Existe otra felicidad

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Antonio Gil-Terrón Puchades

Valencia, 29 de diciembre de 2018

Cuando veo a alguien sufrir una mala racha, siempre le digo que tenga esperanza; que cuando más negra es la noche y la última estrella ya ha partido, es justo cuando está a punto de amanecer.

Pero lo que no le digo es que si bien es cierto que tras la oscura noche siempre vuelve a amanecer, también es cierto que, conforme creces, los días cada vez son más cortos y las noches más largas. O dicho con otras palabras, que la dureza de la vida crece, mientras los periodos de felicidad se acortan y distancian.

Y es que la felicidad, al igual que las flores más bellas, no admite conservantes, ni se puede congelar; simplemente llega, pasa y se va.

Esa felicidad de colorines que como muchos en su simpleza piensan, si no da envidia, no es felicidad.

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Seguramente será por todo esto que desde hace unos años, prefiero la paz, antes que eso que la gente entiende como felicidad.

La paz…, mi paz; esa rara tranquilidad, madura y cana, espiritual y solitaria, discreta y callada, llama de una felicidad arcana que una vez encendida, ni el soplo de la muerte apagará.

Esa felicidad desconocida y extraña que por austera y humilde, la inmensa mayoría nunca envidiará.

NOTA: Habrá quien piense que mi vida de ermitaño me provoca desvaríos, y que si saliera más a menudo de mi cueva para ir de fiesta, especialmente los sábados por la noche, me daría cuenta de lo equivocado que estoy…

¿Sí? ¿De verdad? Que supriman el alcohol y demás sustancias estimulantes, y veremos en que queda “esa” felicidad. Una felicidad tan falsa y programada, como la sonrisa de caimán del tío de la capa; ese que todos los años al dar las doce campanadas, cobra por sonreír y felicitar.

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