Añoranza de Adolfo Suárez

Emmanuelle Macron

Vicente Torres

16-06-2019

Francia tiene como presidente a un Macroncito que no encuentra respuestas para hacer frente a la extrema derecha de su país, o sea, no sabe barrer su casa, y se cree con derecho a inmiscuirse en los asuntos de España. La Grandeur al desnudo.

España, hoy, es una nación con cierto peso, pero no tanto como para que la respeten, como se ha visto en el caso de los prófugos que andan por el mundo. Además de eso, tiene un presidente, Sánchez, que es todo lo presumido que se puede ser, pero que a calculador, traicionero y falso tampoco le gana nadie. De ahí que el Macroncito pueda chulearse con los españoles, lo cual seguramente gustará a un buen puñado de franceses.

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En los tiempos de Adolfo Suárez era peor. España no contaba en el concierto internacional -acababa de salir de una dictadura- y el encargado de dirigir la Transición había tenido un papel destacado en el régimen, así que era visto con una mezcla de displicencia y desprecio.

Pero esa gran potencia mundial que era entonces, más que ahora, y que blasonaba de Grandeur, protegía y escondía a los etarras. Cruzaban la frontera, entraban en España, cometían un atentado y volvían a Francia.

Adolfo Suárez no se arredró. Esa era su costumbre, no arredrarse. Viajó a París, capital de La France. Lo recibió Jacques Chirac, con la pompa que se puede imaginar. Lejos de avergonzarse por su actitud con los etarras, se sirvió de su grandilocuencia. Francia es el mejor país del mundo, los quesos franceses son los mejores, las flores francesas son las mejores, Dios creó el mundo empezando por Francia, los vinos franceses son los mejores. ¿Cuál quiere que le sirvan?, preguntó. Y, entonces, el presidente de España estuvo a la altura, como era su costumbre, y le respondió: un vaso de leche. Dicen que ni siquiera se lo tomó.

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