…

– ¿Todo te sale mal…? – Te saco los zapatos y pongo tus pies sobre mis piernas. Tienes los dedos fríos como cristales de hielo. Improviso una guarida con mis manos en la que te acurrucas enseguida.

– Todo – Sentencias, tajante, tapándote la cara.

– Todo no… – Te acaricio los pies para que entres en calor y, por qué no decirlo, también porque me apetece tocarte.

– Todo síííí… – Te retrepas en el sofá, buscando acomodo a tus fríos y a tus miedos. Algo me dice que el masaje de pies es de tu agrado.

– Todo no, Cloe. Te sale mal lo que no nunca debió empezar…

Me miras con el morrito arrugado. Sabes que tengo razón, pero dármela dejaría esta conversación en jaque mate antes de empezar. Y no es razón lo que quieres tener: tú lo que necesitas es que te diga cómo no volver a caer como una pánfila en las redes de amores equivocados. A ti, el atractivo y la chulería en un hombre te atrapan, dos cosas que, modestia aparte, a mí no me faltan; pero a tus ojos, parece ser que yo no computo. No computo. No es que sea transparente o que no seas generosa con todo lo mío, porque me dices a menudo que soy mono, con chispa, buen conversador y el mejor dando abrazos reconstituyentes. Pero por la razón que fuere, éste no es mi momento. Al contrario que para mí, que tú me haces plan de aperitivo, primer plato, segundo plato y postre. Lo sabes. Tienes que saberlo, no soy tan buen actor: me gustas. Me pones. Me tienes loco, coño.

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– ¿Crees que acabaré sola, rodeada de gatos y coleccionando calendarios de bomberos…? – Te tapas la cara con un cojín.

– No lo descarto… – Me río, mientras sigo acariciándote los pies. Estás entrando en calor. Yo, también…

– Mi tía Encarni es soltera. Dice que no se casó nunca porque no tuvo vocación. A lo mejor, yo tampoco tengo vocación y tiendo a estar soltera por cosa hereditaria… – Te descubres la cara para pedirme más vino con un gesto.

– A lo mejor estás soltera porque tienes averiado el radar para los tíos que merecen la pena… – Te pongo vino pero tú pides que te llene la copa – ¿No es un Colacao, lo sabes, verdad?

– En algo tendré que mojar… – Te ríes tu propia habilidad con el doble sentido – Mi tía Encarni es feliz. Yo no sé en qué estriba ser feliz para ella, pero lo es. Se pinta los labios de rojo todos los días, lleva medias de blonda al muslamen y sobra quien la invite a cenar sin pedirlo. Ella es feliz…

– ¿Y a ti, qué te hace falta para ser feliz…?

Subo tus pies hasta mi cara. Siguen estando fríos, no tanto como hace un rato, pero fríos todavía. El rubor de mi cara te gusta. A mí me gustas tú, así toda entera, disculpa que sea tan directo en mis afectos y mis pasiones. Ganas de lamerte los dedos hasta borrarte las uñas, incluso la pequeñita, esa que parece una lentejuela con purpurina. Te calentaría la piel a sorbos y sorbitos, a caricias sin principios ni fin. Esas caricias, Cloe, que llevan conmigo una eternidad, esperando a que tú me silbes al oído. Lo sé, no he estado haciendo y deshaciendo un tapiz como la gilipollas de Penélope mientras esperaba a Ulises, que caras y cuerpos bonitos no me han faltado, pero itero en mi discurso iniciático, amor: tú pa`mí y paqué quiero yo masná. Mentiría si te digo que en este juego tuyo, yo soy el que controlo. Sé que tú sabes. Tú sabes que yo sé que tú sabes. Sin embargo, aquí estamos los dos en el sillón pequeño de mi salón, encajando extremidades con ganas, poniendo niebla en lo que ya no es invisible…

– A mí me haces falta tú… – Te digo, aprovechando que el vino hace fácil lo inevitable. Salud.

– A mí ya me tienes, idiota… – Te ríes. Te muerdo el empeine. Te estremeces. Yo también, y eso que mis pies están a cubierto.

– No te tengo. Si te tuviese, este sofá se nos quedaría pequeño…

Oigo tu respiración. Quizá es la mía y la tuya, un totum revolutum con difícil check point, pero algo es distinto esta noche. No es la primera vez que aporreas el timbre de mi puerta pidiendo cobijo, abrazo y consuelo. No es la primera vez que nos tiramos horas en el sofá, maldiciendo tu suerte guapa incomprendida. No es la primera vez que nos bebemos una botella de vino y acabamos durmiendo uno sobre el otro en el sofá. No es la primera vez que tengo que morderme la lengua para no decirte todo y nada, para no abrazarte toda y para siempre, al grito yo sin ti, paso. Algo es distinto, y ese algo, Cloe, eres tú. No es vulnerabilidad lo que recibo, sino ganas de mí. Esas ganas que en mí suenan a viejo, pero que en ti tocan a preludio y sinfonía. No quiero equivocarme, no quiero cagarla contigo. Mierda, me muero de miedo.

– Cloe… – Me tumbo sobre ti, buscando la forma de no acabar los dos en el suelo.

– ¡Shhhh…! – Me tapas la boca con las manos, sin dejar de mirarme.

– Cloe… – Te cojo la cara con las manos. No soy novato en esta tesitura. Sé manejarme en las distancias cortas, sin embargo, tiemblo.

– ¡Shhhh…! – Las eses alargadas suenan ya dentro de mi boca, porque la distancia entre tus labios y los míos no existe. Hueles uva y a fresa. Beber vino con chicle es algo que solo puedes hacer tú. Mátame ya si eso, nena. Gustarme lleva tu nombre.

– Creo que deberías saber que voy a besarte…

– Creo que deberías saber que no voy a hacer nada para impedirlo…

Y como esas primeras veces mil veces recreadas, tu boca me sabe a final de trayecto, a aquí llego con todo mi equipaje, te doy mi palabra que tras él, voy yo por entero. De pies a cabeza, directo a la piscina con salto del ángel y sin mirar atrás, porque abajo, ya sé lo que me espera. No tengo ni idea de si esto es o no una buena idea, Cloe. No lo sé, ¿pero a quién le importan las buenas ideas besando como besas? Así fuese el fin del mundo, el Armagedón o la invasión normanda, a mí ya que me pille un alud, pero para siempre así pegadito a tu boca.

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FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez

 

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