Albur

ALBUR/Img Francisco ÁlvarezALBUR/Img Francisco Álvarez

 …hace años de todo aquello, de lo nuestro y nuestra excesiva manera de amarnos, los suficientes para que la herida y los reproches hayan dado lugar a otra fase más cómoda

4-12-2019

Noe Martínez / PALABRAS OLVIDADAS

ALBUR

– ¡Míralos, parecen novios…!

Te ríes mientras señalas a Marta y Gonzalo, que bailan en la pista, ajenos al mundo y a nosotros. Cierto, se llevan genial y eso facilita mucho las cosas cuando dos que han sido pareja, deciden seguir siendo amigos. Esos dos somos nosotros, los mismos que hemos decidido ser amigos, ya te digo. Pero amigos de verdad, Celia, no amigos de esos que buscan excusa y albur para volver a tocarse aunque sea un poquito. Hace años de todo aquello, de lo nuestro y nuestra excesiva manera de amarnos, los suficientes para que la herida y los reproches hayan dado lugar a otra fase más cómoda en la que las emociones parecen estar en fase REM, que nunca olvidadas; nos dejamos sabiendo que lo nuestro era para siempre: eso lo sabemos Marta, Gonzalo, tú y yo. Tan jodidamente civilizados los cuatro, que cuando la atracción asoma un pie, enseguida damos volantazo y giro a la izquierda, orille cuando pueda, caballero, y enséñeme el permiso de circulación, si es tan amable.

– Gonzalo es buen tío… – Te digo, sin dejar de mirar como los observas, embobada.

– Lo es…- Suspiras y chascas la lengua – Es buen tío.

Marta y Gonzalo parecen divertirse más que con nosotros, quizá porque a ninguno de los dos se le escapa que están demás cuando estamos juntos. Pero somos personas civilizadas. Jodidamente civilizadas. Hemos decidido ser amigos. Ellos lo saben y lo sufren, porque desde que empezamos nuestra en vida en solitario, somos el impuesto revolucionario que ellos han de pagar para quedarse en nuestra cama. No hubo encuestas ni sondeos: yo te llevaba conmigo, tú me llevabas contigo. Formábamos parte el uno del otro, y tratar de escapar a eso era imposible. Tú conociste a Gonzalo muy pronto. Demasiado, y eso me dolió, perdona que te lo diga, ahora que ya nada viene a cuento…

– Ser buen tío no es malo, ¿no…? – No puedo dejar de mirarte, como tantas otras veces, pero no siempre llevo cuatro copas, tres abrazos, dos caricias falsamente fortuitas y todas estas ganas de arrancarte la ropa a girones taladrándome el alma.

– No lo es. ¡Claro que no lo es…! – Dejas caer la cabeza hacia atrás, dejando piel y piel y piel al aire, que a poco que agudice el oído, aun grita mi nombre – Pero no llega…

– Celia… – Por debajo de la mesa, busco tus piernas con las mías. Somos amigos. Vaya mierda de plan, maldita sea mi suerte y la tuya.

– Marta es buena chica… – Dejas caer la mano debajo de la mesa. No es que me encuentres: es que buscas. Ecosistema a punto de hacer pum, todo por los aires. Adiós al lince ibérico y al plan de amiguitos sin más.

– Lo es… – Te miro febril, porque sé que en cualquier otro punto de la línea de la vida, dándole a Fast Rewind, esto acababa en asiento trasero, cristales empañados, habitación con vistas.

– Ser buena tía no es malo, ¿no…? – Dibujas círculos con tu mano en mi muslo hasta dar con ese lugar que sigue siendo tuyo, muy a pesar de Marta. Muy a pesar de Gonzalo. Muy a pesar el puto universo que nos juntó para después separarnos.

– No lo es. ¡Claro que no lo es…! – Suspiro y me río, pensando en la suerte de mantel largo que nos da cobijo y cuartel – Pero no llega…

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– Lucas… – No hablas, roneas, y eso acaba con mi propósito de contención. Con la piel erizada no se puede pensar. Con la piel erizada no se puede pensar. Con la piel erizada no se puede pensar…

Desde la pista de baile, Gonzalo y Marta nos hacen gestos para que los acompañemos. Nos llaman sosos, viejunos y no sé qué movida más, porque están tan pedo los dos, que parecen dos adolescentes ingleses en un balcón. Reímos sus ocurrencias, sabiendo que no tiene ni puta gracia, porque para gracioso, lo que está pasando bajo la mesa. Juegos de prestidigitación, amor contenido, deseo sin control, ganas de comerse hasta las etiquetas de la ropa interior. Somos amigos: los amigos no hacen esto. No lo hacen. Y menos en público. Y menos con sus parejas bailando como gilipollas a diez metros, diciendo que estamos mayores para los placeres de la vida. A estos dos les vaticino un futuro brillante como adivinos, vaya que no…

– ¿Recuerdas nuestra primera norma de convivencia…? – Deslizo mi mano bajo la mesa, mientras me retrepo en la silla, buscando que no quede un lugar de ti en el que yo no pueda estar. Estado civil: deliciosamente enredados…

– No vale tocar… – Cierras los ojos y sonríes. Desde lejos no puede ser difícil saber lo que está pasando, pero las fiestas, los gins y los no pasa nada, se quieren como hermanos, son el alibí que nuestra piel necesita.

– No vale tocar, porque si tocamos, el plan se va al carajo… – Frente a frente, mirándonos como siempre pero nunca antes desde que nos dejamos. Me niego a pensar que esto esté pasando porque llevamos cuatro copas. Esto está pasando, porque lo nuestro ya no lo para ni Dios…

El truco de la cuerda con cuatro nudos, el de la carta que desaparece, al que le brotan picas, el que convierte el pañuelo rojo en un pañuelo blanco, el del conejo dentro de chistera… juegos de manos en la oscuridad y a plena luz, bajo la atenta mirada del todos y de todo, porque nada hay más descarado que lo que intenta ocultarse. No queda lugar ni sensación que no eche chispas bajo la mesa y, sin embargo, Marta y Gonzalo acaban de ser elegidos locomotora de la Conga, ahí viene mamá pataaaaaaaaaaaaaaaaaa, pachín, que viene con los patitooooooooooooooooo, pachín, pachín, pachín. Justo en el momento en el que la viene hacia nosotros, la fusión nuclear estalla bajo el mantel. Nos abrazamos, haciendo de los fuegos de artificio el patio de mi recreo, el lugar al que siempre uno quiere volver. Una y otra vez. Una y otra vez, ay, mami, qué rico. Me muero, Lucas, no pares…

– Celia, a mí tú me tienes loco… – Te beso la nariz, la frente, el mentón: nunca antes, tu boca tan asediada.

– ¿Qué hacemos con estos dos, Lucas…? – Señalas a Marta y a Gonzalo, que ahora luchan por hacerse un hueco en el Karaoke.

– Les dejamos una botella de cava pagada y veinte euros para un taxi…

Tiro de ti, provocando que mi pecho sea tu medio de vida. Te acaricio el pelo, sin importarme ya si se dan cuenta o no de que tú eres pa’mí y pa’más nadie. Se bajan las luces. Reconozco la voz de Marta dándolo todo en el escenario con una canción de Laura Pausini. Se fue, se fue, y mi vida con él se me fueeeeeeeeee. Te aprieto contra mí tanto que temo meterte dentro. Tengo tantas ganas de besarte que si no lo hago, me incinero. Pero no quiero besarte y que parezca que no lo hago. Quiero besarte con todas las consecuencias, porque esas precisamente son las que echo de menos…

– Llévame lejos, Lucas…

Buscas cobijo en mi cuello. Marta sigue dando por culo con sus agudos y su se me fue, se me fue y la razón no la sé. Ya la sabrás, ya. Capullo que soy, orgulloso no me siento, no. Con la misma, te cojo en brazos y salimos sin mirar atrás. Todo lo que allí se queda, no fue un mal plan de pensiones, una colisión frontal con parte amistoso, una vida cómoda y plana, en el que Marta y Gonzalo nos ayudaron a darnos cuenta de que por mucho que corramos, por mucho que nos obliguemos a no sentir, a no pensar, a no recordar, a no tocar, tú y yo, amor, estamos hechos de polvo de estrellas, pura combustión. No sé si ellos podrán perdonarnos alguna vez esta hijoputez nuestra de desearnos y querernos a pesar de ellos, pero qué coño, Celia, si estar loco por ti es mi estado natural. Sólido, líquido, gaseoso y enamorado.

– Bésame, tonto…

Por cosas como éstas, la vida a tu lado vale la pena. Siempre. Para siempre. Está vez sí, nena…

www.noemimartinez.es

FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez

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