No sé si ya será tarde para decirte lo que nunca te dije, Alicia, pero tampoco sé qué hacer con todo lo que me queda por decirte
Noe Martínez / PALABRAS OLVIDADAS
27-09-2019

Img. Francisco Álvarez
LENE
Tal vez, echar la vista atrás no sea del todo bueno si la ventana por la que me precipito, siempre me conduce a ti. De estado civil cobarde, intentar revivirte cual holograma, a capricho y voluntad, solo me reafirma en mi idea de que quizá olvidarte sea un propósito de enmienda inabarcable. Como una montaña, con su solemnidad y su quietud, siempre proyectando la misma sombra alargada y tenaz del beso que no se ha dado. Esa misma sombra incierta y deliciosa que en mi boca siempre deja sabor a ti. No sé si ya será tarde para decirte lo que nunca te dije, Alicia, pero tampoco sé qué hacer con todo lo que me queda por decirte. Solo sé que pensar en ti me quema, holocausto de llegadas y despedidas. Cuando nadie te dice que añorar es el precio de haber amado de verdad. Cuando nadie te dice qué hacer con el miedo a no volver sentir aquello que ardía estando contigo. No digo magia, que también, digo vértigo y abrigo, que tú yo damos tormenta perfecta, remolino de suéltame, pero ahora no, que aun tengo frío…
– No es necesario que digas nada… – Dejas caer el móvil en la cama, justo del lado que abandonas – …pero será bueno escuchar tu argumento esta vez.
– ¿¡Perdona…!? – Te veo ir hacia la terraza; por ropa, tu desnudez. Fuera, el cielo anuncia lluvia, sin embargo…
– ¡A la mierda con todo. Contigo, conmigo, con todo…! – Pliegas tus piernas sobre la silla, recogiéndolas con los brazos. Me maravilla la estampa, tú toda plano secuencia. Lástima de desastre inminente.
– ¿Pero qué pasa ahora, Alicia…? – Cojo tu móvil, porque entiendo que ahí empieza todo. Meta volante, se ruega no pisen la línea o se invalida la carrera. Gracias – Esto no es lo que parece…
– Pues para no serlo, se te ve entregado para que lo parezca…
Y no es por llevarte la contraria, pero esa foto que me dejas en el display de tu móvil no ofrece mi mejor lado. Eso que se ve, eso que ves, no soy yo: es la lucha continua del gilipollas que llevo dentro contra el tío que está loco por ti pero que no lo sabe todavía. La rubia a la que como la boca no es más que otra de las muchas en las que me pierdo cuando me asusto, joder. Me entra miedo de necesitarte y acostumbrarme a esta mierda de no echar nada de menos que no seas tú. Ese naufragio constante en el que debato, que si me dejo ir, que si nado contra corriente, para que necesitarte no sea el único salvavidas que se adapte a mi talla. Quererte no entraba en mis planes, eso ya lo sabías. Por lo visto, el único que no lo sabía era yo.
– Te juro que no tiene importancia, ni ella ni el beso… – Me incorporo en la cama, emulando tu postura, aun en la terraza, desnuda sobre la silla. Tienes la piel en gotelé. Te abrazaría, coño, ya lo creo que lo haría.
– Si tiene importancia o no, lo decido yo, que es a mí a quien lastimas…
Desde esta perspectiva, te veo temblar. No sé si es pupa o frío, pero me levanto y te cubro con el edredón. Lo rechazas, de mí ya no quieres nada. Tengo la culpa sesgándome la garganta, me cago en mi vida negra. Te rozo sin querer el hombro, y ahora soy o el que tiene la piel volteada. Me sigue maravillando que todo lo tuyo genere en mí corriente AC/DC, descargas 220v, aquí no queda arteria sin fundir, caballero. No te inmutas, quizá porque hacerlo, desvele más vulnerabilidad de la que podamos aguantar los dos. Hasta en eso eres perfecta, nena. Estando en tu derecho de darme en la cara con lo capullo de mi actitud, de hacerme pasar las de Caín, penando por la idea de hacerte daño, domas con dignidad pasmosa la hostia que sin duda merezco. No es que me consientas nada, es que algo en ti ha asumido que no vas a sacar nada mejor de mí, que soy un desastre como pareja, un ser humano mediocre y tramposo, que puede habitar en la Gloria y en el infierno sin mudar de alas. Sabes, porque además de infiel soy imbécil, que te profeso amor en secreto, veteranía de cobarde que no sabe que lo que no se dice, lo que no se comparte, lo que no se hace sentir, no existe. En esas debe vivir tu corazón para no mandarme al carajo, de vuelta a chiqueros por no saber embestir con la valentía del hombre que mereces. Porque tú, Alicia, mereces algo mejor que yo. Pero si lo haces, mueres tú, muero yo. Qué mierda ser yo y estar en mi cabeza y en mis pelotas. Contigo lo tengo todo, y sin embargo, me dejo ir en la feria de las oportunidades. Que alguien me aseste una buena patada en el bazo, a ver si así aprendo lo que es dolor…
– Alicia, ¿valdría de algo decir que lo siento, que no va a volver a pasar, que siento haber hecho daño…? – Inclinado sobre el respaldo de tu silla, dejo caer mi cabeza en tu cuello. Te oigo respirar. Puedo olerme aun en tu piel, porque amarnos como lo hacemos, deja rastro y evidencia: tenernos ganas eau de toilette.
– No. Ya no…
Te estremeces al paso de mis labios en tu espalda. No quiero empezar una batalla si el enemigo está en horas bajas, pero qué otra cosa puedo hacer si tu desnudez me atrapa. No me rechazas, quizá como castigo a mi tiranía y mi falta de compromiso. Algo así como un enésimo memorando en el que queda claro que, de los dos, tú eres la que vale la pena. Yo, además de frágil de intenciones y un patán para las relaciones en pareja, soy un pone-parches, una mentira podrida, créeme, cariño, esta es la última vez. Pero no lo es. Nunca lo es, quizá por eso ya tienes callo en este dolor capicúa que es quererme tal y como soy, aunque para ello tengas hacer acopio de ganas de seguir adelante. Y en ese punto absurdo en el que te sientes sola tirando de los dos, yo me subo a tu grupa, esperando que se te apague el interruptor del cerebro que ilumina los desastres y vuelvas a verme como aquel día que, en medio de una fiesta, te acercaste a mí para decirme que los chulitos como yo no teníamos nada que hacer con muchachas riquiñas como tú. Que no me empeñase. Que no te invitase a tomar un Gin. Que no te propusiese bailar lo que fuera con tal de abrazarte y acercarme a tu boca. Que no te hiciese girar a lo loco, para perder la cabeza y el control, y así acabar uno sobre el otro en la arena. Que no buscase néctar dentro de tus bragas mientras tú me guiabas para no perderme en el trayecto. Que no dejase caer mi cabeza en tus pechos, extenuado y loco de atracción por una desconocida, coqueta…y riquiña. Que no intentase siquiera, porque quedaría atrapado en ti y en todo lo tuyo. Así que, aquí estoy, enredado y sin querer salir ni aunque tú me invites y yo me lo merezca. Porque ya se sabe como embrollan las riquiñas a los chulitos: para siempre, a mí toda tu munición.
– Alicia, esta vez será diferente, tienes que creerme… – Tienes la piel helada y no puedo más que echarme sobre ti, servirte de abrigo en esta mañana fría. Soy una bola de fuego al contacto con tu ombligo, cola de cometa al rozar con tu oxígeno.
– Me cansé de sentirme sola estando contigo… – Te oigo llorar. Mierda. Hacerte sufrir me deshace vivo – Si éste es tu plan ruta para mí, espero entiendas que me tire en marcha…
– Si tú te tiras, yo me tiro… – Te beso el cuello, apretándome contra ti. Tiemblas, pero no de frío. Jodido desamor, que todo arrasa, tenaz e impío. Te abrazo, decidido a no dejarte ir a donde quiera que sea que tu corazón tenga pensado llevarte sin mí.
– Gonzalo, he conocido a alguien… – Y te tapas la cara, buscando un escondite a tus emociones contenidas. Tengo náuseas, nunca he sido bueno encajando golpes.
– Eso no es cierto, Ali… – Te abrazo aun más fuerte. Quiero apartar de mí lo que acabas de decir, pero el aire, cabrón, me devuelve cantos de sirena. He conocido a alguien, he conocido a alguien, he conocido a alguien.
– Ojalá no lo fuese, Gonzalo… – Suspiras. Te oigo llorar de nuevo, si es que alguna vez dejaste de hacerlo – pero lo es. Y dadas las circunstancias, creo que es lo mejor que nos puedo pasar a los dos.
– ¡Habla por ti, joder! ¡Habla por ti…! – Sigo pegado a ti. No puedo separarme, porque sé que, si lo hago, el nudo por el que estamos unidos, se esfuma. Estoy muerto de miedo, ¿y si esta es la definitiva?
– Mírame, Gonzalo… – Te giras hacia mí, con la mirada de quien sabe que allí está todo el pescado vendido – Esto no va cambiar nunca. Tú no vas a cambiar nunca. Y yo ya me cansé de pedirte que lo hagas. No puedo más. No puedo con mi alma.
– ¡Hey, nena…! – Te beso los ojitos, sorbiéndote las lágrimas a ver si con ello me llevo también tus penas – Pero tú sabes que solo te quiero a ti. A ti. Solo a ti…
– Ya… pero llegó la hora de que yo también me quiera aunque solo sea por probar… – Me acaricias el pelo, mimosa y dolida, una combinación letal cuando las culpas me arañan la espalda.
– Podemos hacerlo, Alicia, sé que podemos. Saldremos de ésta…
Busco tu boca, porque perderme en ella es mi sístole y mi diástole, mi corazón a pleno rendimiento. No me besas, te dejas besar y ese es el principio del fin, el ocaso de los dioses, la subasta del vellocino de oro. Mis labios y los tuyos, imán y remolino, frente a frente, sin saber cómo besarse, mofa del destino, no me digas. Ahora el que tiene frío soy yo. Un frío lene con sabor a óxido, un frío que anuncia soledad y despedida. No estoy preparado para perderte, porque perderte no era parte del juego. Jugador de chica, perdedor de Mus. Lesson one. Hagan juego, señores…
– ¿Y qué voy a hacer yo sin ti ahora, Ali…? – Maldita sea mi vida, para qué la quiero yo ahora.
– Sinceramente, amor, eso ya no es cosa mía…
Esa mañana, cuando te oí dejar la llave en el aparador de la entrada antes de cerrar la puerta, supe que no era un punto y seguido, un hemistiquio en medio de la inmensidad, como Moisés en el tinglado de las aguas. Dejarme así como lo hiciste, sin espectáculos, gritos, reproches o deseos de mil males no extinguidos, no sé si me ayuda a la hora de intentar dar carpetazo a lo nuestro. No es que me gusten las escenitas, pero esa calma en medio de la tempestad, me produjo un dolor punzante con el que he aprendido a vivir desde entonces. Llámale culpa, arrepentimiento, ganas de llorar y prender fuego a todo, venga la casa a tomar por culo y yo con ella por los aires. No, no soy un pirómano, solo soy un gilipollas que no fue capaz de ponerme en tu piel antes de que por dermis tuvieses coraza.
Yo, al que la fidelidad le tiraba de la sisa.
Yo, el que te quería su manera y a su manera quería.
Yo, que no hay presa en la que no haya bebido, porque la sed es muy jodida cuando aprieta.
Yo.
Ése, qué queda ahora de él y de sus pasatiempos cabrones.
He conocido a alguien, me dijiste. He conocido a alguien. Lo que se te olvidó decirme es que ese otro ocuparía mi lugar en ti. Contigo lo tuve todo. Todo. Y esa es mi penitencia. Maldita sea mi suerte y mi vida entera, Ali. Si no es contigo, ya me dirás para qué…
FOTOGRAFÍA ORIGINAL Francisco Álvarez
Be the first to comment on "Lene"