Marginados políticamente

Elisenda Paluzie (ANC), Joan Canadell (Cámara de Barcelona), y Carles Sastre (Intersindical CSC)

Enrique Arias Vega / A CONTRACORRIENTE

24-06-2019

Nunca he sido tan feliz como durante los veinte años en que viví en Barcelona. Desde esa época ha debido pasar una eternidad, pues la creciente inquietud y desazón que noto en mis visitas actuales me retrotrae a otros regímenes y otros escenarios que afortunadamente no llegué a experimentar.

Dos hechos, entre otros muchos, me dicen que la Cataluña tolerante y plural que conocí ha sido usurpada por una casta excluyente. Uno: la entidad cívica dominante, la ANC, ha comenzado a señalar a las empresas no favorables a la independencia para que se boicoteen sus productos. Otro: una escolar de Tarrasa dice haber sido agredida por una profesora tras haber dibujado una bandera española en un trabajo de clase.

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Lo de marcar visiblemente a la gente que no conviene al poder dominante, ya sea por raza, clase social, idioma, ideas políticas,… tuvo su expresión máxima en el nazismo, con la complicidad de la biempensante sociedad alemana de la época, y acabó como acabó.

Lo curioso es que muchos que en su día denunciaron prácticas totalitarias hablen ahora de falta de democracia en el régimen político español y que sean los mismos que critican el odio social, la exclusión y el racismo, los que insultan a los seres “inferiores” que ocupan su “país” o que califiquen a otros catalanes como simples residentes en Cataluña y no como ciudadanos de verdad con los derechos inherentes a su condición de tales. En otra época histórica, insisto, se empezó con estrellas amarillas (qué casualidad) y otros símbolos de discriminación y marginación de judíos y otras personas, ante la bobalicona y amable aceptación de la hasta entonces buena gente.

Sé que decir esto me va a privar de los últimos amigos separatistas que tengo, pero dudo que la amistad pueda sobrevivir al odio étnico, aunque se disfrace de falsa opresión lingüística, política y hasta sexual, si se quiere. Sé, también, que algún día mis hijos (catalanes) y mis nietos volverán a ser felices en Cataluña. La diferencia con el pasado es que, simplemente, yo no estaré allí para verlo.

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