Dulce

FOTOGRAFÍA ORIGINAL FRANCISCO ÁLVAREZ

Cierto, nos habíamos divertido juntos, pero pensar que eso era la flag label de lo nuestro, me sacudió por entero

Noe Martínez

Como el almíbar, como la cobertura de la fruta escarchada, como el último trozo de sandía, como el centro de un coulant de chocolate. De principio a fin, de arriba abajo, de dentro afuera. Dulce como mi vida dulce cuando te inmiscuías a hurtadillas, temiendo que lo nuestro no estaba bien, pero si estaba de ser, que fuese, qué carajo.

– ¡No me hagas fotos sin avisar, que salgo mal y me rallo…!

Click. Salir mal, no me jodas. Eras como un cuadro de Klimt: no tenías ángulo malo, ni un solo lugar en el que no reconociese mis ganas de parar el tiempo, de arrancarte de otros brazos, de otros besos, de otros te quieros, de otros tenemos que hablar, podemos arreglarlo, cariño, yo sé que podemos. Aquel cuerpo bonito, tan mío que no podía serlo más, pero sabiendo que en cuanto cruzabas la puerta, se evaporaba el embrujo. Dos horas, tres quizá, robadas a una rutina en la que nunca estaba yo. Yo. Ese tipo paciente que te buscó hasta que se le olvidó que quien espera lo que no va a llegar, no espera, sueña. Te soñé así, a piel descubierta, tendida desnuda en mi cama y riéndote mientras me quitabas la ropa. Te soñé despierta, dormida, en la cocina, en la bañera, descalza, bebiendo de mi taza y buscando abrigo en mi sudadera de entrenar… Te soñé tanto y tan largo, que me enamoré de tu fantasma. Un idilio intenso e intangible, en el que cuando me moría por abrazarte, caía rendido en la evidencia, de que posiblemente, eso no volvería a pasar jamás.

– Esto es una relación abierta, no quiero sufrir…

Y dije sí, porque si decía no, lo mismo saltabas de entre mis sábanas como lo hacen las gatas sobre las tejas en pleno verano. No quería compartirte con nadie, no podía imaginarlo si quiera. Y sin embargo. Argumentos que me pateaban los cojones y el corazón, pero qué podía hacer, si no verte era peor que compartirte. No querías sufrir, como si amarme fuese un lacado en Betadine. Tú, saliste indemne. He ganado un muy mejor amigo, daría mi vida por ti, me dijiste aun sobre mí, buscando resuello después de habernos corrido. De nada importó aquel polvo que quizá no olvidé jamás porque fue el último, o porque me supo tanto a desdicha, que mi mente se lo quedó como medalla antes de partir hacia el averno. ‘El vuelo con destino a infelicidad a bocajarro va a efectuar su despegue. Agárrate a los huevos, Lucas, que de ésta no sales vivo’. Chispum. Así fue, no me agarré a los huevos porque tú aun los tenías entre las piernas, pero sentí como el corazón se me secaba. Esa es la palabra: secaba. Lo supe, mucho antes de ver cómo te vestías, preciosa y serena, tan como si nada que me quedé sin aliento para pedirte una oportunidad en tu vida. No contigo, sino en tu vida. La que fuese, cualquiera me valía en esa hijoputez de relación abierta que nos traíamos, en la que el único cerrado en su miedo a perderte, era yo. Pero me quedé callado, no por ganas de decir o de gritar que si te ibas, me moría. Me quedé en silencio porque la idea de convertir nuestro último encuentro en un delirio de tempestades y derrotas, me aterrorizó. Pero tomaste la iniciativa, a fin de cuentas, aquel holocausto lo habías propiciado tú.

– Lucas, esto ha sido genial, pero creo que los dos nos estamos enganchando y eso no es bueno… – Me abrazaste, besándome los ojos.

– Me muero por ti, y te juro que no me importa: puedo con ello… – Te cogí la cara con las manos, sobrepasando la delgada línea entre comerte la boca o borrarte por entero.

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– Lucas, la magia de lo nuestro es que se puede acabar en cualquier momento… – No te apartabas, ni lo intentabas siquiera. Delirabas en aquel carrusel de sentimientos y atracciones que nos traíamos como abrazo – Y éste es un momento como otro cualquiera…

– ¿Pero por qué…? – Apoyé mi frente en la tuya. Miré al suelo y pude ver como respiras, agitada. Tus pechos subían y bajaban, descoordinados y apetecibles. Vendería mi alma a cambio de poder hundir mi cara en ellos una vez más, hasta erizarte la piel como había hecho minutos antes.

– Porque esto se complica y en cuanto empiece a quererte, se acaba la diversión…

De entre todas la palabras, de entre todos los sentimientos, de entre todas las miserias. Diversión. Cierto, nos habíamos divertido juntos, pero pensar que eso era la flag label de lo nuestro, me sacudió por entero. Yo, que he sido un tío rudo, de los que las mujeres se le dan bien porque manejo miradas y los tiempos como un jefón, que no respondía WhastApps al momento, no vaya a ser que se crean que hay más de lo que hay, que coleccionaba suspiros por puro hedonismo, me vi pagado con mi propia moneda, y me sentí desarmado. Sin criterio ni revancha, nada que alegar, su Señoría. Por primera vez en mi vida, la hostia la recibía yo, y no me llegaba la espalda para aguantar el golpe.

– Dame una noche, solo una noche más para convencerte de que valgo la pena… – Alegato in extremis, los reos a muerte tenemos derecho a últimas voluntades.

– De eso no tienes que convencerme: me voy porque lo sé…

Y cerraste la puerta como si fuese la de un castillo. No miraste para atrás, porque sabías que mis ojos estaban clavados en tu espalda, en tu culo, en tus pies, que no titubearon a la hora de huir de mí y de mi mantra de gírate, gírate, gírate, gírate. No te giraste, para qué si ya habías tomado una decisión que te convertía a ti en libre a y a mí en esclavo de esta historia que no fue, pero que pudo haber sido casi tan memorable como aquellas noches de cine, frío y tormenta, en las que dormíamos abrazados, después de habernos asegurado que lo todo nuestro, piel, amor y orgullo, estaba cada cosa en su sitio.

Te busco en cada mujer. En cada cuerpo. En cualquiera que me recuerde a ti, porque aquel tipo colgado, loco por todo lo tuyo, tu pies pequeñitos, tus ataques de hipo, tus olvidos, tus ideas peregrinas y tus coladas desteñidas, sigue esperando un puto milagro, ese un día que te devuelva a mí, el lugar que nunca debías haber abandonado. Ni a él ni a mí. Tú y yo. En ti y en mí. Los dos. Eres condenadamente inolvidable, y esa es ya mi mierda y mi suerte. Todos los besos que voy dando…

Te quise tanto, Lara.

 

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