Estudiar en España

Isabel Celaá, ministra de Educación/archivoIsabel Celaá, ministra de Educación/archivo

Enrique Arias Vega / A CONTRACORRIENTE

14-12-2019

Cuando yo estudiaba el Bachillerato, hace más de sesenta años, los alumnos españoles íbamos por delante de nuestros coetáneos de otros países. Modestamente, lo sé por propia experiencia. Claro que entonces no se había generalizado la educación, como ahora, y el acto de estudiar se reducía a los hijos de familias pudientes o a chicos de brillante inteligencia que obtenían becas con las que hacerlo.

Así era más fácil quedar bien en la comparación con los alumnos foráneos, aparte de que el rigor académico no se andaba con chiquitas a la hora de exigir resultados. Por eso, aunque también estudiaban hijos de papá que eran unos auténticos zotes, eso no empañaba demasiado la media de excelencia docente.

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Lo recuerdo ahora porque los recientes resultados del informe PISA señalan un alarmante descenso en las cualificaciones académicas de nuestros chicos, relegados a los puestos de cola del pelotón escolar. Eso no quiere decir que en algún otro país no se hayan hecho trampas en las evaluaciones, pues aquí no tenemos ni mucho menos el monopolio de la picaresca y de la trapacería. Por supuesto. Pero esto es como el dopaje en algunos deportes: si todo el mundo se droga, la clasificación final de los participantes revela, no obstante, el orden de méritos entre ellos, por fulleros que éstos sean.

En el caso de España, además, la ideologización de la enseñanza, los vaivenes educativos según quién sea el gobernante de turno, la falta de exigencia a docentes y discentes, el “buenismo” didáctico que exime de responsabilidades a quienes se aprovechan del sistema,… complican y empobrecen el resultado del aprendizaje en cualquier nivel académico.

El último y clamoroso ejemplo lo tenemos en las universidades catalanas que dispensan de asistir a clase a quienes alborotan en pro de la separación de España. ¡Dios! ¡Y uno que creía que no volverían nunca a producirse aquellos abominables “aprobados generales políticos”, dados por algunos profesores a quienes se manifestaban al final del franquismo y que acabaron produciendo los profesionales más incompetentes de los últimos 80 años!

El colofón de todo esto es que si no se vuelve de inmediato al rigor y la exigencia en la formación académica de unos y otros, a nuestros ya crecientes males habrá que sumar el del retraso y el empobrecimiento intelectual de las siguientes generaciones.

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