Aquel lejano domingo

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Antonio Gil-Terrón Puchades

Afortunadamente todo aquello que tememos, cuando finalmente llega, si es que llega, no suele ser más que la milésima parte de doloroso de lo que preveíamos en la peor de las suertes.

Otra cosa son los imprevistos; esas sorpresas que -para mal- a veces nos da la vida, y que por improbables nunca se nos ocurrió esperar.

Así que nos pasamos media vida sufriendo por males imaginarios que nunca llegan, y si lo hacen es desventados, y la otra media sufriendo por todo aquello que nos llega por sorpresa, groseramente intempestivo, por no haber estado previsto en la lista de acontecimientos invitados.

« ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? …no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia». Palabras de Jesucristo recogidas en el Evangelio [Mateo 6, 24-34].

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NOTA: Recuerdo oír a mi padre, aquel lejano domingo 21 de julio de 1985, como me contaba preocupado que el martes tenía una desagradable cita con el dentista; tema este del sacamuelas que conectó, ya de paso y para terminar de amargarse el fin de semana, con la asignatura pendiente que tenía ‘sine die’, de pasar por el quirófano para que le extirpasen la vesícula biliar…. -“Porque la vesícula me la tienen que extirpar sí o sí…” –me repetía angustiado-

¡Pues fue que no! Ni el martes fue al dentista, ni nunca le extirparon la vesícula, ya que al día siguiente, lunes 22 de julio, falleció.

El descansó y yo comencé mi particular Getsemaní; terrible pero siempre soportable, con la ayuda de Dios.

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