‘Sidi’, la nueva novela del Pérez-Reverte más reportero de guerra

Arturo Pérez Reverte

Una historia de exilio y frontera, de lucha por sobrevivir en un territorio hostil, de un militar indeciso y señor de la guerra

Viernes, 6 de septiembre de 2019 – ACTUALIZADO 20-12-2019

informaValencia.com.- En el otoño de 1092, en Valencia una sublevación encabezada por el cadí o juez Ben Yahhaf había destronado a Alqadir, que fue asesinado, favoreciendo el avance almorávide. El Campeador, no obstante, volvió al Levante y, como primera medida,  puso cerco al castillo de Cebolla (hoy el El Puig) en noviembre de 1092. Tras la rendición de esta fortaleza a mediados de 1093, el guerrero burgalés tenía ya una cabeza de puente sobre la capital levantina, que fue cercada por fin en julio del mismo año, según narra el catedrático de la Universidad de Zaragoza, Alberto Montaner Frutos.

Este primer asedio duró hasta el mes de agosto, en que se levantó a cambio de que se retirase el destacamento norteafricano que había llegado a Valencia tras producirse la rebelión que costó la vida a Alqadir.

Sin embargo, a finales de año el cerco se había restablecido y ya no se levantaría hasta la caída de la ciudad. Entonces, los almorávides, enviaron un ejército mandado por el príncipe Abu Bakr ben Ibrahim Allatmuní, el cual se detuvo en Almussafes y se retiró sin entablar combate. Sin esperar ya apoyo externo, la situación se hizo insostenible y por fin Valencia capituló ante Rodrigo el 15 de junio de 1094. Desde entonces, el caudillo castellano adoptó el título de «Príncipe Rodrigo el Campeador» y seguramente recibiría también el tratamiento árabe de sídi «mi señor», origen del sobrenombre de mio Cid o el Cid, con el que acabaría por ser generalmente conocido.

La conquista de Valencia fue un triunfo resonante, pero la situación distaba de ser segura. Por un lado, estaba la presión almorávide, que no desapareció mientras la ciudad estuvo en poder de los cristianos. Por otro, el control del territorio exigía poseer nuevas plazas. La reacción norteafricana no se hizo esperar y ya en octubre de 1.094 avanzó contra la ciudad un ejército mandado por el general Abu Abdalá, que fue derrotado por el Cid en Cuart (hoy Quart de Poblet). Esta victoria concedió un respiro al Campeador, que pudo consagrarse a nuevas conquistas en los años siguientes, de modo que en 1095 cayeron la plaza de Olocau y el castillo de Serra.

A principios de 1097 se produjo la última expedición almorávide en vida de Rodrigo, comandada por Muhammad ben Tashufin, la cual se saldó con la batalla de Bairén (a unos cinco kilómetros al norte de Gandía), ganada una vez más por el caudillo castellano, esta vez con ayuda de la hueste aragonesa del rey Pedro I, con el que Rodrigo se había aliado en 1.094.

Sagunto (Valencia)/Img.Ayto Valencia

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Esta victoria le permitió proseguir con sus conquistas, de forma que a finales de 1097 el Campeador ganó Almenara y el 24 de junio de 1098 logró ocupar la poderosa plaza de Murviedro, que reforzaba notablemente su dominio del Levante. Sería su última conquista, pues apenas un año después, posiblemente en mayo de 1099, el Cid moría en Valencia de muerte natural, cuando aún no contaba con cincuenta y cinco años (edad normal en una época de baja esperanza de vida).

Aunque la situación de los ocupantes cristianos era muy complicada, aún consiguieron resistir dos años más, bajo el gobierno de doña Jimena, hasta que el avance almorávide se hizo imparable. A principios de mayo de 1102, con la ayuda de Alfonso VI, abandonaron Valencia la familia y la gente del Campeador, llevando consigo sus restos, que serían inhumados en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña.

Sidi, Arturo Pérez Reverte

«Sidi», la nueva novela de Arturo Pérez Reverte es una historia de exilio y frontera, de lucha por sobrevivir en un territorio hostil, indeciso y de fuerzas encontradas. Narra la aventura de un guerrero, Rodrigo Díaz de Vivar que, obligado al destierro, cabalga para buscarse la vida con una hueste que lo respeta y lo sigue. Su carácter y sus hechos de armas lo convertirán en una auténtica leyenda viva.

El académico sumerge al lector en la Historia, uno de los temas más celebrados de su universo literario. Además, lo hace en uno de los episodios fundacionales de la historia de España: el del Cid Campeador.

La novela envuelve al lector en un ambiente que se resume en este extracto: «El arte del mando era tratar con la naturaleza humana, y él había dedicado su vida a aprenderlo. Colgó la espada del arzón, palmeó el cuello cálido del animal y echó un vistazo alrededor: sonidos metálicos, resollar de monturas, conversaciones en voz baja. Aquellos hombres olían a estiércol de caballo, cuero, aceite de armas, sudor y humo de leña. Rudos en las formas, extraordinariamente complejos en instintos e intuiciones, eran guerreros y nunca habían pretendido ser otra cosa. Resignados ante el azar, fatalistas sobre la vida y la muerte, obedecían de modo natural sin que la imaginación les jugara malas pasadas. Rostros curtidos de viento, frío y sol, arrugas en torno a los ojos incluso entre los más jóvenes, manos encallecidas de empuñar armas y pelear. Jinetes que se persignaban antes de entrar en combate y vendían su vida o muerte por ganarse el pan. Profesionales de la frontera, sabían luchar con crueldad y morir con sencillez. No eran malos hombres, concluyó. Ni tampoco ajenos a la compasión. Sólo gente dura en un mundo duro».

 

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