A CONTRACORRIENTE Opinión

Distintos conceptos de autoridad

Adrián Mato

Enrique Arias Vega / A CONTRACORRIENTE

Ha causado estupefacción la detención en Estados Unidos del español Adrián Mato, la fianza judicial que le han impuesto de 10.000 dólares y el proceso en el que se enfrentará a diez años de cárcel por agresión a un agente de policía y resistencia a la autoridad.

Todo, por una violenta trifulca en el palco de un partido de la NBA, comenzada con sus insultos a otro espectador.

Ya ven cómo se las gastan en USA. Supongo que al joven gallego, de sólo 23 años, todo esto le parecerá surrealista, acostumbrado como está a que en su país cualquiera, desde un miembro de los CDR a un okupa, pasando por un jubilado o un taxista, pueda agredir a un miembro de las fuerzas del orden y salirse de rositas.

Es que aquí, y en general en una Europa garantista, priman los derechos de la gente en general, aunque se exceda cometiendo algún delito en su ejercicio. En Estados Unidos, en cambio, el orden es la garantía de los derechos ciudadanos y los defensores del orden y de esos derechos son precisamente las fuerzas policiales.

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Puede haber excesos de unos y otros, por supuesto, pero para dilucidar si eso sucede ya están unos Tribunales de Justicia, llenos de garantías, recursos y apelaciones.

Lo que Adrián Mato no sabía, como la mayoría de sus compatriotas, es que allí un policía es sagrado, entre otras cosas, porque se juega la vida defendiendo la seguridad pública. Lo que ocurre es que el concepto de ésta, como el de la autoridad que la cuida, es diferente aquí de allí.

Dos anécdotas, si quieren grotescas, ilustran esta afirmación de cuando yo vivía en Nueva York. Una, la joven danesa que tomaba el té en una cafetería con una amiga, mientras dejaba el cochecito de su bebé al otro lado de la puerta para que le diese el aire: fue acusada de abandono de un menor. Tal cual. Otra, tres atletas españoles de los Juegos de Atlanta pillados en un atasco, bajaron a mear en medio de la autopista: fueron retenidos por desórdenes públicos.

La moraleja de esta historia sería, entre varias otras, que cuando salgas al extranjero te dejes la belicosidad en cada, ya que en otros lares no suelen atar los perros precisamente con longanizas.

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