Enrique Arias Vega / A CONTRACORRIENTE
13-08-2019
Resulta que ahora uno de los culpables del cambio climÔtico es el ganado. Según los expertos (?), el 18% de los gases del efecto invernadero se debe a los pedos y las heces de las vacas. Tal cual. O sea, que tiene que haber menos reses y nosotros, en consecuencia, comer menos carne.
Bueno: es la Ćŗltima teorĆa sobre el calentamiento global, tan apocalĆptica y surrealista como la mayorĆa y con su cuestionable rigor cientĆfico a cuestas.
En nuestro afĆ”n de no coger el toro por los cuernos (nunca mejor dicho), los problemas del futuro de la humanidad los achacamos a todo tipo de causas, desde ecológicas hasta sociales, desde productivas hasta ideológicas y nos permitimos, incluso, ponderar la feliz Arcadia en la que viven los ignotos nativos de la amenazada selva amazónica, aunque ellos, si tuvieran una patera a mano, como sus colegas subsaharianos, saldrĆan cagando leches hacia la civilización y sus generosos subsidios.
En cambio, ignoramos lo evidente: que la humanidad se reproduce de forma exponencial y que el estrĆ©s al que estamos sometiendo al planeta con nuestra multiplicación indiscriminada lo estĆ” agotando. He aquĆ unos frĆos datos: cuando yo estudiaba Bachillerato (hace bastante mĆ”s de medio siglo), la población mundial era de 3.600 millones; ahora, de 7.500.
Vamos, pues, a toda leche. MÔs aún si consideramos que hace dos siglos rondÔbamos los 2.000 millones y que a finales de este siglo seremos unos 11.200.
Para mÔs inri, la avalancha humana que se genera no viene con el pan bajo el brazo, como en el antiguo refrÔn: crecen mÔs las regiones mÔs pobres (cuatro a uno); aumentan los viejos sobre los jóvenes, como consecuencia de la mayor longevidad, con una medicina mÔs eficaz (y cara) y el coste de supervivencia de la especie se multiplica.
En este contexto, que ya previó Thomas Malthus hace dos siglos y fue considerado un extremista, el echar la culpa del agotamiento de la tierra a los pedos de las vacas me parece una frivolidad. Nos vamos al carajo, sĆ, pero lo hacemos con una alegrĆa y una irresponsabilidad que sólo las guerras (Ā”ay!) podrĆan poner en su sitio.
Pero solucionar un problema con otro mayor es cosa de imbƩciles, aunque lamentablemente todos los indicios apunten en ese sentido.
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